¡La Clase Media ha muerto! ¡Qué irreparable pérdida!

Humor sobre la clase media en Periodista Digital.
Humor sobre la clase media en Periodista Digital.

Por la clase media no me sale un artículo, me sale una oración: ¡descanse en paz! Todos juntos la hemos matado y ella sola se murió… Nuevo artículo de este autor.

¡La Clase Media ha muerto! ¡Qué irreparable pérdida!

Por la clase media no me sale un artículo, me sale una oración: ¡descanse en paz! Todos juntos la hemos matado y ella sola se murió… Nuevo artículo de este autor.

La clase media, esa entelequia sociológica que le proporcionó su razón de ser al siglo XX, se está desvaneciendo en la historia. La estudiarán en algún Atapuerca excavado en algún siglo todavía lejano, y será expuesta ante nuestros descendientes como uno de los últimos vestigios de inteligencia de lo que entonces serán  antiguas civilizaciones.

La clase media era ese paradigma de la libertad silenciosa, del libre albedrío laico, del espíritu crítico que se mamaba en los hogares y prevalecía en las aulas infestadas de profesores “evangelizadores” de viejos testamentos y nuevos testamentos ideológicos que, a mis escasas luces, siempre han sido ladridos de los mismos perros rabiosos con distintos collares.

La CM era la única posible revolución sostenible de la historia

 La CM (clase media) era un club en el que admitían a tipos como yo, como tú, como ustedes, como tanta, tan distinta y distante gente corriente, sin exigirle carné ideológico, referencias religiosas, de quién venías siendo o de quién pretendías acabar queriendo de ser. Sencillamente, era una forma de pensar, de vivir, con la genuina libertad de no ser prisionero de tus palabras, ni esclavo de tus silencios. No era una cantera propiamente dicha de capitalistas genocidas o de revolucionarios de esos que han rellenado hojas caducas de la historia. Era, en sí misma, el proyecto espontáneo de un muro inexpugnable para los dioses de los Olimpos de la codicia humana y la amenaza de una revolución serena, Darwiniana, sostenida y sostenible por las siglas de los siglos, sin necesidad de gurús dispuestos a apacentar rebaños humanos. Era un peligro, vamos. La sombra alargada de una multitud indomable que crecía y se multiplicaba, que leía y extraía sus propias conclusiones, que desarrollaba sinergias entre la individualidad y la colectividad, y que no permitía que le marcasen a fuego con “hierros” de los ranchos ultraconservadores y ultraprogresistas que llevan un horror disputándose el dominio cuantitativo de la “cabaña”, con perdón, humana.

Un club multitudinario en el que el fin no justificaba los medios

Como concepto sociológico, permitía a un ser humano quedarse voluntariamente en el peldaño en el que le había situado la vida o mirar hacia arriba, embriagado por el viejo y legítimo sueño de tocar la luna con las manos. Como concepto dinámico, era un tren con vagones de segunda, de primera, con literas o con coches cama, todos ellos intercambiables, en el que viajábamos, juntos y revueltos, hacia nuestras diferentes estaciones término de eso a lo algunos llaman felicidad. Como concepto espacial, tenía puerta de entrada para todos aquellos que llamaban al timbre procedentes de abajo y puerta de salida para los que querían intentar la hermosa aventura de alcanzar la cumbre de algún Everést profesional, científico, artístico, deportivo, académico, político, económico y así. No era una forma de estar, sino una forma de ser, sometida a un código ético y estético en el que el fin nunca justificaba los medios, y sólo la naturaleza de los medios nos permitía disfrutar del fin.

Análisis forense de un envenenamiento en masa

Se ha disuelto, ¡oh Dios!, el más anónimo, el más numeroso, el más eficaz ejército jamás soñado, en permanente y genuina misión de paz, persiguiendo siempre la victoria en esa guerra cotidiana, doméstica, invisible, de la existencia humana. Ha sido envenenado en masa por los mercados, por los mercachifles, por la economía de las “marcas”, por las etiquetas del nivel de renta per cápita, por los ·tramperos” de la Banca, por los francotiradores de las Bolsas, por los sicarios gubernamentales, por los genocidas laborales, por los “salvadores” que prometen peces y no tienen ni puta idea y ni putas ganas de enseñarnos a pescar, por la cultura de la vulgaridad televisada, twitteada, ensalzada para mayor gloria de los mediocres y el exilio lento pero seguro de las mentes destacadas y destacables, por los asesinos incruentos, nocturnos y alevosos de la filosofía, ya sabes, “amor a la sabiduría”, que era un antídoto contra el opio del pueblo, por el pueblo y para el pueblo que han ido introduciendo en los sistemas educativos los miserables “camellos” al servicio de las siniestras bandas organizadas, miradlas, que rivalizan en su intento de convertirnos en “yonquis” ideológicos, en “yihadistas” electorales, en marionetas de un teatro global al que seguimos llamando democracia.

El trágico tránsito del verbo “ser” al verbo “tener”

Con razón Obama, hace unos años, tuvo un sueño como aquellos que tenía Luther King, ¿recuerdas?, y se despertó una mañana invadido de aquella melancolía de los últimos mohicanos ante los últimos estertores de su mundo. Alzó su voz, condenada a clamar en el desierto,  y apeló a la salvación in extremis de esa especie en extinción a la que seguimos llamando clase media. El mundo no es nada sin la gente corriente, the ordinary people que, hasta hace apenas unas décadas, padecía insomnio si se quedaba en rojos en un banco (cuando todavía no lían a podrido, claro), si le devolvían una letra de la lavadora, si la sombra de la morosidad se cernía sobre su hogar, dulce hogar. Hubo un tiempo en el que los coches sólo eran sueños, muchas veces inalcanzables, que marcaban un punto de inflexión entre una vida para ir tirando y una vida que empezaba a ir sobre ruedas. Hubo un tiempo en el que las casas se conquistaban con el sudor de la frente y el esfuerzo del ahorro. Hubo un tiempo en el que, vivir, estaba directamente relacionado con poder conciliar el sueño profundo de las conciencias tranquilas. Luego, verás, llegaron las multinacionales con su maldita aldea global, los financieros con su moneda falsa y virtual, los banqueros con su discreto encanto de la codicia y los políticos con su deserción en masa de la clase media que los parió, y el mundo se volvió loco, loco, loco, mientras dejábamos de conjugar el verbo ser y empezábamos a conjugar el verbo tener. Esto, la crisis que Rajoy pretende incinerar antes del 20-D, puede haber parecido un crac económico, como aquel del 29, pero en realidad es el gran crac sociológico de la clase libre, de la clase autodidacta, de la clase con criterio propio, de la clase imprescindible para la democracia, de aquella estimulante, deslumbrante, ilustradora, accesible, indomable, esperanzadora, extensa y extensible clase media, ¡que en paz descanse!

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