Ciudadanos quisiera parecer socialdemócrata pero le conviene parecer liberal

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.
Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.

Ni es creíble su aspiración a formar gobierno, ni parece que sus propuestas ante cualquier problema tengan la consistencia suficiente para ser base del debate. Es decir, para marcar la agenda.

Ciudadanos quisiera parecer socialdemócrata pero le conviene parecer liberal

El incierto señor don Albert Rivera. Parafraseo al gran Cunqueiro, autor de una obra teatral que con ese título desmitificaba a Hamlet, para abordar el curioso congreso que estos días ha celebrado Ciudadanos. Un partido nacido en Cataluña hace una década, en una atmósfera política muy enrarecida por el nacionalismo y donde su aparición provocó feroces críticas y en general el tratamiento negativo o displicente de los medios de comunicación. Pese a ello consiguió consolidarse y hoy tiene el segundo mayor grupo parlamentario, con el 18% de los votos. Tardó nueve años en pasar de una postura testimonial a ser la alternativa de gobierno. Gracias a situarse en el terreno que otros habían abandonado a derecha e izquierda para entregarse al debate identitario.

La clave, su discurso, totalmente alejado del nacionalismo, moderno en las formas y en los contenidos, muy orientado a la comunicación, y protagonizado por políticos muy jóvenes. En un escenario tan dominado monotemáticamente por el conflicto con el Estado, introdujeron problemas reales y fueron implacables con la corrupción que ya era muy visible en aquella Comunidad.

Hace dos años decidieron dar el salto a la política nacional. Tuvieron la atención que se presta a los fenómenos emergentes, cuando van acompañados de la naturalidad y de una cuidada puesta en escena. Sus resultados fueron discretos, pero en un contexto sin mayorías absolutas, jugaron con habilidad sus cartas, ofreciéndose para pactar gobierno, ora al PSOE ora al PP. Hoy comienzan a desdibujarse dada su irrelevancia en las decisiones gubernamentales y por su permanente afán por ocupar el centro del debate, en general con pocas ideas elaboradas.

Por el camino sufrieron varios traspiés. En las elecciones autonómicas han favorecido al gobierno socialista de Andalucía pero debe recordarse que en varias Comunidades simplemente no existen y que, cuando han concurrido, han hecho un formidable ridículo, con candidatos cuneros que desconocían lo más elemental del país. Lo mismo aconteció en las elecciones municipales, donde solo obtuvieron resultados relevantes en algunas ciudades. En todos los casos rechazaron entrar en gobiernos de coalición. Son las consecuencias de una organización excesivamente atenta a la imagen, al control férreo y que ha descuidado la respuesta a los problemas. El congreso de estos días, improvisando primarias para guardar las formas y evitar resultados a la búlgara, transitando de la socialdemocracia al liberalismo en un abrir y cerrar de ojos y ofreciendo titulares prefabricados, indica que persisten en su línea ambigua.

Es difícil saber dónde están y sobre todo adonde van. Quizás no lo sepan ni ellos mismos. Pareciera que, al salir de Cataluña, les quedase grande el país

Es difícil saber dónde están y sobre todo adonde van. Quizás no lo sepan ni ellos mismos. Ni es creíble su aspiración a formar gobierno, ni parece que sus propuestas ante cualquier problema tengan la consistencia suficiente para ser base del debate. Es decir, para marcar la agenda. Pareciera que, al salir de Cataluña, les quedase grande el país. Rivera se mueve bien en el escenario de las Cortes, en el marco parlamentario, que es sobre todo una  escenificación mediática,  pero mal en la política sectorial y en el  territorio, que parece no conocer y que ve desde un prisma muy centralista.

Mientras que Podemos tiene definido su espacio político, Ciudadanos quisiera parecer socialdemócrata pero le conviene parecer liberal. De lo primero no hay noticia y abunda con leer sus documentos oficiales para saber cuan alejados están de la izquierda. Y para ser liberal no es suficiente llamar a liberales europeos, olvidando que en España ese espacio difuso lo tiene bastante ocupado el PP. Este Congreso no ha despejado ninguna de esas ambigüedades, ni programáticas, ni tácticas, por lo  que su futuro se adivina incierto, cual Hamlet cunqueiriano. Fiar su futuro a las elecciones locales de 2019 es una fórmula de escapismo. Ni los demás partidos estarán en ese momento peor que en las anteriores elecciones, ni la levedad de sus propios discursos resistirá el paso del tiempo.

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