China y Occidente: dos mundos

China, la UE y EE UU. / Dreamstime
China, la UE y EE UU. / Dreamstime
China es “otro mundo” que Occidente necesita conocer y entender, y con el que está obligado a dialogar y negociar.
China y Occidente: dos mundos

Cuando llegué a China por primera vez, en 1978, China era un país comunista –cosa que empezó a dejar de ser desde esa fecha–, y era un país pobre –la potencia 120 del mundo, en PIB–: eran dos circunstancias como para sorprender a cualquier occidental, proveniente del mundo desarrollado. Pues no: lo que más me sorprendió fue que empecé a descubrir que China era “otro mundo”. Y lo he seguido descubriendo, comprobando y estudiando a lo largo de estos 42 últimos años. Leibnitz lo expresó con otras palabras: “China es otro planeta”.

Occidente y China son dos mundos muy distintos. Los chinos lo tienen perfectamente interiorizado y muchos de sus intelectuales y políticos perfectamente estudiado. Los occidentales no lo sabemos, no lo aceptamos o, al menos no lo tenemos interiorizado, y pocos de nuestros intelectuales y políticos lo conocen: en general, pensamos, incluso estamos convencidos, de que nuestro mundo es uno y único, y lo que no encaja en este mundo “nuestro” no es válido, o no es aceptable, o no es correcto.

Otro mundo

Para entendernos Occidente y China, para dialogar, para colaborar, para comerciar, incluso para oponernos, es imprescindible que nos bajemos de nuestro pedestal y empecemos por conocer, y reconocer, que China es otro mundo u “otro planeta”.

Empezando por la historia: China cuenta con un pasado “histórico” de cinco mil años, basado en un imperio que se inicia hace dos mil trescientos años, sobre un territorio prácticamente el mismo que el actual, con ligeras variaciones de fronteras, con un mismo idioma escrito, con una población homogénea en siglos, enriquecida por diversas aportaciones de 56 etnias. Y esa población china ha sido a lo largo de 2.500 años entre el 20 y 25% de toda la población mundial, y ha supuesto, desde el año 1 hasta 1840, más del 20%, y hasta el 30% del PIB mundial.

China es el único imperio, el único país que, salvo cortos períodos de convulsiones o cambio de dinastías, sigue desarrollándose y evolucionando sobre, aproximadamente, el mismo territorio y las mismas etnias a lo largo de siglos. Ésta es una de sus características singulares que lo hacen otro mundo. Los demás hemos nacido ayer o antes de ayer.

Y ese imperio, ese país, se ha construido, sobre todo a lo largo de los dos mil trescientos últimos años, es decir desde la fundación del imperio con la dinastía Han hasta nuestros días, sobre unas bases filosóficas, éticas y políticas muy distintas de las de Occidente: sobre la filosofía confuciana, que todos los servidores públicos tenían que estudiar y sólo accedían a sus puestos políticos tras unos exámenes muy exigentes. En el templo de Confucio de Pekín pueden leerse, grabados en piedra, los nombres de los que ganaban esas oposiciones a los puestos más altos de la Administración imperial hasta 1911. El imperio chino, a diferencia de los imperios de Occidente, no se apoya para gobernar, en la nobleza, sino en los mandarines, sus súbditos mejor preparados.

Confucio, anterior a Aristóteles

Confucio desarrolla su pensamiento más de un siglo años antes de Aristóteles o Platón, y ese pensamiento se adapta, evoluciona y enriquece a través de los siglos con muchos pensadores que conforman la filosofía confuciana. El confucianismo es el disco duro de la civilización china: un mundo de pensamiento y valores, muy distinto del pensamiento occidental. Por ejemplo, en el pensamiento confuciano prevalece la colectividad sobre el individuo, el bien de la sociedad está por encima del bien del individuo. El ”sueño chino” no es el triunfo del individuo, ni el éxito personal, individual, sino el éxito de la colectividad, de la sociedad, la prosperidad de todos, y sólo en ese contexto colectivo se aplaude el éxito personal.

Podemos, pues, afirmar que la civilización china y la civilización occidental conforman dos mundos muy distintos, con historias y valores muy distintos: dos mundos que pueden estar abiertos al diálogo, o a la confrontación.

Episodios clave

Dos mundos que han vivido durante siglos a espaldas uno del otro, y a una gran distancia el uno del otro. Por ejemplo:

> En el siglo I, el Imperio Romano, en su esplendor, suponía el 8% del PIB mundial; el Imperio chino era el 21%.

> Durante la baja Edad Media, en Europa se creaban ciudades, como Aquisgrán, capital del Imperio Romano Germánico con 15.000 habitantes y una sola embajada;  Xian, capital entonces del Imperio Chino, contaba con dos millones de habitantes y 250 embajadas.

> En 1421, a la inauguración de Pekín, la nueva Capital del Imperio, asisten invitados durante dos años más de 300 países o territorios, ninguno de ellos occidental. 

> Pekín se inaugura como capital con millón y medio de habitantes, cuando Roma tenía 50.000, Londres 10.000 y Nueva York ni existía.

> Dos mundos, a gran distancia uno del otro, y muy a espaldas el uno del otro.

> La Roma de Augusto tiene noticias del país de Seres, o de la seda.  Y el Emperador Tiberio, 20 años después, intenta frenar su importación, porque se “vaciaban las arcas de su Imperio”.

> La Ruta de la Seda, con sus más de 15.000 km. terrestres, es la vía comercial más importante del mundo durante 15 siglos. Esa ruta y las historias de Marco Polo abren los ojos a Occidente sobre un Gran Imperio desconocido. 

> Y en los siglos XVI-XVIII, Occidente gasta en productos chinos la mitad de la plata que ha saqueado de América: todavía hoy hay toneladas de monedas españolas de plata de la época en el Banco Popular de China.

Excepciones

Dos mundos que apenas se conocen entre sí y que se ignoran. Con algunas excepciones:

> Una, los jesuitas de Mateo Ricci que, entre los siglos XVI y XVIII se establecen en China, con gran prestigio como intelectuales y científicos, incluso respetados y admirados  por varios emperadores. Ellos establecen un diálogo largo con los letrados confucianos y con la civilización china. Ese diálogo es truncado por la incomprensión de sus superiores y del Papa Benedicto XIV que condenó tal diálogo como herético.

> Otra excepción:  la Inglaterra de Jorge III, se encuentra con una balanza comercial muy desequilibrada a favor de China, y en 1840 se lanza a las dos guerras del opio para imponer por la fuerza, junto a sus aliados, el “libre comercio” del narcotráfico, y así Occidente invade, ocupa y coloniza el tercio más rico del territorio chino durante un siglo, que los chinos denominan “el siglo de la humillación”. Occidente se convirtió así en el enemigo agresivo de China.

La China actual

Desde este breve brochazo histórico en el que faltan, evidentemente, muchos datos, pasemos a la actualidad. La China emergente de hoy, convertida en segunda potencia mundial, vuelve a la esfera internacional con nueva fuerza... Y ha vuelto para quedarse. Y Occidente se sorprende y se irrita: ni se lo esperaba, ni lo acepta. Estábamos tan inmersos en “nuestro” mundo, que seguíamos ignorando en gran parte este otro mundo que es China, que saltaba de la pobreza al desarrollo acelerado.

Ni siquiera tuvimos en cuenta que China había sido una de las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial, contra el nazismo y el supremacismo militarista nipón, en septiembre de 1945. Y, al acabar esa guerra, organizamos el mundo a nuestra manera, sin apenas contar con China en las instituciones internacionales, salvo en la ONU; y nos sorprende y nos irrita que China pretenda ahora  tener, por su  peso económico, tecnológico y político, el puesto que le corresponde  en la comunidad internacional. Y surge el conflicto:

> Para algunos, en Occidente, la solución es la guerra comercial, la guerra tecnológica, la guerra de la descalificación, el desprestigio y la calumnia. Incluso, unos pocos, pretenden que la solución tiene que ser el enfrentamiento bélico: volver a “las guerras del opio” por nuestro “libre comercio”. Con la diferencia de que hoy China está muy preparada.

> Para otros, también en Occidente, entre los que me encuentro y muy convencido, la solución es, primero, el conocimiento y el respeto mutuo, el respeto a la soberanía de los países y su idiosincrasia; segundo, el diálogo, el debate, la negociación para solventar nuestras diferencias, que, evidentemente, como venimos exponiendo, son muchas y muy profundas.

¿Utopía?

¿Es esto utópico? Pues me apunto a esa utopía, que creo que puede ser realidad, porque dos no se pelean si uno no quiere. Y China, lo acabamos de oír de una voz autorizada como el señor Yao Fei, aboga por el diálogo y la negociación: Así lo  ha demostrado en  su trayectoria histórica,  fundamentada en su pensamiento político confuciano, como hemos apuntado.

Muchos analistas políticos venimos abogando y defendiendo la necesidad de un nuevo orden global que sustituya, paulatinamente, al orden mundial que montamos los occidentales tras la II Guerra Mundial. No estamos solos en este mundo, no tenemos ningún derecho a imponernos sobre los demás, ni a imponer nuestras reglas de juego. Hay ya nuevos actores en este escenario de las relaciones internacionales y otros emergerán en breve, a los que tenemos que ir dando paso, aunque aún tengamos mucha fuerza para impedirlo o frenarlo. 

Y el primero de esos nuevos actores, por su importancia, es China, ese “otro mundo” que necesitamos conocer y entender y con el que estamos obligados a dialogar y negociar. @mundiario

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