El chavismo celebra una victoria electoral pírrica

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Twitter
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. / Twitter

Una vez más, el pronóstico electoral para Venezuela fue exacto: el chavismo volvió a ganar. Escrutada la casi totalidad de las mesas electorales mientras estas líneas son escritas, Nicolás Maduro logró poco más de 6 millones de votos o un 67% de los votos válidos emitidos.

El chavismo celebra una victoria electoral pírrica

Una vez más, el pronóstico electoral para Venezuela fue exacto: el chavismo volvió a ganar. Escrutada la casi totalidad de las mesas electorales mientras estas líneas son escritas, Nicolás Maduro logró poco más de 6 millones de votos o un 67% de los votos válidos emitidos, mientras que el exchavista Henri Falcón, apoyado por algunos sectores de oposición (o sea, no todos ellos), llegó a alcanzar poco menos de dos millones de votos o un 20%. Las misiones electorales usuales brillaron por su ausencia, pero el Consejo Nacional Electoral venezolano se valió de dos delegaciones internacionales para proclamar a los cuatro vientos la limpieza del proceso electoral llevado a cabo. Hay, pues, fiesta dentro de las filas del chavismo. Hay estertores de gloriosa victoria aplastante del pueblo sobre Donald Trump, la CIA, el imperialismo yanqui, el neoliberalismo, los guarimberos terroristas, la oligarquía, o como usted quiera llamar al otro bando.

Es decir, Nicolás Maduro fue electo para un segundo término en una elección en la que asistió menos de la mitad de la masa electoral.

En realidad, la rutilante victoria en cuestión no fue del pueblo venezolano en su conjunto, sino de la porción mayoritaria del 46% del electorado que se presentó. Es decir, Nicolás Maduro fue electo para un segundo término en una elección en la que asistió menos de la mitad de la masa electoral. Cosa interesante que recalcar, porque una de las delegaciones que colaboró con el gobierno de Maduro describió el resultado del voto del pasado 20 de mayo como reflejo de la voluntad popular. Aparentemente, 46% de los votantes es una muestra representativa de esa voluntad popular como para acallar a los mal intencionados y, cómo no, mal informados criticones anti-chavistas. Ese enunciado no tiene lógica, pero el chavismo dejó de tener lógica, por lo menos, desde el fallecimiento de Hugo Chávez. Y no faltan los que justifican el absurdo.

En uno de tantos comentarios publicados por TeleSur a raíz de esta elección presidencial, el sociólogo argentino Atilio Borón menciona que el chileno Sebastián Piñera fue reelecto en un comicio igualmente poco concurrido sin que nade de entre aquellos que el propio Borón llama “publicistas y empleados de la derecha que dicen ser periodistas” haya puesto esa victoria en entredicho, cosa que el comentarista aludido explica con eso de que Venezuela tiene petróleo y Chile no. A renglón seguido, menciona que otros presidentes, incluido Trump, fueron electos con porcentajes de la población electoral menores al 31% que obtuvo Maduro. Si hablamos de números como los que ha compilado el Consejo Nacional Electoral venezolano (y que presentaré a continuación), el caso que se presenta a favor del “mandato” recibido por Maduro en las urnas es mucho más frágil de lo que los chavistas nos quieren hacer creer.

Si nos ceñimos al parámetro que propone Borón, Maduro ganó la presidencia venezolana por primera vez en 2013 con el 40% de la población electoral. El 31% que él obtuvo en esta elección supone una merma en apoyo, lo que indica deficiencias en su primera gestión gubernamental. Por su parte, Hugo Chávez obtuvo porcentajes mayores en sus victorias electorales de 2012 (43%) y 2006 (46%) y la baja registrada entre esos dos comicios es menor a la que Maduro sufrió entre 2013 y esta elección. En adición, ese 31% logrado por Maduro es igualmente menor que los porcentajes que Chávez obtuvo en 1998 (33%) y 2000 (32%), bajos de por sí. La diferencia es que Chávez eventualmente logró despuntar en popularidad, aún cabiendo la probabilidad del clientelismo. Entretanto, Maduro no despega.

En cuanto a la participación en esta elección, también vale la pena comparar los números obtenidos el 20 de mayo con los de comicios anteriores. Cuando Chávez ganó por primera vez, en 1998, un 63% del electorado participó. Cuando este ganó por última vez, en 2012, el porcentaje de fue un masivo 80%. Y cuando Maduro ganó en 2013, la tasa de participación (79%) fue un tanto menor, pero todavía muy considerable. El 46% de esta elección, pues, dista mucho de los niveles alcanzados mientras Chávez vivía, pero la mentalidad de estado de sitio que cunde actualmente en las filas del oficialismo hace ver una elección en la que participaron unos pocos como una gran marea de color rojo chavista que ha vuelto a barrer a la oposición, con el propio Maduro haciendo alarde en la noche de la elección de haber asestado un “nocaut” a sus rivales. Es la negación crasa de la realidad.

De igual manera, presentar ese anémico porcentaje de participación como menos malo en Venezuela simplemente porque se dio primero en Chile es malgastar el tiempo. Si solamente el 46% participó, el resultado inevitable es una tasa de abstención electoral de 54%. Esa es una cifra problemática por una razón muy sencilla: en la América Latina de la diabetes democrática, de la que he hablado anteriormente, lo que la cifra refleja es la continuación de la crisis de representación, expresada esta vez en apatía electoral.

Y es que el problema con el chavismo en términos electorales es el miedo a perder, el cual llega a niveles tan altos que ha sido preciso para recurrir a la manipulación de las leyes electorales

En Venezuela, las implicancias de esa apatía son dos. Una expone incuestionablemente el que Henri Falcón, con todo y su campaña de centro, no logró entusiasmar a suficientes votantes ni siquiera como para estrechar su márgen de derrota. La otra demuestra el calado político de cosas que el propio Borón reconoce abiertamente como fallas que el gobierno de Maduro todavía no ha resuelto: corrupción y mal manejo de la economía. La negación de la realidad a la que ha caído el chavismo enfatiza la primera implicancia y olvida deliberadamente la segunda, o más bien la achaca a la feroz guerra económica que el imperialismo le ha declarado a la Revolución Bolivariana. Es siempre fácil culpar a otros de los errores propios, y el chavismo lo sabe.

No obstante, Borón asevera que ahora que Maduro ha ganado la partida, lo que le toca ahora a su gobierno es avanzar en dos frentes: en lo político, contra la embestida imperialista, y en lo económico, contra la crisis monetaria y de suministros. Si el primer término de Maduro presenta algún indicio de lo que viene, entonces no se puede ser optimista con el segundo. No obstante, como el comicio fue declarado inmaculado y Maduro lo ganó aplastantemente, el oficialismo espera que los ciudadanos no muestren desagrado alguno con los errores que juicio que Maduro seguramente cometerá en el manejo de la economía y que hará pasar a como dé lugar por políticas públicas bien pensadas. En caso contrario, el discrepante será prontamente acusado y debidamente castigado como guarimbero terrorista o vil consorte del imperio. Porque un gobierno chavista nunca se equivoca.

El que las delegaciones internacionales reclutadas por el Consejo Nacional Electoral venezolano hayan proclamado que el escrutinio de votos y su totalización fueron exactos y fidedignos es una cosa. El que se compita en buena lid es otra y sobre ello el chavismo tiene un historial largo y negativo. Esta ocasión no fue ninguna excepción, pues ese mismo Consejo Nacional Electoral que tanto se jacta de supervisar el sistema electoral más confiable del mundo prohibió la participación de los principales partidos de oposición, adelantó la fecha misma de la elección (con lo cual la oposición tuvo poco tiempo de hacer campaña) e incluso eliminó el requisito de la tinta indeleble para prevenir que se vote más de una vez.

El emperador Maduro quiere encarcelar a la niña que se dio cuenta de que anda desnudo, pero lo hace bajo su propio riesgo ahora que la espada de Damocles pende sobre él

Y es que el problema con el chavismo en términos electorales es el miedo a perder, el cual llega a niveles tan altos que ha sido preciso para los gobiernos chavistas el recurrir a la manipulación de las leyes electorales y la politización del sistema electoral en su conjunto. Y lo curioso es que en un ensayo publicado por una revista izquierdista en 2002, el propio Borón describe a las democracias liberales latinoamericanas como incapaces de proveer verdaderas alternativas de gobierno que no sean caras de la misma moneda neoliberal. Se puede votar libremente en Venezuela, pero solamente por el chavismo.

En conclusión, la poca participación en la reciente elección presidencial venezolana no debe ser motivo de orgullo para nadie y el chavismo se engaña a sí mismo si quiere ocultar esa verdad empleando trucos propagandísticos y valiéndose de gente como Borón y otros muchos. Sin embargo, Borón sí tiene toda la razón en un punto crucial: “Sería suicida ignorar que las penurias que está sufriendo la población venezolana tienen un límite. La menor afluencia a las urnas (…) fue una señal temprana de ese descontento y de un peligroso acercamiento a ese límite”. El emperador Maduro quiere encarcelar a la niña que se dio cuenta de que anda desnudo, pero lo hace bajo su propio riesgo ahora que la espada de Damocles pende sobre él.

Esta ha sido una victoria pírrica para el chavismo. Ni más, ni menos.

Comentarios