La efigie del jefe del Estado preside legítimamente todas las democracias

Felipe VI, rey de España.
Felipe VI, rey de España.

España no es “una”, pero tampoco “Viva Cartagena”. La democracia es en la apolillada piel de toro tan exótica como la Carta Magna que Juan sin Tierra tuvo que tragar allá por la Edad Media.

La efigie del jefe del Estado preside legítimamente todas las democracias

España no es “una”, pero tampoco “Viva Cartagena”. La democracia es en la apolillada piel de toro tan exótica como la Carta Magna que Juan sin Tierra tuvo que tragar allá por la Edad Media.

La democracia, mientras no demostremos lo contrario, es en la apolillada piel de toro tan exótica como la Carta Magna que Juan sin Tierra tuvo que tragar allá por la Edad Media, en Inglaterra. Reflexionemos si no alrededor del izar y arriar de los  ¡todavía! llamados “símbolos”. España no es “una”, pero tampoco “Viva Cartagena”.

La democracia conoce variadas versiones de superficie, con tal de que se respete la sustancia de sus raíces.

Un demócrata de cualquier ideología debe respetar la legitimidad de la Constitución vigente. Personalmente deseo verla sustituida, mejor que reformada, por otra nueva, aunque la acato mientras no suceda.

Colau, alcaldesa de Barcelona, tiene derecho a bajar el busto del rey padre, Juan Carlos I, para inmediatamente alzar la foto del actual monarca, incluso si le tocó el nombre de serie de Felipe VI.

Felipe de Borbón y Grecia es el jefe del Estado español y en tanto lo sea, presidirá, como todos los jefes de Estado democráticos, en presencia institucional.

El único consenso auténticamente democrático consiste en aceptar el Gobierno de la mayoría absoluta, de un solo partido o de una coalición de partidos, hayan ganado o perdido ”los nuestros.”

Quienes rechazan este principio sine qua non, ya sabemos para qué les sirven las urnas.

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