Cataluña y su 'leyenda etiológica': reinventar el pasado para justificar el presente

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En Cataluña la historia se ahorma como conviene.

Cataluña está peor que estaba, los problemas de la gente no se han resuelto, ni siquiera planteado y la propia pretensión plebiscitaria naufragada. Y todavía promete ser mejor lo que está por venir.

Cataluña y su 'leyenda etiológica': reinventar el pasado para justificar el presente

Cataluña está peor que estaba, los problemas de la gente no se han resuelto, ni siquiera planteado y la propia pretensión plebiscitaria naufragada. Y todavía promete ser mejor lo que está por venir.

En el decisivo libro Historia de la historia en el mundo antiguo, el profesor James T. Shotwell, de la prestigiosísima Universidad de Columbia, señala que hay determinados casos de reescritura de la historia, al servicio de ciertas demandas, de modo nada tiene que ver con los hechos que realmente ocurrieron. Tal parece que estuviera refiriendo al devenir reciente de los mitos explotados por el nacionalismo catalán.

Dice Shotwell que son leyendas heroicas, reelaboradas mucho después de los acontecimientos para glorificar a un rey, a una casa, a un noble o a una nación.  Y llama a eso “la leyenda etiológica” que evoca un hecho histórico, alegando la causa de que se ha llegado a la situación actual.

El nacionalismo catalán disfraza de agresión a Cataluña por parte de España lo que solamente fue una guerra civil, con dos bandos, en el que Cataluña optó por uno, lo mismo que otros lugares de España, la causa del archiduque Carlos frente al Felipe V.

“Las leyendas heroicas y etiológicas –escribe Shotwell- hicieron en las sociedades primitivas lo que muchos escritores históricos hacen en las sociedades más avanzadas: elogian y magnifican hombres e instituciones que eran tenidos en gran estima por el pueblo y explican el presente explican do sus orígenes en el pasado.

¿Acaso qué se hace cada 11 de septiembre en Barcelona? Pues se honra la memoria del abogado Rafael Casanova, Conseller en Cap, personaje relevante, sin duda, pero menos heroico de lo que pinta, quien tras la derrota volvió a su profesión de abogado, que ejerció hasta su muerte. Su figura fue recuperada como símbolo de la lucha por las libertades de Cataluña,  a partir de la Renaixença pese a que en sus proclamas a la batalla, Casanova siempre invocaba la lealtad al candidato al trono de España del que era partidario. Se levantaría la famosa estatua de las ofrendas del 11 de septiembre, punto de encuentro de las organizaciones catalanistas, al socaire de la leyenda “Aquí cayó herido el Conseller en Cap Don Rafael Casanova defendiendo las Libertades de Cataluña. 11 de septiembre de 1714”.

En una de las más repugnantes manipulaciones de la historia, recientemente, la presidenta del Parlamento de Cataluña, Núria de Gispert, explicaba a un grupo de escolares la historia del 11 de septiembre, reduciendo de manera sesgada los hechos, que presentaba como una guerra de España contra Cataluña y no lo que realmente fue. Círcula por ahí vídeo en el que la señora Gispert se refiere a “los otros”, de modo genérico, a los españoles agresores, y no en todo caso a las tropas de Felipe V.

La construcción del mito del hecho diferencial de Cataluña, su victimismo, pese a sus privilegios pasados y actuales, se instala y se adoba en ese fenómeno que señala el profesor Shotwell, como si sólo los catalanes tuvieran pasado, hechos singulares, voluntad de pueblo al margen o por encima de los que son sobre todo para ellos un gran mercado. Como si hubieran sido objeto de agravio y persecuciones exclusivas por parte del Estado en todo tiempo y lugar. No hay en Europa estado o Lander federado que goce de sus prebendas y privilegios, de su estatutos y posición. Pero eso no importa, se insiste en el falso agravio para construir el mito.

Los españoles en su conjunto, incluidos aquellos que por vocación u oficio hemos seguido la última fase del proceso que vive Cataluña estamos –al menos hablo por mí- hartos. Y todo parece indicar que el viento de la historia promete llevarse a ese personaje que destruyó una coalición política que –aparte de sus miserias- proporcionaba cierta estabilidad a la sociedad como representación de un sector significativo de Cataluña. Arturo Mas ha ido mermando y reduciendo el apoyo sociológico con que partía (en cada elección de las tres que lleva ha perdido doce diputados propios sobre las precedentes), en tanto sobre sus despojos ha avanzado un variado mejunje de siglas e ideas que nos han conducido a las esperpénticas propuestas de establecer en Cataluña una “cuatroarquía” oriental. Eso promete.

Peor que estaba
Cataluña está peor que estaba, los problemas de la gente no se han resuelto, si siquiera planteado y la propia pretensión plebiscitaria, naufragada. Y todavía promete ser mejor lo que está por venir, esas elecciones generales donde, ¿volveremos a ver en curioso maridaje la variada tropa ideológica que se congregó bajo la estelada? ¿O cada uno irá por su cuenta con propuestas concretas?
Quién sabe si asistiremos al nacimiento de un mito, y en el futuro, todos estos personajes, convertidos en héroes del afán nacional tienen una estatua, una conmemoración y una etiología propia.

 

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