No se cansen, que es peor

El libro Modernizar la educación de todos, de Mundiediciones, a la venta en Amazon. / Mundiario
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El final de la covid-19 debiera aprestarnos a situar la atención en lo que importa y no en las ocurrencias oportunistas.

No se cansen, que es peor

Ahora que la covid-19 parece estar remitiendo, el fin de semana largo del Pilar muestra que, entre jolgorios varios, estamos bastante cansados y, a veces, hasta parece que hayamos perdido el Norte. Se ha visto en las preguntas y respuestas al Gobierno de este miércoles día 13 en el Congreso, donde el respeto mutuo, la agudeza en el debate y el contacto con lo que de verdad sucede en la calle andan por los cerros de Úbeda.

Ni parece que fuera ayer el día más adecuado para abucheos al Gobierno, ni hoy el momento más idóneo para no recriminarlos.

¿Unidad?

La supuesta “unidad” –en una fiesta nacional como la de ayer debía privilegiarse– entendida como en democracia debe ser la unión frente a los problemas reales de los ciudadanos, sigue en los anaqueles de la retórica, mezclada con rencores que no encuentran satisfacción sino sentados en los sillones azules. Una pena para todos, si lo que se defiende o se critica tan rudamente solo tiene que ver con el quítate tú, que me pongo yo. Por cierto, que unos y otros tenían en lo que ayer se vio en las calles de Madrid, razones sobradas para estar atentos; no vaya a repetirse pronto aquí, lo que están tratando en Roma tras el ataque a la sede del sindicato más importante de Italia, una expresión que a su vez imitaba lo que había sucedido de 1919 a 1922 en la misma ciudad.

Por los cerros de Úbeda anduvo la crisis de la vivienda que, hace unos días, logró la promesa de una ley específica en que se planteaba limitar las ganancias que puedan generarse a su costa; en los ambientes conservadores les pareció de tal dislate que han reaccionado de modo casi idéntico a cómo lo habían hecho en marzo de 1900, con motivo de la primera ley que limitó el trabajo a los menores de diez años. Se trataría ahora de concordar los  arts. 33.2 y el 47 de la CE78, pero según uno de los líderes conservadores de relumbrón, con unos salarios como los que tienen hoy los jóvenes, la vivienda está a su alcance. A la ignorancia de su estructura de salarios, que según una encuesta reciente (en El Observatorio Social, julio 2019), apenas permite que solo un 26% de los menores de 29 años pueda  hacerse propietario de una vivienda, sumaba un concepto de la propiedad privada situado todavía en el espacio sacralizado que había tenido en el siglo XIX y, aunque la CE78 limitó esa posición, mostraba la gran hostilidad de sus votantes -a quienes dice representar- a la igualdad de todos en el disfrute de los bienes sociales indispensables. Ponía de manifiesto, de paso, una peculiar  concepción del constitucional  Estado de Bienestar  en que las huellas de los tiempos preconstitucionales están presentes con casi todas sus carencias, cuando los emigrantes de nuestra tierra, que mandaban divisas desde Europa, no se creían lo que el trato que allí recibían, por ejemplo,  si enfermaban o llevaban a sus hijos a la escuela.

Es llamativo que, en Educación, cuando estamos estrenando ya una octava ley orgánica del sistema escolar, le estemos prestando más atención a lo relativamente secundario –como detalles del posible currículo y similares aspectos de formalidades epidérmicas-,  mientras en el meollo del sistema aspectos como el peso y relevancia reconocida de la enseñanza pública en el conjunto, apenas han cambiado respecto a su situación en la transición democrática. El panorama  existente permite repetir, incluso, lo que Jimeno Sacristán observaba 1989: “más énfasis en divulgar nuevos conceptos, nuevos lenguajes, que en plantear políticas de cambio real”; es decir: que las reformas “o se hacen realmente en las aulas o resolverán pocos problemas del funcionamiento del sistema educativo”.

Modernizar la Educación

Como se analiza en Modernizar la educación de todos (Editorial Mundiediciones), la covid-19 ha vuelto a poner de manifiesto que, mientras la precariedad del Estado es beneficiosa para unos pocos, solo la fortaleza de este es el gran amparo de todos, especialmente de los más pobres; esta pandemia nos ha hecho reconocer el gran valor que, para disminuir la desigualdad, ha tenido el esfuerzo de sanitarios y docentes. Pero al mismo tiempo, hemos podido ver que ha bastado que las expectativas de este curso 21-22 auspiciaran un tiempo más bonancible para que algunas mejoras que introdujo en ratios, en trabajo de colaboración, y en cercanía al trato personalizado de los que más lo necesitan, se hayan cuestionado de nuevo como inviables en algunas comunidades autonómicas en nombre de una “libertad” que determina el mercado y no un derecho fundamental de cuyo cumplimiento el Estado ha de ser garante.

Toca lidiar con la decepción de unos tiempos de liberalización de los servicios, cuyos recursos pretenden atrapar múltiples entidades privadas con perspectiva de negocio y supuesta agilidad facilitada por unos muy bien entrenados sistemas estadísticos sesgados en sus aplicaciones tecnológicas. Las evidentes necesidades de que la escuela pública se modernice hacen prevalecer un control de competitividad contable, sobre la renovación profunda de su actividad interna y el sentido que deba tener como derecho. Son muchos –incluso grupos de apariencia innovadora- los que revisten de “interés general” iniciativas parasitarias de los recursos públicos en detrimento de un sistema de enseñanza acorde con la justicia distributiva. Y en sintonía, se confabulan con la semántica para sembrar la confusión con palabras propicias a sus intereses particulares: la anfibología y el oxímoron también educación son rentables, igual que en política, en el consumo y en la publicidad que los acompaña. En este campo se aplican a rentabilizar las variedades reticulares en que está subdividido el sistema educativo desde 1857.

Tal cómo ha ido la educación de todos hasta ahora, quienes se empeñen en modernizarla  deberán partir de lo que haya avanzado realmente el sistema educativo en preparar a todos para el mundo actual. Una sociedad democrática que comparta un código ético solo es posible desde un sistema educativo sólido, comprometido con la buena educación para todos. De momento, igual que Nina, el personaje entrañable de Galdós en Misericordia, habremos de seguir diciendo:  “No sé si me explico…, digo que no hay justicia, y para que la haiga, soñaremos todo lo que nos dé la gana y soñando, un suponer, traeremos acá la justicia”. @mundiario

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