La campaña electoral, pieza de teatro de trama pautada e incierto final

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El final de la obra.

Durante la campaña electoral escucharemos muchas palabras mágicas. Las enarbolan como una bandera. Es como si todos creyeran realmente que se solucionan los problemas sólo con pronunciarlas.

La campaña electoral, pieza de teatro de trama pautada e incierto final

El discurso político es, según Azorín, una obra escénica completa. El actor es el político, el candidato. Así que nadie que no quiera serlo puede ser engañado. Representación, nudo y desenlace. La cosa, verán ustedes, no da más de sí. La función apenas empezando.

Durante la campaña electoral escucharemos muchas palabras mágicas. Los políticos las enarbolan como una bandera. Cuando se dicen estas palabras es como si todos creyeran realmente que se solucionan los problemas sólo con pronunciarlas. El inventor de esta técnica no fue un demócrata, fue Goebbels, un experto en el uso de las palabras adecuadas. El ministro de propaganda nazi cuidada el lenguaje; era como un artesano. Hitler, por su parte, decía que el orador político debe despertar los sentimientos primarios de la gente y utilizarlos a su favor. Lo hizo, sin duda. Fue capaz de decirle al pueblo alemán lo que éste quería oír. Ahora es lo mismo, pero más variado. La realización de algunas propuestas son disparatadas, imposibles, son en realidad metáforas, figuras literarias.

Hoy en día, palabras como progresista, conservador, derecha, patriota, nacional, tienen, según quien las pronuncie distinto significado. Un patriota "nacional popular" gallego cree que un patriota español es un fascista. Derecha e izquierda tienen, según quien lo enuncie, significado distinto. Pero las más de las veces, ya no quieren decir nada.

En esta campaña veremos el viejo esquema de la lógica electoral más desgastada. Sus elementos más comunes recuerdan la separación primaria con sentido tribal. Por un lado ellos, por otro nosotros. Se establece un leit motiv como punto débil del enemigo y se carga sobre él toda la artillería ridiculizando a los adversarios De todos modos, de una manera pautada, se introducen elementos nuevos de modo dosificado a medida que avanza la campaña. Pero el discurso real no pasa más allá de la media docena de ideas.

La modulación de las intervenciones depende del nivel cultural del auditorio. Pero más que hacerlo pensar, en las campañas electorales al uso, se pretende remover los elementos personales de adhesión o antipatía. Cuando el auditorio se considera más selecto, el tono del contenido sube y se rebaten los datos del adversario. Cuando se encuentra un recurso brillante se explota hasta el infinito.

Sentimientos primarios, emociones, tópicos, manejo de las masas. Siempre lo mismo. La campaña electoral es una gran representación teatral. Hoy en día, lo importante no es celebrar mítines multitudinarios, sino que aparezca la noticia más tiempo o espacio y mejor tratada en los medios de comunicación. A veces, piadosamente, los periodistas mienten. Ocurre, por ejemplo, en esos actos de partido a los que asiste media docena de despistados. Los fotógrafos se contorsionan para conseguir un plano en el ocho personas parezcan llenar el salón.

Nos queda mucho divertimento. Dice Thomson que cuando la campaña electoral se aproxima a la meta, las boutades, exageraciones y promesas irrealizables de los candidatos se incrementan en sentido inversamente proporcional a los días que quedan para los comicios.

Hasta se creen sus fantasías

Algunos candidatos, en su afán de transmitir a los electores confianza, se prendan de sus propias fantasías, hasta creérselas. Entran en una especie de catarsis de modo que, con enorme convicción, dicen cosas que serenamente, en otras circunstancias no se atreverían a decir. Es como una borrachera.

Estos días se acuñan expresiones nuevas, como eso de la "mayoría plural". Me recuerda aquella cosa que se inventó el ex vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, quien americanizó el hermoso nombre griego que le cediera su padre (Agnanestopulus), pero esta es otra historia. El tal Spiro se invetó lo de "mayoría silenciosa"; es decir, esa mayoría que no se manifiesta a través de la opinión pública expresada era, para él, la confirmación de que, con su silencio, apoyaban su política. Hitler no lo diría mejor.

Lo malo de las campañas electorales al uso es que todas son igual de aburridas. Con relación al esfuerzo que representan, sirven para poco, muy poco, ya que actúan como factor de refuerzo más que como creadores de opiniones nuevas. Los mítines tienen mucho de comedia dramática, y hasta las estrellas saben provocar el aplauso, mediante un mutis oportuno, el chascarrillo feliz o la falsa ocurrencia, previamente preparada y ensayada.

Nada es lo que parece. El esquema de la comunicación de los candidatos se prepara con mucha anticipación y los discursos se redactan a partir de una estructura básica de ideas fuerza que se irán repitiendo una y otra vez. No hay    apenas espacio para la improvisación, salvo excepcionales destellos y sentido de la oportunidad de la que no todos están dotados.

Pero la democracia es así de monótona a veces. Pero no hay nada mejor.

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