La campaña electoral del 21-D excita la división y la desconfianza

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Símbolos de la justicia.

El poder político orienta la Justicia según convenga, y cuando no puede, que no siempre puede, la echa a los leones. La Magistratura tiene parte de culpa, pero su tarea es ímproba y con frecuencia debe desarrollarla a destiempo, con trabas y en un clima de impopularidad. 

La campaña electoral del 21-D excita la división y la desconfianza

El desarrollo de los acontecimientos en Cataluña, conforme se acerca el 21-D, pone en evidencia dos errores que cometió el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando las autoridades de la Generalitat arrojaron por el sumidero, en sede parlamentaria, la Constitución española y el Estatut. El primero, su tardanza en aplicar el artículo 155 y, el segundo, aunque muy vitoreado, lavarse las manos en el primer charco que encontró con la inmediata convocatoria de elecciones autonómicas; no por el hecho en sí del supremo acto democrático del voto, sino porque emplazar a las urnas requiere unas condiciones mínimas de estabilidad social y de orden institucional y jurídico que no se dan en el caso catalán, y porque acelerar la cita en estas circunstancias distorsiona el grave compromiso del sufragio. Decía David Lloyd George, primer ministro británico (1916-1922) y miembro del Partido Liberal, que las elecciones son, a veces, “un puñal de papel”. 

Ni el presidente, ni el resto de dirigentes políticos cayeron en la cuenta, y, si cayeron, optaron por la demagogia, el populismo y los confusos intereses partidistas. En nuestra historia moderna no existe precedente de campaña electoral en la que confluyan tanto quebrantamiento, tanta división y tan alto riesgo. La propuesta de indulto para los secesionistas realizada por el acróbata Iceta (PSC) maltrata el sentido común. ¿Con qué garantías pueden abrirse las urnas en un arruinado escenario de confrontación, odios y mentiras? Ninguno de los partidos airea un programa formal y creíble de gobierno. Se identifican por estar a favor o en contra de la independencia, por la mayor o menor radicalidad de sus discursos o por lo superfluo de sus gratas intenciones. Los constitucionalistas son navíos hacia puertos distintos y el secesionismo una aleación de raleas hostiles. El panorama excita los puñales que decía David Lloyd.

Es obvio que, dado el encono y las extensas ramas del manzanillo separatista, aplazar los comicios a una fecha lejana de la asonada no hubiera restituido la razón histórica, la normalidad democrática y la convivencia –titánica encomienda que ocupará a varias generaciones, si las ocupa–, pero al menos sí, quizás, habría evitado el caótico espectáculo al que asistimos y sus próximas consecuencias. Todos actuaron dándole carnaza a sus buitres interiores. El 21-D fue convocado por el miedo y por la falta de cuajo político para implantar el mandato constitucional y permitir que la Justicia actuara en tiempo y forma contra los autores del delito.

El poder político orienta la Justicia según convenga, y cuando no puede, que no siempre puede, la echa a los leones. La Magistratura tiene parte de culpa, pero su tarea es ímproba y con frecuencia debe desarrollarla a destiempo, con trabas y en un clima de impopularidad. Pablo Llanera, acreditado juez del Supremo, obra en consecuencia y no actúa a destiempo. Lo improcedente, lo intempestivo, es celebrar elecciones con listas cuajadas de insurrectos, unos en la cárcel, otros refugiados en la frialdad de Bruselas y los más de campaña campante. Conmovedor.

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