La “bancada” de los hermanos Marx

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"Remake" de El camarote de los hermanos Marx

Mejorando lo presente, a los protagonistas y extras de la actual bancada en el Congreso de los camaradas marxistas, cada nueva proposición de ley, cada sugerencia de decreto, cada zancadilla legislativa a su socio mayoritario de gobierno, les aproxima un poco más que la anterior pero menos que la siguiente a un remake de “El camarote de los hermanos Marx.

 

La “bancada” de los hermanos Marx

Qué cosa dices, ¿la Ley de Eutanasia? Hombre, sonar, suena bien, a progre, a civil, a laica, a ruptura definitiva entre los insignificantes mortales y todo tipo de dioses virtuales a los que, durante siglos, en millones de noches y centenares de idiomas, se les ha encomendado la vida y la muerte con humilde resignación olímpica, romana, islámica, hinduista, cristiana, incluso atea, oye: ¡hasta mañana si tu quieres! Ahora, verás, en plena fiebre de Unidas Podemos para domesticar a la inescrutable justicia divina y la emancipada justicia humana, Pablo Iglesias pretende matar a dos molestos y, republicanamente hablando, contradictorios pájaros de un tiro: a Dios y a Montesquieu. Está claro que lo de Dios suele acabar en un tiro al aire por las siglas de los siglos, oye. Pero es que, lo de Montesquieu, clama talmente al cielo morado, rojo y gualda de una hipotética III Republica con un confuso lema: ¡Ni Dios, ni Patria, ni Montesquieu!

De todos los asaltos que ha afrontado Pablo Iglesias, al Europarlamento, al Congreso, a las televisiones, a las redes sociales, al Gobierno, a la Corona, no me negarán ustedes que esto, lo de “la buena muerte”, es el que más se ajusta a aquella añeja proposición de Karl Marx adoptada por Unidas Podemos: el asalto a los cielos. Pero el problema no es derogar la ley de Dios, las leyes de tantos dioses en cuyos nombres se ha regulado y se regula la eutanasia, sino traspasar esa responsabilidad a hombres y mujeres legisladores, ejecutores, juzgadores, todos ellos y ellas de paso en los escaños, en los Consejos de Ministros, en los juzgados, que han recuperado la potestad de los antiguos emperadores romanos de volver a decidir a dedo (¿qué más da el pulgar que el índice?) los que van a morir, cómo van a morir y cuando van a morir. La cuestión no es centrarse en abolir el axioma de infalibilidad de los múltiples vicarios de dioses en la Tierra, sino no incurrir en aquel error de la “Pax Romana” de elevar a simples mortales, Calígulas, Pablos Iglesias, Nerones, Pedros Sánchez, Claudios, M-Rajoys, Césares de izquierdas, de derechas, independentistas, extremistas, a la categoría de dioses inmortales, uuufff, aprovechando el espejismo de esta turbulenta “Pax Hispana” El asunto, a mis escasas luces, es que nadie, ni elegidos ni electores, debería poder entrometerse en la decisión personal, íntima, intransferible de un ser humano (ni en posesión de sus facultades, naturalmente, ni con síntomas de haber perdido la cabeza, ni siquiera en un irreversible estado de coma), de cómo y cuándo cruzar la frontera entre el más acá y el más allá.

Con razón están utilizando el eufemismo de despenalización, como un derecho del que no va a poder disfrutar el único sujeto individual que podría beneficiarse del mismo: ¿acaso se puede inculpar, sancionar, sentenciar a los muertos? ¡Venga ya, señorías! Ahí los tienes, en La Carrera de San Jerónimo, 350 hombres y mujeres sin piedad o con ella, que de todo hay en esas viñas del señor, dispuestos a intentar arrancarle votos a los vivos favorables a los síes, a los noes, a la abstención, a costa de los muertos, de “morituri”, de ustedes y este humilde servidor, que no necesitamos ninguna ley para “la buena muerte”, sino una sencilla (a poder ser lo menos burocrática posible, desde luego gratuita, por supuesto con garantías) declaración de últimas voluntades vitales, ¡meros trámites de notaría, vamos!, que se impongan a los criterios médicos, judiciales, de familiares, de allegados, del Estado, ¡coño!, en relación al cómo, en qué circunstancias, cuál consideramos cada uno de nosotros el subjetivo punto sin retorno para proceder a irnos al otro barrio, con la música a otra parte y ligeros de equipaje.

Los políticos es que son insaciables, oye. No les bastaba con regular las llegadas de los futuros ciudadanos al mundo, con seguir amargándonos la existencia mientras estamos en el mundo y se han puesto ahora a deliberar, a enredar, a ver cómo pueden seguir dándonos el coñazo hasta un segundo antes de que nos despidamos de este mundo. ¿Pero no se cansan ustedes, señorías? ¿Tan vacías/os están sus vidas, sus cabezas, que llegan al colmo de intentar rellenarlas planificando nuestras muertes? Chico, por extraer algo bueno de esta nueva, invasiva y gratuita iniciativa legislativa (¡qué déficit de sana cultura de la muerte padece España!), sugiero a los geniales guionistas de aquella hilarante serie que nos mantuvo atentos a la pantalla: ”Aquí no hay quien viva”, el título para una nueva serie de éxito asegurado: “Aquí no hay quien muera”

Posdata (solo para médicos).- Incluso a Hipócrates se le atribuyen serias dudas respecto a la auctóritas deontológica de decidir por “morituri”. @mundiario

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