Anormalidades democráticas

Pedro Sánchez y Pablo Casado.
Pedro Sánchez y Pablo Casado.

No es normal que los presos den mítines, que el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial se reten en duelo, que en plena ola de pandemia se cambie de máxima autoridad sanitaria, que un Presidente haga de ciego y un Vice de pícaro Lazarillo del Tormes o de Buscón Pablo...

 

Anormalidades democráticas

Lo que nos sobran son periodistas defensores o detractores de este Gobierno de “lengua bífida”, dicho sea en el sentido oral de la expresión y con todos los respetos para quienes padecen esa anomalía anatómica, de esos que escriben columnas, destapan escándalos, sientan cátedra moral y ética en tertulias, por mimetismo ideológico o como fríos y calculadores mercenarios que repiten, como papagayos, lo que les dictan al oído las voces de sus respectivos amos reaccionarios o progres.

Lo que nos sobran, ya digo, son energúmenos de derechas, de izquierdas, independentistas, españolistas, realistas, republicanistas, anarquistas, “dadaístas” y todas las “istas” que han inducido a los españoles y españolas a desmontar las piezas del complejo puzzle de la democracia que empezamos a encajar en aquel tiempo que llamábamos de la Reforma, ¿recuerdas?, cuando los Pactos de La Moncloa, el aterrizaje de Isidoro, el Eurocomunismo de Carrillo, la lenta caída de Fraga del caballo franquista, el Referéndum de la Constitución, el final del “silencio de los corderos” tras años y años temblando ante “los ruidos de sables”, los tanques de Miláns del Bosh y las pistolas de Pavías y Tejeros.

Cuarenta años no son tantos como para olvidar que, hubo un tiempo en el que una inmensa mayoría de españoles y españolas de entonces, padres y madres, abuelos y abuelas de los españoles de ahora, decidieron que, ¡de una puñetera vez!, nos convirtiésemos en una serena, civilizada, tolerante y excainita democracia como esas que había al norte de los Pirineos, ya sabes, en las que la vida, las legítimas ambiciones, los sueños y las pesadillas de la gente corriente, al menos en apariencia, oye, prevalecían sobre las miserias, las grandilocuencias, las mitomanías ideológicas y las maniobras orquestales en la oscuridad de unas clases políticas que acababan expiando sus pecados o recibiendo su merecida recompensa en las urnas.

¡Con lo que costó montar el puzzle de España...!

En esta España de ahora, mejor dicho, en esta ensalada de Españas, los votos están cautivos; las hinchadas ideológicas o ideoilógicas están varadas como la sirena de Casona, como los culés en Canaletas, los merengues en Cibeles o los colchoneros en Neptuno. En el pedazo de España catalán, por ejemplo, los chicos de la película son unos señores fugados o condenados, y luego figuran como polizones, como enemigos públicos o vergonzantes comodines aduladores, como extras, vamos, candidatos del PSC, de Ciudadanos, del PP, de Podemos, de Adacolauistas, que le proporcionan una capa de pintura democrática al innovador invento del secesionismo: la dictadura sociológica. En ese otro pedazo de España al que llaman Euskadi, los chicos de la película son los descendientes de una endogámica burguesía meapilas, bendecida en los púlpitos, o matones con piel de cordero que le han dicho adiós a las armas pero siguen disparando con bala en los mítines y recogiendo la cosecha aberztale en campos sembrados de casquillos del nueve Parabellum. Allí, no existe el voto libre, personal y secreto. Allí, verás, se vota de memoria, con la memoria, a pesar de los esfuerzos de Fernando Aramburu, el autor de Patria, por intentar reinterpretársela y refrescársela a sus unidireccionales paisanos. Y luego están esos otros pedazos sucedáneos, Navarra, Als Balears, La Comunitat Valenciana, que por lo visto de mayores aspiran cabezas de ratón, en vez de seguir incorporados, como piezas básicas, a ese puzzle al que muchos pretendemos seguir llamando España.

Esto es lo que hay, ladys and gentlemen. Me resulta impensable imaginarme a un Vicepresidente de Estados Unidos, permaneciendo en su cargo, si hubiese hecho una reflexión sobre su nación como la de Pablo Iglesias sobre la suya el otro día: “En España no hay una situación de plena normalidad democrática”. Y lo malo es que tiene razón, oye. Pero no por lo que él, en su sesgada sabiduría, ha expuesto, sino porque ha dejado expuesto a su gobierno, a sus instituciones, a su pueblo, a las carcajadas de Europa y la eterna gratitud de Vladimir Putin: ese gran demócrata reconocido urbi et orbi. Si Pedro Sánchez lo sigue manteniendo en su cargo, parece evidente que Pablo ha puesto el dedo en la llaga, oye: vivimos tiempos de anormalidad democrática. @mundiario

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