Un año de vida con los habitantes de la aldea compostelana de Angrois

Concentración de afectados por la catástrofe de Angrois. / Luis Polo
Concentración de afectados por la catástrofe de Angrois. / Luis Polo

El 24 de julio de 2013 fue también el día en el que los medios públicos de comunicación se desnudaron ante aquellos que los pagamos para evitar carencias.

Un año de vida con los habitantes de la aldea compostelana de Angrois

El 24 de julio de 2013 fue también el día en el que los medios públicos de comunicación se desnudaron ante aquellos que los pagamos para evitar carencias.

Toda mi vida profesional, casi 50 años, ha transcurrido en los medios públicos de comunicación y, más concretamente, en la radio. Casi cincuenta años en los que he tenido la oportunidad de conocer los mejores y los peores tiempos de las emisoras públicas; pero nunca he sentido la desnudez con la que esos mismos medios públicos ofrecieron a Galicia y España lo que aconteció ese día en la curva fatídica de A Grandeira, en Angrois, en la que un tren Alvia Madrid-Ferrol, entró a una velocidad absolutamente inadecuada para un tendido ferroviario que, probablemente, nunca se debió construir como está a partir de un túnel.

    No tengo conocimientos para analizar la actuación del conductor del tren, ni las medidas de regulación de la velocidad por sistemas automáticos de frenada, ni siquiera si estas eran las adecuadas a las circunstancias de la vía; pero sí puedo referirme a lo que, como oyente y profesional de radio o como espectador de televisión, las cadenas públicas que podemos sintonizar en esta Comunidad Autónoma, ofrecieron como respuesta inmediata a un suceso de magnitud tal que Galicia nunca había alcanzado.

    Como es conocido, los gallegos nos honramos a nosotros mismos como ciudadanos con la celebración, el día 25 de julio, del Día da Patria Galega o Día de Galicia. Es nuestra fiesta global. Y como tal, lo habitual es que los medios de comunicación en general pero especialmente los de carácter público, dispongan desde el día anterior (24 de julio) de un operativo que pueda dar respuesta a cualquier emergencia que se registre en la Comunidad Autónoma, particularmente en Santiago de Compostela, capital de Galicia en la que se desarrolla también  el día del patrón Santiago, y numerosos actos, algunos de ellos de carácter reivindicativo que, si bien casi siempre se celebran dentro de una cierta normalidad, en distintas ocasiones han causado quebrantos y movilizado a las fuerzas de orden público para propiciar una convivencia ciudadana sin más problemas.

    Si, como se ha hecho siempre y en previsión de circunstancias anómalas,  tanto la radio como la televisión deberían haber desplegado ya sus dispositivos de atención inmediata -medios personales y técnicos- todavía hoy me parece increíble la pobreza con la que, tanto la radio como la televisión, afrontaron un hecho inesperado como el del accidente ferroviario conocedores como tenían que ser sus responsables de que del mismo no podía derivarse sino la noticia de la existencia de muchos muertos y heridos.

    He vivido de cerca tragedias como las del accidente aéreo de Montrove, o los de los buques "Erkowit", "Urkiola", "Casón", "Aegean Sea" o, más recientemente, el del "Prestige. Por medio, otros muchos accidentes marítimos con un alto número total de víctimas. Siempre y en cada uno de los casos -incluido algún que otro huracán como el "Hortensia" y sus efectos calamitosos para nuestra Tierra- la respuesta de los medios fue la adecuada, con la presentación incluso de personal fuera de servicio que voluntariamente ofreció su colaboración para paliar cualquier carencia.

    Jamás sentí en mis compañeros de profesión o en mí mismo, la soledad de un redactor -el único que en las cercanías de Angrois se encontraba- que, con una sola cámara situada bastante más lejos de lo que debería estar se limitaba a ofrecer planos que se repetían constantemente y comentarios que siempre eran también idénticos a los realizados dos minutos antes.

    Me refiero, sí, a TVE. Al único redactor en las proximidades -y es un decir- del lugar del accidente, la central de Madrid no dio apoyo ninguno durante bastantes horas de emisión. Aquel redactor tuvo que sentir, necesariamente, la soledad del corredor de fondo y para el que la meta nunca estuvo cerca.

    Jamás entenderé esa soledad de Rafa Cid, amigo y compañero al que aprecio, y que fue el único que dio la cara ante los espectadores en Galicia y España de un suceso que superaba  con mucho las posibilidades que durante horas le ofreció su Casa: la televisión que pagamos todos los españoles.

     Cambiar de canal para saber qué ocurría, llevaba al espectador a sintonizar la TVG, esta con muchos más medios y con una participación activa de sus profesionales en el hecho informativo, con cámaras y redactores allí donde eran necesarios para dar cuenta pormenorizada a una audiencia ávida por conocer los datos que la televisión nacional no ofrecía.

     No ha habido ningún tipo de explicación, en estos doce meses transcurridos, al terrible fallo, a la lamentable cobertura que por falta de medios humanos y técnicos se dio a un hecho terrorífico en el que perdieron la vida 80 personas y otras , más de un centenar, resultaron heridas de distinta gravedad.

    Es, supongo, la herida que habrá quedado también en el historial de TVE, un medio público que no supo estar, ni mucho menos, a la altura de los acontecimientos, como le exige aquel que, queriéndolo o no, le paga.

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