Algunas voces piden debatir sobre la III República, pero ¿es necesario?

Tres generaciones, tres problemas
Tres generaciones, dos reyes y una princesa.

Monarquía o república es un debate que según los estudios de opinión preocupa a poca gente en España pero que forma parte importante del discurso de partidos políticos de la izquierda rupturista.

Algunas voces piden debatir sobre la III República, pero ¿es necesario?

La proclamación de las dos repúblicas que hemos tenido no lo fueron tanto por lo que se quería hacer como por lo que se quería deshacer, un ansia de venganza y destrucción del orden existente que sobrepasaba el deseo de construir algo nuevo. Esto no aporta nada en favor de la monarquía, o más bien de los monarcas que habían creado el descontento, pero conviene recordar que en los primeros 11 meses de la I República desfilaron 4 presidentes y se iniciaron tres guerras, una de ellas, la cantonal, que recuerda tiempos de ansia autodeterminista con la independencia de Jumilla prometiendo no destruir Murcia si se portaba bien  la de Cartagena solicitando su incorporación a los Estados Unidos, y la guerra civil entre Sevilla y Utrera, que por cierto ganó Utrera.

La II República no le fue a la zaga desarrollando una revolución en el seno de las fuerzas republicanas durante la guerra civil y que terminó con las declaración por la Columna Durruti de la Anarquía en tierras de Aragón, caso único en el mundo y que duró seis meses utópicos donde se abolió el dinero y la propiedad privada o pública, mientras seguía una guerra civil entre los partidos de izquierda dentro de la guerra civil que se había desarrollado con el fallido golpe de Estado militar. En ambos casos las repúblicas terminaron en dictaduras, la primera con el general Pavía y el posterior pronunciamiento del general Martínez Campos, y la segunda con el general Franco.

Ahora nos estamos aproximando a una etapa nada deseable de descontento aunque menos grave que la que había en la II República

Ahora nos estamos aproximando a una etapa nada deseable de descontento aunque menos grave que la que había en la II República cuando Lluís Companys declara el Estado catalán de la República Federal, y es tomada por tropas militares. Hay ansia de venganza que no sabemos muy bien porqué, pero trae aires de destrucción sin tener muy claro que se quiere poner en el lugar de lo que se quiere destruir. Quizás ya no se quemen iglesias porque la Iglesia está alejada del poder y sea suficiente con unas cuantas faltas de respeto en su interior para alarmar a los pocos feligreses que queden dentro, y el afán destructivo se centre ahora en la Constitución y la unidad de España, aquello que para el franquismo era indisoluble y ahora simplememte es un largo camino que requiere un consenso que no existe ni parece que vaya a existir.

Los políticos harían bien en ser demócratas sin necesidad de referendo, y cuando una mayoría abrumadora e inequívoca cercana al 90% reclama un consenso contra la corrupción, los aforamientos, o la destitución de imputados de cargos públicos, deberían hacer caso a quienes ostentan la soberanía y limitarse a ejecutar nuestra voluntad justo en la dirección que se les marca. Sería incluso deseable que se adelantasen a nuestros deseos evitando llegar a situaciones como las descritas.

En este caso el Rey no tiene nada que ver ni ha nombrado un dictador porque ahora el Jefe de Estado tiene funciones representativas en nuestra Constitución, pero si un día hay una voluntad mayoritaria de que el Jefe de Estado tenga funciones al estilo francés o ruso en lugar del de las monarquías europeas, Alemania o Italia, por ejemplo, habría que plantearse el modelo de Estado y dejar opinar al pueblo, pero de momento para nombrar un Jefe de Estado que no fuese el Rey habría que importarlo. De momento pidamos a nuestros políticos que estén atentos a la opinión publica, que puede cambiar, y que lean la historia para evitarnos malos tragos teniendo un comportamiento democrático ejemplar y consiguiendo que los ciudadanos no tengamos deseos de destruir algo.

No deberíamos dividir a los españoles por dilemas sin claras mayorías, pero allí donde las hay, que los políticos cumplan nuestro mandato diligentemente, guste o no. Que termine la caza del voto y se inaugure una época donde vuelvan los estadistas para cumplir el mandato que evidentemente requiere pactos, consensos, y mucho parlamento.

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