Alfonso Rueda se inició en la política con Palmou y creció junto a Feijóo, a quien sucederá

Alfonso Rueda. / Mundiario
Alfonso Rueda. / Mundiario
Se trata de un chico bien de Pontevedra, un peteuve, un pontevedrés de toda la vida. Es hijo de José Antonio Rueda Crespo, que fue hombre de confianza de Mariano Rajoy.
Alfonso Rueda se inició en la política con Palmou y creció junto a Feijóo, a quien sucederá

Alfonso Rueda, el más que probable sucesor de Alberto Núñez Feijóo, puede presumir de muchas cosas, pero no de ser de aldea. Nació en Pontevedra y se crió en ese ambiente provinciano de ciudades pequeñas donde casi todo el mundo se conoce y se sabe quién es quien. La suya forma parte de un clan un tanto endogámico de familias bien, socias del emblemático Casino, que llegarían muy lejos en la política española y gallega, ayudándose y amparándose unos a otros, a partir de unas relaciones de amistad y parentesco que perviven casi intactas varias décadas después.

Desde niño el hoy vicepresidente de la Xunta se atuvo a una hoja de ruta propia de su estatus social. Se sabía obligado a estudiar una carrera, Derecho, con la que acceder a un empleo público fijo para toda la vida, a ganar una oposición, en su caso la de secretario municipal. Gracias a ello dispone de una red de seguridad para cuando se tenga que se baje –o le bajen– del coche oficial. Un privilegio tranquilizador.

También a diferencia de Feijóo, Alfonso Rueda sí mamó la política. Entró en contacto con ella en su propio hogar. Es hijo de José Antonio Rueda Crespo, funcionario de origen andaluz, hombre de confianza de Mariano Rajoy, con quien fue vicepresidente de la Diputación de Pontevedra y senador.

Desoyendo los consejos paternos, en cuanto tuvo edad para hacerlo, se afilió a Nuevas Generaciones, la rama juvenil de Alianza Popular, donde no tardó en asumir responsabilidades orgánicas, empezando por la de presidente local. Su primer cargo público fue la jefatura de gabinete de Xesús Palmou, entonces conselleiro de Xustiza en la Xunta de Fraga y amigo personal y político de su padre. Más tarde ascendería a director general de Administración Local, el ámbito en el que había desarrollado su breve carrera profesional. 

Con la llegada del bipartito, Rueda abandona San Caetano y en 2006 se embarca con Feijóo en la tarea de coliderar el nuevo Pepedegá postfraguista, el uno como presidente y el otro como secretario general. Desde entonces ambos han formado un tándem inseparable y muy bien avenido, en el partido y en el gobierno gallego. Rueda ha sido siempre, de facto, el número dos de Feijóo, con amplios poderes. No dejó de serlo ni siquiera cuando su jefe –seguro que con la anuencia de Rajoy– le encomendó la presidencia provincial del PP pontevedrés para suplir al controvertido Rafael Louzán. Es conselleiro desde 2009, cuando los populares reconquistaron la Xunta, y vicepresidente desde hace diez años. Conoce al dedillo los entresijos de la administración autonómica, lo que le facilita mucho la tarea de planificación y gestión, uno de sus puntos fuertes, si ahora –o en otro momento– accede al despacho presidencial.

Rueda se define como un hombre normal. Los que le tratan dicen que es un tipo serio, nada locuaz, pero afable en la cercanía. Se fía de poca gente a su alrededor. En política cuenta con reducido grupo de colaboradores directos con los que es a la vez exigente y cordial, porque cree en los equipos. No tiene fama de ambicioso. Probablemente no se haya planteado nunca en serio lo de suceder a Feijóo, aun siendo consciente de que podía tocarle por aquello del escalafón y porque era de los que sabía que a Don Alberto le tiraba mucho la política nacional. Frente a los que recelan de tener dos almas dentro del partido, Rueda siempre ha creído que una de las grandes fortalezas del PP gallego es la convivencia –o más bien la ósmosis– de boinas y birretes, de lo rural y lo urbano. En esa dinámica resulta de lo más natural que a un aldeano de Os Peares lo suceda un chico bien de Pontevedra, un peteuve, un pontevedrés de toda la vida. @mundiario

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