La primavera que vive la Iglesia con Francisco no la anticipó la renuncia de Benedicto XVI

Benedicto XVI, el papa que dimitió.
Benedicto XVI, el papa que dimitió.

Desde el principio de su pontificado demostró carecer de la visión política, tacto diplomático y dotes de seducción que requiere el ministerio que los entendidos llaman petrino.

La primavera que vive la Iglesia con Francisco no la anticipó la renuncia de Benedicto XVI

Los mismos que aplaudieron que Juan Pablo II se empeñara en morir con la tiara puesta aprovechan el primer aniversario de la renuncia de Benedicto XVI para alabar su desapego del poder, silenciando que no tenía otra manera de salvar su estrepitoso fracaso personal como obispo de Roma. Joseph Ratzinger nunca dio puntada sin hilo. 

Se equivocaron doblemente los cardenales que lo elevaron al papado con la certeza de que completaría el programa del carismático Karol Woytila: la vuelta al pasado no era la solución a la pérdida de cuota de mercado que padece la Iglesia, y el currículo del entonces cancerbero de la fe no le avalaba para ese trabajo. Desde el principio de su pontificado demostró carecer de la visión política, tacto diplomático y dotes de seducción que requiere el ministerio que los entendidos llaman petrino. El ahora papa emérito midió mal sus fuerzas y marró en el planteamiento.  

Desempeñar una cátedra universitaria y regentar la de San Pedro son cosas muy distintas, por no decir incompatibles. No lo advirtió así profesor Dr. Ratzinger y trató de simultanear su vocación de teólogo puntero con las obligaciones papales, con evidente perjuicio de ambas: en sus últimos libros se echa de ver que no está al tanto de lo que cuece la investigación en Ciencias Sagradas y para escribirlos hubo de dejar la administración de la Santa Sede en manos de los curiales, elementos a los que nadie les prestaría ni un euro falso. No cabe ser papa a tiempo parcial.  

La primavera que vive la Iglesia con Francisco no la anticipó la renuncia de Benedicto XVI, que hizo todo cuanto quiso y pudo para impedirla, sino forzada por un estado de cosas que llevó a los cardenales electores a buscar un sucesor con estas notas: conocedor por experiencia de la realidad y optimista bien informado. El mundo del dimitido es producto de una idealización intelectual y su visión más bien pesimista.    

El problema de la Iglesia no es la secularización, el relativismo moral ni la falta de vocaciones, sino el miedo pánico de su jerarquía a la modernidad y a las mociones liberadoras del Espíritu. Bergoglio lo sabe y actúa en consecuencia.

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