Alcaldes absolutos: algo huele a electoralismo y a caciquismo en la calle Génova

Mariano Rajoy, con María Dolores de Cospedal, en una convención del PP en Málaga.
Mariano Rajoy, con María Dolores de Cospedal, en una convención del PP en Málaga.

Mariano Rajoy pretende atajar ciertas amenazas institucionalizando en la vida municipal un presidencialismo completamente ajeno a nuestra tradición democrática, observa este analista político.

Alcaldes absolutos: algo huele a electoralismo y a caciquismo en la calle Génova

Rajoy pretende atajar esa amenaza institucionalizando en la vida municipal un presidencialismo completamente ajeno a nuestra tradición democrática.

Es un chiste de muy mal gusto proponer solemnemente que una regeneración democrática española pasara -entre otras ocurrencias- por la institución de unos alcaldes absolutos. Así, sin más, sin siquiera una explicación seria de que se pretende invertir el sistema electoral, de modo que pasemos de un sistema proporcional a otro mayoritario.

Justo en un momento en el que nuestra sociedad manifiesta en sus pronunciamientos electorales una preferencia por la diversidad, y una voluntad cada vez más participativa, Rajoy pretende atajar esa amenaza institucionalizando en la vida municipal un presidencialismo completamente ajeno a nuestra tradición democrática.

Casualmente coincide este anuncio de Rajoy con la declaración en el juzgado de un personaje de los que han encarnado en la vida local esa vocación presidencialista absoluta: José Luís Baltar, que no duda en atribuirse a sí mismo el calificativo de cacique (aunque trate de atemperarlo con el apelativo de "bueno": una perversa contradicción “in terminis”), aseguraba desde el banquillo que él elegía a dedo los nombres de quienes había que contratar...

Pues en ese contexto, y sin hacer caso a las reclamaciones de los Ciudadanos, primero Rajoy, y tras él una organizada tromba de dirigentes del PP, andan predicando una perversión (al menos metodológica) de nuestra convivencia democrática: alcaldes con poderes omnímodos en un momento en el que la Ciudadanía expresa una clara preferencia por la diversidad, y en un país en el que la Democracia se ha construido a base de transacciones y consensos.

Nuestra Democracia Municipal inició su andadura en toda España en 1979 de la mano de un gran pacto municipal que contribuyó, no solo a que en muchos casos no continuaran gobernando los que ya lo venían haciendo desde la dictadura, sino también a introducir una profunda renovación en los modos de hacer y en la propia concepción de la Ciudad como espacio de convivencia, de justicia distributiva a través de los servicios públicos, y de construcción social y cultural.

Es cierto que desde entonces acá se han oxidado y anquilosado muchos usos y costumbres, y que hay que introducir una vitalidad nueva en ese espacio ciudadano que son los municipios. Pero precisamente lo que hace falta –y lo reclama la sociedad- es justo lo contrario de lo que pretende Rajoy. Hace falta establecer mecanismos de participación social y política de los ciudadanos en la vida y en el gobierno municipal. Una gobernación más descentralizada y cercana a los Ciudadanos. Unos cauces que recojan las inquietudes, la creatividad, las reivindicaciones y la diversidad de la Sociedad.

Es decir: todo lo contrario a ese alcalde absoluto que propone Rajoy, y que espero que el PSOE no caiga en la trampa de aceptar, por mor de la tentación del bipartidismo. ¿No sería más dinámica una vida municipal con diversidad, que posibilitara incluso -¿por qué no?- que en distritos de una Ciudad hubiera unas opciones de gestión diferentes de la mayoría gobernante en el conjunto de la Ciudad?

No nos dejemos engañar. Van a argumentar, por activa y por pasiva, que la diversidad y la participación hace ingobernable una Ciudad. A pesar de algunos malos ejemplos que efectivamente han existido en ese sentido, la diversidad, la participación, la necesidad de pacto, de transacción y de consenso, aunque sea más dificultosa, nos enriquece. Y si es difícil, para eso pagamos a nuestros ediles: para que resuelvan las dificultades y los problemas, y para que los resuelvan de modo más acorde con la realidad variada y completa de las sociedades.

Pero es trágica la paradoja de que Rajoy, que es incapaz de dar un paso para dialogar con los ciudadanos de los territorios, que no escucha los clamores de la sociedad; que hasta sus relaciones con la prensa las “plasma” en un televisor; que se asienta en un partido con decenas de cargos públicos imputados; que tiene su despacho partidario en un edificio en entredicho de haberse remodelado con fraude al fisco; que no terminamos muy bien de saber qué relaciones tienen algunos de sus conspicuos correligionarios con cuentas opacas en Suiza… Que ese Rajoy, de pronto, se lance a tratar de renovar nuestra Democracia precisamente con el bastón de mando de los alcaldes, cuando tiene a más de medio país clamando por una necesaria reforma de la Constitución.

Algo huele a electoralismo y a caciquismo en la calle Génova.

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