El adiós de Obama: retrato en blanco y negro de lo que pudo haber sido y no fue

Barack Obama durante su discurso contra las armas.
Barack Obama durante su discurso contra las armas.

Por primera vez un afroamericano llegó a la presidencia de los Estados Unidos pero Barack Obama no pudo, o no supo, o no le dejaron, satisfacer las expectativas generadas por su llegada a la Casa Blanca.

El adiós de Obama: retrato en blanco y negro de lo que pudo haber sido y no fue

Se le termina el tiempo. El mismo dirigente que antes de llegar a la Casa Blanca lideraba las protestas contra la invasión de Irak por los EEUU con la consigna de “Aún no es tarde”, ve fosilizarse las agujas del reloj en el final de su último mandato. Yes, we can, su famoso eslogan de campaña, no le comprometía a nada. Consiguió la presidencia pero no pudo, o no supo, o no le convino, satisfacer las expectativas que su aparición generó. El primer presidente afroamericano de la historia de su país será recordado por eso, que no es poco, pero una fotografía en blanco y negro no parece suficiente. Deja incumplidas cuestiones esenciales que fueron cruciales para su elección, como el cierre de Guantánamo; un compromiso firme contra el desarme -especialmente el nuclear-; la revisión de la política de defensa (intervencionista y al servicio de la industria armamentística); la lucha contra los grandes lobbies energético y sanitario: el compromiso firme por frenar el calentamiento global, o un tratamiento más humano para la cuestión migratoria. Tiene en su haber la mejora de la imagen internacional de un país desprestigiado por el paso de George Bush Jr. por la Casa Blanca, donde EEUU ha recuperado influencia en las esferas económica y militar. Precisamente, en las que más se ha contradicho su propuesta reformista.

Su llegada rompió la barrera de la discriminación racial y normalizó lo que la ley permitía pero la costumbre impedía. Barack Obama representa a la perfección el mestizaje racial y cultural del mundo nuevo, en su caso vinculado a África, Asia y América. Pero las promesas incumplidas y sus complicidades con los poderes fácticos, situarán a su etapa en el cajón de los sueños rotos, porque Obama no sólo sedujo a millones de votantes demócratas por su raza, sino por un programa reformista, socialdemócrata y progresista. Ocho años después, en su balance no contabilizan transformaciones de verdadero calado en la sociedad que mejor representa a la ideología capitalista.

Hace siete años recibió el Premio Nobel de la Paz. Pasado el tiempo se aprecia el ridículo de la decisión de la Academia Sueca que llegará a su máximo nivel cuando Obama, en su visita a Japón a finales de mayo, no pida perdón por los 200.000 civiles muertos con que los EEUU saldaron la segunda guerra mundial. Dos bombas atómicas grabaron a fuego en la memoria colectiva el nombre de Hiroshima y Nagasaki, para vergüenza y oprobio del llamado mundo civilizado.

Defender la Paz haciendo la guerra...

El paso de Obama por Japón reabre el debate sobre el prestigio de los Nobel de la Paz. El primer presidente norteamericano en recibirlo fue Theodore Roosvelt, en 1906. Desde entonces, doce mandatarios de EEUU vinculados a la Presidencia, la vicepresidencia o la Secretaría de Estado para asuntos exteriores, han sido premiados. El más controvertido, fue sin duda, Henry Kissinger, a quien calificó Gore Vidal como el mayor criminal de guerra que anda suelto por el mundo. Desde el primer momento fue un clamor que no merecía el Premio Nobel de la Paz que se le concedió en 1973, ex-aequo con el vietnamita Le Duc Tho, por sus esfuerzos en los acuerdos de París que, finalmente, no culminaron en paz. Le Duc Tho, rechazó el galardón. Kissinger, lo aceptó y lo conserva, sin retractarse de su labor conspirativo en los conflictos generados por la Guerra Fría, con consecuencia de magnicidios como el de Salvador Allende, o el coste de innumerables vidas humanas en casi todo el planeta.

El tiempo ha demostrado que estos premios están contaminados en origen y es perentorio que la comunidad internacional inste a Suecia a crear un mecanismo de reversión cuando su decisión entre en franca contradicción con el comportamiento y los deméritos de los premiados. Pongámonos en la piel de las familias, vecinos y ciudadanos en general, que vivieron el horror de las primeras armas nucleares utilizadas contra la población civil japonesa, en una guerra “políticamente correcta”. Cuando se bombardearon Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, aún se desconocía la magnitud de sus efectos. Desgraciadamente, su eficacia destructiva ha sido tan contrastada que ha inspirado las políticas que reclaman el desarme nuclear generalizado.

Hace tan sólo un mes, en la Cumbre de Seguridad Nuclear, Obama aseguraba que para los terroristas es más difícil que nunca adquirir materiales nucleares, pero grupos como el Daésh, han actuado en zonas urbanas de todo el mundo, clara señal de que todavía se vislumbra una amenaza terrorista nuclear. No aclaró si eso supone un posible escenario de acción-reacción con uso de armamento de destrucción sin límites. En todo  caso, para llegar hasta aquí, alguien inició el camino y ahora se siguen investigando, mejorando, fabricando -y vendiendo- herramientas de gran eficacia para el exterminio y la desolación.

Evidentemente, el terrorismo, también el de Estado, es incompatible con la defensa de la Paz.

 

 

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