¿Debemos despreciar la generosidad del ciudadano Amancio Ortega?

Amancio Ortega. / RR SS
Amancio Ortega. / RR SS

Proposición: el individuo no tiene por qué verse obligado a que su derecho a la salud sea cubierto no por mor de esa dignidad ciudadana que nos dimos, sino por la generosidad de otro ciudadano que viene a solventar las ineficiencias del poder público.

¿Debemos despreciar la generosidad del ciudadano Amancio Ortega?

Están los ánimos muy caldeados con la crítica que Pablo Iglesias hizo de las donaciones del empresario Amancio Ortega. Todo el mundo mete baza. Da igual de qué vaya el tema, porque la vulgaridad se ha incrustado en la sociedad española a tal nivel que hasta catedráticos, escritores e intelectuales se dedican a repartir insultos sin haberse molestado en analizar la cuestión. El grito de guerra es “a San Amancio no me lo toquen”. Claro, que de estómagos agradecidos también está lleno el cielo. ¿O van al infierno?

Dejaré claro que no soy podemita y que Pablo Iglesias no me cae bien. Más bien todo lo contrario, me cae gordo. Pero su crítica tiene enjundia y coincido en muchas cosas con él. Voy a intentar explicar el embrollo:

Nuestra Constitución en su Título Preliminar consagra a España como un Estado social y democrático de Derecho. Esto quiere decir que el poder reside en el pueblo, del cual emanan lo poderes; que la Ley obliga y protege a todos por igual en la fórmula de un Estado garantista que provee seguridad jurídica al ciudadano y, por último, que la protección se extiende a hacer efectivos los derechos sociales que enuncia la misma Carta.

Dice su Artículo 41: “Los poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos...” Y aclara en el Artículo 43, “Se reconoce el derecho a la salud”, y continua en su parágrafo segundo:  “Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios...”

La Constitución reconoce, como vemos, nuestro derecho a la salud y ordena que el Estado disponga lo necesario para que este derecho sea efectivo. ¿Quién lo paga? Entre todos, tanto que Estado social. ¿Cómo? Se aclara en el Artículo 31: “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio”. Tenemos dos puntos importantes: lo social se paga entre todos, pero siendo la fiscalidad progresiva. Por la parte activa nos reconocemos los unos a los otros la obligación de contribuir a la solidaridad social o seguridad social, que básicamente es lo mismo, solo que la segunda es por ley.

Siguiente aclaración: los ciudadanos de acuerdo a la dignidad que nos damos, hija de la más pura tradición liberal y socialista, recibimos el derecho a la salud de nosotros mismos.  El derecho pasivo a ser asistido cuando caigamos en la enfermedad es la contrapartida de la anterior obligación.

Proposición: el individuo no tiene por qué verse obligado a que su derecho a la salud sea cubierto no por mor de esa dignidad ciudadana que nos dimos, sino por la generosidad de otro ciudadano que viene a solventar las ineficiencias del poder público. 

Desde la tradición liberal, como digo , perfeccionada por la socialista, el ciudadano es una entidad con cierto grado de orgullo, incluso inveterado. Es el individuo que no se somete sino a su voluntad. Incluso cuando acepta ceder parte de su poder a la comunidad para que organice lo público encarnado en los poderes del Estado. El ciudadano es señor de sí mismo y su casa es su castillo, que dicen los ingleses. Su dignidad es intocable y reconociéndose mutuamente esa dignidad superior fortalece su libertad de ser. No necesita para comer ni para sanar la misericordia de nadie. Menos de un rico hombre, porque necesitar la limosna del rico sería volver a ponernos las cadenas que nos arrancamos en la Segunda Guerra Mundial.

¿Esto significa que debamos despreciar la generosidad del ciudadano Ortega? Jamás. Ni la suya ni la de ningún otro. ¿Cómo despreciar la obra social del que en cumplimiento de su libertad individual quiere ayudar a los demás? Solo faltaría. Sería el último en dudar de la bondad de sus intenciones. Pero aquí no se juzga al ciudadano Ortega, sino a la iniquidad del Estado que humilla al ciudadano al no cumplir nuestro mandato. Ortega no debería tener necesidad de usar su dinero para dar cumplimiento a nuestro derecho a la salud. Aquí reside toda mi crítica.

Y ahora vamos con las contradicciones: como ciudadano me humilla esta situación. A ver si consigo dejarlo claro: no quiero tener que agradecer la generosidad de nadie porque mi dignidad ciudadana me lo impide. ¿Y si mañana un familiar cayera enfermo y le salvaran la vida gracias a las máquinas de Amancio? Pues buscaría a Amancio, me pondría de rodillas y le besaría los pies.  ¿Por qué? Porque si alguien salva a alguno de los míos no vería la forma de agradecérselo hasta el final de los días. Como lo haría cualquier persona decente.

Resumiendo: ¿vemos las dos caras del problema? Dios guarde a Ortega muchos años por su generosidad y bonhomía y ese mismo dios que le mande una maldición a quien por su iniquidad y traición a la Constitución deje a los ciudadanos a merced no de sus derechos, sino de la caridad ajena.

En fin, pena da ver tanto liberal a punto de explotar con esta crítica radical. Pero si deberíamos estar de acuerdo en algo tan básico de su propia ideología: el respeto absoluto al concepto de ciudadano. Y claro, toca el concepto, pero el del siglo XXI, que ya pasó el XIX. ¿Saben? Pero pon un rico por el medio y a los liberales se les pone el corazón del color de los billetes de quinientos. Los únicos valores que respetan son los bursátiles. Mañana propondrán volver al voto censitario. Que los veo venir. @mundiario

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