El aborto puede ser el detonante de un nuevo modelo político: 'el Estado geriátrico'

El ministro Alberto Ruiz-Gallardón.
El ministro Alberto Ruiz-Gallardón.

Incluso los chinos, tan abundantes ellos y nada sospechosos de antiabortistas, han despenalizado el segundo hijo para atajar el envejecimiento poblacional.

El aborto puede ser el detonante de un nuevo modelo político: 'el Estado geriátrico'

Incluso los chinos, tan abundantes ellos y nada sospechosos de antiabortistas, han despenalizado el segundo hijo para atajar el envejecimiento poblacional.

Sobre el aborto inducido, la interrupción voluntaria del embarazo o como quieran llamar a ese asunto que llevamos décadas tejiendo y destejiendo, como el dichoso velo de Penélope, espero dar a luz en estas líneas cualquier cosa, menos un artículo, claro. Eso lo dejo para las Montseny, los Ledesma, las Aido, los Gallardón, iluminadas e iluminados de esos que se han sentido y se sienten legitimados para cambiar a su antojo las señales de tráfico de millones de españoles circulando por la vida.

  Este asunto recurrente del aborto, es sólo un ejemplo más de los caminos inescrutables de ida, de vuelta, cortados, intransitables, por los que nos traen y nos llevan los distintos y distantes pastores a 47 millones de “churras” y “merinas” que pastamos en las dos Españas. Desde los mismos púlpitos en los que algún Torquemada alentó in illo témpore supuestos de  interrupción de la vida en “purificadoras” hogueras o en los que algún Papa guardó diplomático silencio ante el aborto en masa de judíos, anatemiza ahora un Rouco cualquier ley que despenalice supuestos de interrupción del embarazo. Desde cualquier tribuna progresista en la que se proclama y se legisla la prohibición de destruir huevos de especies protegidas, el personal exige barra libre para embriones de especie humana. Y, todo ello, paradójico, esperpéntico, respaldado por masivas hinchadas civiles y hooligan “aprietabotones” enardecidos por “guerras santas” y “yihad” ideológicas.

El aborto es gasolina para una pirámide poblacional en llamas  

Se engañan los que quieran mal interpretar esta reflexión desapasionada, desnuda de soberbia y de moral. Se trata sólo de poder dormir sin discutir con la almohada, como diría Sabina, qué España tiene razón y cuál no, si es que la tiene alguna, claro. Yo sólo sé que los chinos, nada sospechosos de antiabortistas, le han visto las orejas al lobo y acaban de despenalizar el segundo hijo en el superpoblado imperio de hijos únicos. Que emergen en el horizonte las siniestras figuras de los “Estados geriátricos” y, España, con su proverbial longevidad y su cosa, va a la cabeza del pelotón. Desde 1985 hasta la actualidad hemos “interrumpido” la producción de más de un millón de españolitos que ahora reforzarían esa frágil base de nuestra pirámide poblacional, miradla, con más posibilidades de irse al garete que la célebre Torre de Babel. ¡Se mueren muchos menos españoles de los que nacen, señores!, dicho sea sin ánimo de herir la susceptibilidad de mis compatriotas de la tercera edad. Y eso no hay economía, estado de bienestar, sociedad que lo resista.

¿Parir o no parir?, ¿ser o no ser…? Esas son las cuestiones

Ahora, el problema no es el indiscutible derecho de la mujer del presente a decidir libremente lo que hace con los frutos de su vientre, sino la probable colisión de ese derecho individual con el derecho colectivo a la subsistencia de la sociedad del futuro. La cuestión no es si sacralizamos el derecho femenino a resolver en la intimidad un nuevo enigma de Hamlet: ¿parir o no parir?, sino si prevenimos el futuro de una humanidad envejecida, masivamente dependiente, enfrentándose a un dilema sin salida: ¿ser o no ser? El asunto es que, de un feto, pueden discutir los sabios si ya es o no vida humana, y los políticos si son o no sujetos de derechos, y las iglesias y los Estados si se rigen por las leyes de Dios o las leyes de los hombres. Pero, pragmáticamente hablando, hay una cuestión que parece indiscutible: Es la única materia prima conocida por ahora, en cualquier modalidad endógena o exógena, con la que se puede fabricar un ser humano, o sea, un futuro contribuyente y cotizante de la llamada población activa, capaz de asegurar la sostenibilidad de un planeta con crecientes excedentes de población pasiva y longeva.

En realidad, esa es la cuestión. Mejor dicho, esa va a ser la fría y calculadora cuestión. Nos estamos tirando los trastos a la cabeza por supuestos de malformación que no resistirían media hora de conversación con Jhon Nash o Stephen Hawking. Hemos reactivado una guerra mediática y partidista por supuestos socioeconómicos que caducarán, ya verás, en cuanto los gobiernos declaren a los recién nacidos Bienes de Estado y los Presupuestos Generales corran con sus gastos (no confundir con cheques bebé), en un inaplazable proceso de inversión de la pirámide poblacional. Pero, actos de contrición machista y propósitos de enmienda masculina aparte, con las correspondientes indemnizaciones al agraviado género femenino servidas en plato frío legislativo, el hecho de supeditar la reproducción y regeneración de la especie a lo que diga una margarita deshojada a solas por una mujer, será políticamente correcto, incluso electoralmente rentable, pero puede tener un efecto boomerang socioeconómicamente suicida.

Entre huevos de águila y cigotos
Y, sin embargo, resulta apasionante vivir en este país en el que lo flipas con sus paradojas, oye. Donde los huevos de Águila Real son intocables y los cigotos humanos material susceptible de desecho. Donde los catalanes nacidos tienen que ser españoles a puro huevo, decidan lo que decidan en una consulta independentista, y los catalanes embrionarios pueden llegar a no serlo, según lo que decidan sus madres en un referéndum independiente, personal e intransferible. Donde el aborto beneficia electoralmente a la derecha que pretende acotarlo y dibuja un sombrío panorama electoral a la izquierda que pretende generalizarlo No, no te rías. Con aborto, la producción de futuros votantes conservadores seguiría asegurada con los eficaces fertilizantes del Opus, los Kikos y los meapilas autónomos. Sin aborto, en cambio, la izquierda podría aspirar a un futuro electoral menos negro. Porque, no nos engañemos, si el PSOE vuelve a La Moncloa y da rienda suelta a las interrupciones voluntarias de embarazo, en cuatro años nacen menos cachorros de progre que cachorros de osos polares en el Ártico.

 

A lo mejor es que con esto del aborto, por una vez y sin que sirva de precedente, en Génova y Ferraz, entre conservadores y progres, resulta que predomina la afónica voz de la conciencia sobre las voces tenores de los mercaderes de votos. O sea que hay hinchas del PP gritando ¡muera el aborto manque perdamos!, e hinchas del PSOE gritando ¡viva el aborto manque no ganemos! Como si fueran talmente resignados hinchas béticos…

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