A vueltas con el miedo

Sede de la Unión Europea en Bruselas. / europa.eu
Sede de la Unión Europea en Bruselas. / europa.eu
En un excelente artículo en el suplemento Ideas del diario El País, publicado el 19 de enero, el politólogo Fernando Vallespín llama a combatir nuestros temores sobre el futuro. Sigámosle la corriente.

El cambio climático, el aumento de conflictos geopolíticos regionales, el resurgir de tendencias políticas de extrema derecha e izquierda, así como de movimientos nacionalistas e independentistas, el terrorismo, la inseguridad ciudadana, las dudas sobre el buen funcionamiento de la democracia liberal y de la economía social de mercado, los problemas de cohesión social, generacional y de género, la desglobalización, la migración, los cambios tecnológicos y sus consecuencias para el Estado de bienestar, los excesos en la información y déficits en la comunicación, la frustración con los partidos políticos y sus líderes, la corrupción, el descontento con nuestros sistemas educativos, el descontrol de fenómenos como el narcotráfico y los juegos de azar, el dilema entre derechos individuales y colectivos, entre libertad de expresión y derecho a la intimidad, entre libertad de creación y censura… No hay hoy en día ciudadano europeo al que no le preocupen estos problemas. 

Recomienda Fernando Vallespín que “reenfoquemos el mito del progreso y no nos dejemos paralizar por el miedo. Pero, sobre todo, recuperemos la política… de dimensión planetaria, épica y eficaz”.  A continuación, pues, un intento de ensalzar algunos valores en Europa sobre los cuales hemos edificado la Unión Europea, este ilusionante y exitoso proyecto responsable del período más amplio de paz y prosperidad jamás conocido en el continente, y cuya defensa debe ser la base de nuestra apuesta política para un futuro mejor.

Fuerzas empeñadas en destruir los pilares

En el tema de la democracia liberal y la economía social de mercado, defendámoslas contra los que demonizan a las clases políticas, empresariales y sindicales, así como otras fuerzas de la sociedad civil, como si fueran el origen de todos nuestros males. Hoy en día hay demasiadas fuerzas empeñadas en destruir los pilares de nuestras instituciones y resquebrajar la credibilidad de los que todavía se ilusionan con ser útiles a la sociedad. Hay que desenmascararlas. Con argumentos racionales, que los hay. Y con pasión, para que nunca más triunfen los irresponsables de extrema derecha e izquierda que repiten los mismos cantos de sirena de los responsables de experiencias tan horribles como el Holocausto y el Gulag.

En el tema de la globalización, difundamos las ventajas que ha significado este fenómeno para el desarrollo económico y social de los países en vías de desarrollo. Solo hay que observar los desajustes en la gobernanza internacional, por la erosión de referentes como la ONU y otras instituciones supranacionales, y en el comercio mundial, por decisiones políticas en Washington contra todas las reglas de juego vigentes. Las consecuencias: una significante desaceleración económica, castigando tanto o más a África, Asia y Latinoamérica que a Europa o los Estados Unidos de América. 

En el tema del cambio climático, hagamos caso a los expertos y defendamos el Acuerdo de París, así como el Green Deal propuesto por la Comisión Europea para un continente climáticamente neutro en 2050, adaptando y trasformando nuestras economías con el mínimo de desequilibrios económicos y sociales. Porque está en juego el futuro de nuestros hijos y nietos. Pero también nuestros actuales puestos de trabajo.

En el tema de la revolución tecnológica que nos toca vivir, aceptémosla con optimismo prudente. Porque estos avances son imparables y ayudarán a solucionar muchos de los problemas que hoy día nos azotan, desde los de índole climático hasta los de dimensión pandémica, pasando por otros de carácter demográfico, económico y social. Es más inteligente concentrarse, por lo tanto, en una regulación eficaz para paliar los efectos negativos de estos cambios que se nos avecinan. Tanto en la geopolítica como en el Estado de bienestar. Poniendo orden en los mercados laborales, combatiendo las crecientes desigualdades económicas y sociales, garantizando una seguridad adecuada y otras reglas básicas de convivencia. 

En el tema del imperio de la ley, seamos exigentes en demandar leyes adecuadas en el tiempo y en las formas que garanticen nuestros derechos y responsabilidades, defender una Justicia independiente y ejemplar, así como respetar los Derechos Humanos.

En el tema de filtros adecuados para diferenciar entre información imprescindible, útil, superflua, manipulada, desinformación casual o intencionada y la mentira pura y dura, hagamos más uso de periódicos y otras publicaciones y medios off y online que se hayan ganado a pulso el sello de seriedad y confianza en las noticias y los comentarios que editan, por su apuesta por la excelencia. Todavía existen. Son como animales y plantas en peligro de extinción, y si no cuidamos del conocimiento de calidad y de la crítica fundada, pondremos siempre más en riesgo el buen funcionamiento de nuestra democracia liberal y economía social de mercado.  

Y en el tema de la educación, no cesemos en nuestro empeño de mejorarla a todos los niveles. Desde la primaria hasta la formación continua, pasando por la secundaria, la universitaria y la profesional. Invirtiendo en educadores e instalaciones, en centros de excelencia e I+D+i, así como en ciencia básica y proyectos interdependientes y multidisciplinarios. Porque sin una mejora sustantiva en nuestra educación nunca lograremos vencer los miedos reales e imaginarios que nos atormentan.

Como apunta Fernando Vallespín en El País, “el gran problema es que lo que creemos necesario no sabemos cómo traducirlo después en medidas vinculantes para todos”. En este contexto vale recordar lo que el abogado Antonio Garrigues escribía hace años en ABC: que “la democracia es un sistema cuyo objetivo básico es facilitar la convivencia, no en el acuerdo, que sería cosa de poco mérito, sino justamente en el desacuerdo –que es lo que suele haber–, y esa convivencia es precisamente fruto de un diálogo en el que hay que aceptar, como principio rector, que no podemos tener… toda la razón y que siempre se pueden buscar soluciones aceptables o, como mínimo, tolerables para todos”. ¡Qué buen consejo en estos tiempos políticos, económicos y sociales tan convulsos! @mundiario

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