800 millones de ciudadanos unidos en torno a los intereses comunes de los países ibéricos

Pedro Sánchez y Antonio Costa en su encuentro de junio de 2015
Encuentro socialista de Portugal y España en Badajoz, en febrero de 2015

Portugal y España deben aliarse conjuntamente con iberoamérica y los países lusófonos de África y Asia para crear un gran espacio cultural, comercial y de influencia en el contexto mundial.

800 millones de ciudadanos unidos en torno a los intereses comunes de los países ibéricos

El contexto internacional más próximo está cambiando, superado el statu quo salido de la segunda guerra mundial y después de la caída del muro de Berlín en el siglo pasado. La actual globalización económica impone nuevos procesos y hay tensiones centrífugas y centrípetas en la visión y conformación de las realidades nacionales, y también en las plataformas multilaterales. El poder de los Estados-Nación se basa en sus fortalezas armamentística y económica, pero emergen otros conceptos como el poder dimanado de la capacidad para tener influencia. Esto es: generar modelos distintos, imaginar escenarios atrevidos, encontrar oportunidades nuevas… que posibilitan otro tipo de alianzas estratégicas hacia el futuro a las que hay que adelantarse para no perder esa posibilidad de influencia.

Pedro Sánchez y Antonio Costa en su encuentro de junio de 2015

Uno de estos cambios radica en que la Unión Europea deje de ser el ombligo del mundo desarrollado pero manteniendo una posición prevalente para lo cual precisa desprenderse del  eurocentrismo, convertido en un egocentrismo ciego, ante las novedades que experimenta el panorama internacional. Así lo anuncian sus reiteradas actuaciones que la alejan de sus objetivos fundacionales, como la incapacidad con que aborda el derecho de asirlo para las personas refugiadas, o el desinterés por las personas con que se impusieron las medidas anti-crisis. En este contexto, la izquierda europea aparece con un progresivo declive desde el fin de la guerra fría. Fracasados los proyectos comunistas o del “socialismo real”, los partidos socialistas europeos alejados del marxismo- leninismo dieron paso a proyectos socialdemócratas, con vocación de ocupar el centro político, con la que justificaron reiterados pactos con derechas más o menos aceptables a favor de la “estabilidad”, hasta llegar la actual situación de estancamiento y pérdida de peso en el conjunto de la izquierda internacional frente al éxito de los modelos neo conservadores que afirman la vigencia de los sistemas capitalistas.

En este contexto, la extraordinaria posición geoestratégica de la península ibérica, de vital importancia por los países vecinos y por su conectividad con África, el Arco Atlántico, las relaciones trasatlánticas, Iberoamérica y el África  lusófona, aparece como una oportunidad a la que se debe añadir el hecho de que los Estados español y portugués conforman un gran espacio cultural que tiene también un innegable potencial económico y una, hipotéticamente, importante capacidad de influencia. En este enfoque, Galicia ocupa -o debiera ocupar- un lugar  preminente por ser el  punto de encuentro histórico de ambas culturas, de las que participa sin perder su personalidad y fácilmente podría aspirar a convertirse en la conexión natural entre pueblos que vivieron de espaldas durante siglos.

Por otro lado, pero simultáneamente, el Estado español está comenzando una nueva transición con características distintas a la del 78 porque llega en democracia, con una ciudadanía madura y acostumbrada a pensar desde los derechos reconocidos, con más cultura política y con herramientas suficientes para conformar su criterio y  convertirlo en votos. Esto ocurre cuando la descentralización del Estado español, a partir del anterior consenso constitucional, es cuestionada por no dar respuesta a demandas que truncó el golpe militar contra la segunda república. Esta fórmula, que resultó útil durante cuatro décadas, demostró, con el tiempo, que no zanjaba asuntos pendientes que se reactivaron sin encontrar una respuesta política en consonancia con su trascendencia. La cuestión territorial es el gran problema pendiente en Catalunya y Euskadi, no tanto en la Galicia actual, pese a que en la etapa anterior las reivindicaciones iban a un ritmo semejante, y está siendo, de facto, el motivo principal de desencuentro e inestabilidad política a día de hoy, unido a las consecuencias económicas y sociales de la crisis económica e institucional derivada del crack de 2008 y la debilidad de la UE y de las alternativas de izquierda en el nuevo panorama económico y político.

Las fórmulas ofrecidas por la UE para la salida de la crisis resultaron eficaces desde el punto de vista de la oligarquía económica pero supusieron un alto precio para las clases medias y bajas de los países con menor capacidad de resistencia, especialmente Grecia y Portugal, y también España,  aún siendo la cuarta economía de la Unión. España sufrió un duro castigo por la  sumisión  gubernamental ante decisiones externas. El PP había ganado las elecciones de 2011 con un discurso que desacreditaba a los gobiernos de izquierdas anteriores haciéndolos culpables de una crisis cuyo impacto generó pérdidas terribles en huída de talentos, aparición de los trabajadores pobres, empobrecimiento  generalizado de la cuarta parte de la población, la crisis de las pensiones, el insoportable endeudamiento público… mientras las grandes fortunas vieron crecer  exponencialmente sus  ganancias y la propia banca  recibió inyecciones millonarias a costa del sacrificio de la población que honradamente pagó -y sigue pagando- la parte más dura de estas medidas. La emergencia de nuevos partidos, tanto en el arco de la derecha como de la izquierda, no resolvió esta tensión que, incluso, creció por la inexperiencia en el ejercicio de la política en las instituciones de las fuerzas emergentes. Y en paralelo a la dura gestión de la crisis, apareció el fenómeno de la corrupción generalizada desde las instituciones o la insumisión fiscal de grandes capitales, con la consecuente pérdida de confianza de la ciudadanía en el relativamente reciente sistema democrático.

La opción progresista de Grecia se frustró por un premeditado acoso y derribo que sumió al país en una situación de apatía y desesperanza de la que va saliendo muy lentamente, con un terrible coste social y el descrédito de la “nueva política”. De los tres países, sólo el caso portugués desmontó la idea instalada en la opinión pública, por mor de la empecinada justificación emanada del Banco Central Europeo, del FMI y de los grupos de presión financieros y comerciales afines a la derecha política, de la inviabilidad de las políticas progresistas. También hay que considerar que en Portugal no tuvieron que afrontar problemas estructurales como el soberanista en España.

Pero aunque las situaciones no son idénticas, España y Portugal tienen similitudes que harían posible un entendimiento a futuro de ambos gobiernos. Desde una perspectiva coyuntural, hay que tener en cuenta el giro que supuso la moción de censura de 31 de mayo, para la alternancia de las políticas conservadoras con otras, previsiblemente, de izquierdas, para lo cual Portugal puede servir como inspiración dado el éxito de sus fórmulas para la gobernanza y la confluencia ideológica. Y con una visión más amplia, volviendo el análisis anterior de la posición conjunta geoestratégica y cultural, y desde un  punto de vista  desprejuiciado y bastante ambicioso, podría pensarse en la oportunidad  de una posible alianza política que recordaría aquella Balsa de piedra) que imaginara Saramago cuando, en 1986, España y Portugal entraron en la UE.

La propia evolución de la situación política en el mundo, y notablemente en este caso que nos ocupa de Portugal y España con sus propios procesos internos en el contexto de la crisis europea, abre un espacio de oportunidad para configurar una nueva realidad política, cultural y económica, mediante el establecimiento de una hoja de ruta entre Galicia, Euskadi, Cataluña, el resto de España, y Portugal, hacia la constitución -en un futuro no inmediato pero tampoco tan  lejano- de una confederación ibérica de naciones, o una confederación de pueblos ibéricos. El siguiente escalón podría ser el paso de la monarquía española a una república  federal que se integraría en aquella otra confederación mayor. Pero eso requeriría de más tiempo. En todo caso, la resultante debería ser una Unión de Estados ibéricos que permitiría avanzar, a mayor abundamiento, hacia la creación de un ente plurinacional y multilateral, al estilo de la  Commonwealth, donde se pudieran incorporar aquellos países de todas las lenguas y culturas ibéricas para conformar una red de apoyo mutuo y comercial que daría una posición de fuerza e influencia mundial a uno nuevo espacio común  multibérico. Siempre salvaguardando la propia soberanía, pero como una alianza que tenga en cuenta -y sepa  rentabilizar- la fuerza de su unión. Hablamos de ochocientos millones de hablantes en español, portugués y gallego, sin olvidar el  euskera y el catalán, y un territorio extendido por cuatro continentes.

Tal vez no estemos en tiempo de andar con ensoñaciones, pero cuando alguien pensó que para ser ciudadano no tenía por qué nacer en una cuna aristocrática, también estaba teniendo un sueño semejante. O cuando alguien llegó a la conclusión de que el femenino no era un sexo secundario, sino igual que el masculino, estaba teniendo una  ocurrencia similar, como también aconteció cuándo alguien soñó una noche que el color o la raza no podían ser causa de inferioridad. Para que los sueños se hagan realidad, primero hay que tenerlos y procurar que congreguen a gente luchadora, capaz de avanzar porque crea en ellos y en la posibilidad de darle la vuelta en positivo a situaciones hasta entonces nunca abordadas.

Versión original en galego: http://www.igadi.org/web/analiseopinion/a-xangada-de-pedra-no-camino-da-union-de-estados-ibericos. @galiciamundiari

Comentarios