La cruzada anticorrupción de Vizcarra empuja a Perú a un estado de caos

El presidente Martín Vizcarra. - Presidencia
Martín Vizcarra, presidente de Perú. / Presidencia

El país sudamericano sigue en estado de shock tras el suicidio del expresidente Alan García mientras el resto de la clase política afronta un futuro incierto.

La cruzada anticorrupción de Vizcarra empuja a Perú a un estado de caos

Perú recibió la mañana del Martes Santo con la impactante noticia de que su expresidente Alan García había fallecido tras haberse disparado justo cuando iba a ser capturado por las autoridades locales, que le acusaban de recibir sobornos como parte de la trama de corrupción ligada a la constructora brasileña Odebrecht. Aquel suicidio fue el último capítulo del drama político en que se ha envuelto el pequeño país sudamericano, que ha visto cómo tres décadas de política se han desquebrajado en un abrir y cerrar de ojos. Apenas 48 horas luego de aquello, el también expresidente Pedro Pablo Kuczynski era ingresado a tres años de prisión provisional por una acusación de lavado de dinero.

Los tentáculos de la empresa brasileña han alcanzado a prácticamente todo el continente, pero en especial a Perú, de la que prácticamente ningún rincón del poder político se ha salvado. Así las cosas, según informa el periodista Francesco Manetto, el renacimiento político del país es prácticamente obligatorio porque realmente no queda otra salida a todo esto.

Actualmente el Gobierno es presidido por Martín Vizcarra, quien llegó al poder precisamente tras la caída de Kuczynski. Vizcarra cuenta con la bendición de la mayor parte de los peruanos gracias a su declarada cruzada anticorrupción, respaldada por un férreo grupo de fiscales encargados de desarbolar por completo la trama Odebrecht. No obstante, la determinación con la que ha emprendido la batalla es también una espada de Damocles, pues el Organismo Legislativo entiende que esa dureza conlleva medidas preventivas exageradas, las mismas que llevaron a García a su suicidio.

El expresidente, que gobernó al país en dos mandatos no consecutivos, se encontraba bajo la lupa por la concesión de la línea 1 del Metro de Lima, explica El País. El Organismo Judicial determinó que se repartió un total de 24 millones de dólares entre los altos cargos de su Gobierno. García, no obstante, murió literalmente alegando su inocencia en una carta que se hizo pública el viernes de la semana pasada. En la misiva, el otrora mandatario describió su acto de quitarse la vida como una "muestra de desprecio" a todos sus contrincantes. Este acto se ve como una alegoría de lo que actualmente sucede en el país inca, que agoniza lentamente y no encuentra por dónde o quién pueda salvarle de un destino que ya parece escrito.

Escrito porque a estas alturas no hay ningún partido que se salve. La caída de la dictadura de Alberto Fujimori parecía haber abierto una amplia ventana de oportunidades para el país, pero el cáncer de la corrupción está más que enquistado en la clase política. Es más, Kuczynski mismo había llegado al poder debido al desprecio de una buena parte de la población al exdictador y su familia, puntualmente su hija Keiko Fujimori, que encabeza el partido Fuerza Popular, la mayor fuerza del Congreso. Con el último remedio siendo más dañino que la enfermedad, el país prácticamente ha perdido la confianza en sus líderes.

El momento es el idóneo, cuando no el forzoso, para que las principales fuerzas elitistas políticas del país reaccionen. La gente está necesitada de algo en qué creer, o de lo contrario se enfrentan al peligro de que aparezca un Jair Bolsonaro que como buitre se alimente de la carroña que los previos jefes de Estado hayan dejado a su paso.

Y es que los paralelismos entre Perú y Brasil son sorprendentes. De entrada, ambos países se vieron ensuciados por los tentáculos de la trama Odebrecht. Luego, sus dos presidentes previos fueron acusados por sendos actos de corrupción, aunque solo el peruano cayó por eso. Las poblaciones de uno y otro prácticamente vieron cómo todos en los que creyeron caían uno por uno sin poder meter ni siquiera las manos. Así las cosas, la opción de que un Bolsonaro se alce entre los indignados es una opción real, no una simple advertencia.

El jefe de Estado de la primera potencia latinoamericana llegó al poder gracias a sus enardecidas rabietas contra el status quo de su país. Toda, de verdad toda la clase política de Brasil estaba hundida en este pozo sin fondo. ¿Cómo está Perú? Según El País el año pasado había nada menos que 4.225 casos abiertos de corrupción, que tenían imputados a nada menos que 2.059 funcionarios y exresponsables territoriales.

Probablemente a Perú le ayude el hecho de que el país no tiene ganas, al menos en las últimas elecciones, de elegir a alguien con características de dictador o a alguien que tenga antepasados similares, como ejemplificó la derrota de  Fujimori en las últimas elecciones. Como sea, el populismo se alimenta de la corrupción, que es también su mantra favorito.

El dilema de Vizcarra, como sea, es que por cada paso que da hacia la caza de los corruptos retrocede también la fe de la población en sus líderes. El presidente debe tratar este tema con pinzas o de lo contrario terminará siendo devorado por su propio monstruo. De momento, la gente aprueba lo hecho, pero un nuevo desenlace como el de Alan García será más de lo que puedan soportar. El estado de caos está implantado y la política se ve obligada a reinventarse. @mundiario

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