23F22: ¿crisis solo del PP?

Sede del Partido Popular. / RR SS.
Sede del Partido Popular. / RR SS.

Lo acontecido es grave para la evolución democrática de España.

23F22: ¿crisis solo del PP?

Lo que está sucediendo estos días en el partido conservador de España puede ser una pura ficción novelesca, una secuencia más de su historia, o una mixtura de ambos mundos. Debe determinarlo quien haya escrito el guión original, pero mientras no se dilucida el entuerto, será provechoso no darlo por resuelto. Que se haya estado atento a ver su evolución, inaudita hasta parecer fruto de nuestra imaginación, bien haríamos no dándolo por zanjado; no sabemos qué parte de todo ello es verdad y, menos, qué problemas reales ha causado. La supuesta novela está siendo muy eficaz, incluso en difuminar su verdadero argumento.

La primera advertencia para enterarnos es tratar de ser conscientes de que somos espectadores de algo que era difícil de imaginar. La segunda  es tratar de adoptar la posición de observador adecuada partiendo de que, ante transformistas y gentes de circo, han de adoptarse precauciones ante lo que parece que vemos y no es exactamente lo que sucede, no sea que nos despistemos  indebidamente.

Como en un cuento, érase una vez un partido político en que parecía, al fin –después de un largo serial de episodios turbios, en que hasta la propia sede social era producto de trampas-,  que se quería aclarar si un miembro eminente de ahora era o no corrupto; es decir, si proseguía la tradición de las mordidas para gestionar recursos públicos. Sería ejemplarizante para otros a la par que provechoso para mandar más, pero con los penitentes de teatreros victimismos nunca se sabe.

La sorpresa fuerte estaba por llegar, porque después de que los implicados se dijeran en público cuanto quisieron decirse de las mascarillas objeto del lío, la comisión propiamente tal, y la coartada excepcional de la urgencia, el argumento de esta serie cambió bruscamente. Como en una tragedia de Shakespeare, La  acusada se convirtió en acusadora, mientras el acusador sufrió un revolcón a cuenta de los suyos. Maltrecho este de la pelea, protagonizó una despedida solemne ante la audiencia –entre la que se podían advertir traidores-, un último gesto que dejó la serie en su máximo clímax. Lo que venga a continuación inicia una curva de desinterés, aunque a buen seguro que sus brotes darán para otra temporada espectacular, y recambio de actores y actrices.

De las muchas exégesis que admite la primera temporada de la serie que acabamos de ver, hay capítulos que no se debieran escapar de la retina sin prestarle especial atención, no tanto como disfrute, cuanto como aprendizaje. De entrada, la constancia de que espectáculos como este son un descalabro para todos; después de casi cuarenta años ansiando que hubiera democracia, no parece que en los cuarenta y cuatro últimos hayamos aprendido mucho a practicarla lealmente: no es ninguna alegría, pues, que, cada poco, una vez unos y otra vez otros –por referirnos a los dos principales partidos que han protagonizado la alternancia desde 1978- estén dando la nota del quítate tú que me pongo yo; en este caso crece el malestar porque el protagonista que acaba de perder la partida ha sido el único que, en la historia de su grupo, no ha sido elegido a dedo para dirigirlo. En una segunda observación, complementaria de esta, es inquietante que sean los varones del partido  -versión real de la grafía “barones”- los que decidan el destino del guión a seguir en adelante: es raro que no se adviertan más explícitas las  “baronesas”,  que haberlas haylas y con peso acreditado en esta historia.

Pero entre tanta difuminación de lo realmente sucedido, lo más dramático es que entre las razones que,  en una consideración democrática de la vida política cabría considerar, de todas las de cariz relevante ninguna aparezca como causante de este embrollo. No ha surrgido porque el defenestrado no haya sido capaz de frenar el buen funcionamiento –al menos en los plazos constitucionales establecidos- de instituciones como el Consejo General del Poder Judicial y ralentizar los de otros altos tribunales, o el de la alta dirección de RTVE. Nadie le puede echar en cara tampoco que no haya hecho lo posible, con sus votaciones y con su verbo más florido, por que el Gobierno actual de España quedara como ilegal, no solo ante el resto de españoles, sino también ante los socios de la UE, por razón de la gestión de los recursos procedentes de Bruselas. Pocos podrán argumentar que no haya estado brillante en satisfacer las aspiraciones de los padres transmisores de la antorcha de esta formación política en cuanto a dar cancha a su lado más derechista, acercándose a los egresados ultras. Y muy eficaz ha sido este modo de ocultar, con su autoinmolación, el problema inicial de la crisis: las supuestas comisiones que la legislación de la Comunidad de Madrid prohíbe expresamente.

Mal augurio

Nos hemos quedado, sin embargo, con la duda de si sabría desarrollar el lado auténticamente centrista que autodefine a su formación. Su programa ha preferido no buscar un diálogo leal con la izquierda, poner pegas a conquistas sociales en principio ya en marcha, no votar una reforma laboral que solo enmendó levemente la de su propio partido, no estar al quite de problemas como el de la vivienda, no hacer propuestas propias que dieran alguna esperanza a la gente necesitada, no tomar a todos por españoles, palabra exclusiva para unos pocos. En vez de enquistarse en un legado que ha quedado como pelea de egos personales, hubiera ganado mucho en liderazgo si hubiera advertido a su competidora en cuestiones como “la libertad a la madrileña”. Esa pelota la ha dejado en el aire para que siga haciendo lo que le venga en gana como, por ejemplo, aumentar el presupuesto para la enseñanza privada y profundizar las limitaciones de la enseñanza pública. Justo en estos días de pelea, acaba de arrebatarle los pocos centros que tenía de Educación Infantil de 0 a 6 años, que han sido referencia de buen hacer didáctico.

Todo cuento tiene su conclusión práctica. En este, es posible que del mago que pongan de recambio en Génova -o donde toque- los gallegos sepan mucho, aunque, como es sabido, por un lado xá ve e por outro qué quere que lle diga. Sea quien sea, si sigue jugando a escamotear a la ciudadanía sus derechos, estará dando señales de inutilidad para una supuesta vocación de servicio a la “libertad de los españoles”; en este 23F todos son hoy más incrédulos y cualquier día preferirán un salvador más original. @mundiario

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