23 de febrero de 1981: el día en el que vivimos peligrosamente

Adolfo Suárez planta cara a Tejero en el 23-F
Adolfo Suárez sale en ayuda de Gutiérrez Mellado, que planta cara a los golpistas de Tejero en el 23-F.

La democracia española tenía una debilidad notable en su gestación. PSOE y PCE habían apostado todo a una carta: que el Rey y la UCD garantizasen la tolerancia pasiva de los mandos militares.

23 de febrero de 1981: el día en el que vivimos peligrosamente

En el ejercicio de memoria histórica que se hace, habitualmente, en los aniversarios del 23 de Febrero de 1981, abundan las preguntas sobre el lugar en el que se encontraban o la tarea que realizaban distintas figuras de la vida pública y apenas se formulan interrogantes sobre el nivel de coherencia discursiva que mantuvieron los protagonistas más directos y sus sucesores.

La entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados y las graves incertidumbres vividas en las horas posteriores fueron los contrapuntos dramáticos a la verbalización que se repetía desde todos los grupos parlamentarios de la época sobre la consolidación indiscutible del pacto político que había presidido la transición desde el franquismo al régimen constitucional. Para todas las personas que manifestaban abiertamente su escepticismo, fundamentado en las serias hipotecas derivadas de la evidente presencia de franquistas confesos en los aparatos militar, policial y judicial, el relato dominante no dejaba márgenes para la duda crítica: las tensiones golpistas eran calificadas de muy minoritarias, todo se desarrollaba siguiendo el guión establecido durante el bienio 1976-1977 y cualquier otra consideración sólo expresaba la frustración de aquellos sectores políticos que habían defendido el programa de la ruptura democrática y habían quedado fuera del tablero parlamentario.

El repaso de lo sucedido en aquella jornada singular no deja lugar a muchas especulaciones:la democracia española tenía una debilidad notable como consecuencia del proceso seguido en su gestación. PSOE y PCE habían apostado todo a una carta:que el Rey y la UCD garantizasen la tolerancia pasiva de los mandos militares. La gran mayoría de la sociedad creía –o necesitaba creer- lo que le decían Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo: que los jefes del Ejército aceptaban la lógica democrática y no iban a repetir las viejas prácticas que ellos mismos y sus antecesores habían protagonizado en la primera mitad del siglo XX.Por eso no existió una respuesta inmediata en las calles. La sorpresa y el miedo provocaron un efecto paralizante que reforzó indirectamente la exhibición disuasoria promovida por Miláns en la noche valenciana. Quien diga ahora que todo estuvo controlado y haga de la necesaria –por inevitable– pasividad ciudadana la virtud de una presunta madurez democrática del cuerpo social confunde la realidad con sus deseos y cuenta la historia del final feliz que casi todo el mundo desea transmitir a sus descendientes.

El 23- F fracasó en la consecución de sus objetivos inmediatos pero propició el nacimiento de un nuevo escenario político caracterizado por un clima de mayor conservadurismo y por una notable recentralización, materializada en la LOAPA. El suicidio de la UCD –por mor de sus luchas autodestructivas- permitió el triunfo espectacular de Felipe González y la correlativa marginación parlamentaria del PCE. En otoño de 1982, sobre las cenizas de Suárez y Carrillo, tomaba cuerpo el bipartidismo que nos iba a acompañar hasta diciembre de 2015. @mundiario

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