El actual 18 de julio no es tan traumático como el de 1936, afortunadamente

Mientras que en España se resuelve laboriosamente el enredo político generado tras las elecciones del 20-D, el país marca este mes el 80 aniversario del estallido de la Guerra Civil.
Siempre es bueno poner las cosas en perspectiva, sobre todo cuando se trata de líos como el que se armó luego de las elecciones del 20-D. Casi siempre, el resultado de ese ejercicio intelectual es que el problema sobre el cual se reflexiona sigue siendo problema, pero no tan serio como otros comparables.
Obviamente, estos pensamientos sobre los eventos políticos recientes en España provienen de alguien que mira desde afuera. Sin embargo, luego de opinar sobre la corrupción en España en una ocasión a pedido del editor de MUNDIARIO, me sentí animado a escribir estas líneas porque la coincidencia entre los eventos acaecidos un día como hoy hace 80 años y lo que ocurre en la actualidad me llama la atención y debe poner a los ciudadanos a pensar más allá de lo justificadamente deprimente.
Según lo que he visto desde mi lugar en el mundo, esto me parece claro: que el PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos negocian no tanto para finalmente formar un gobierno y salir de una buena vez de siete meses de crisis institucional, sino para satisfacer intereses electorales particulares. Aquello tal vez no debe sorprender a nadie si pensamos en los partidos como maquinarias electoralistas, pero en la España de los indignados tampoco debe sorprender el que haya ciudadanos disgustados con ello. En una carta al director de El País publicada a principios de este mes, un murciano señaló que mientras el país decae los políticos “desarrollan irresponsablemente sobre las moquetas del Congreso sus juegos florentinos”.
Pero por lo menos los partidos se están hablando entre sí. Hace 80 años, aquello no fue así.
En aquel entonces, los partidos de la izquierda y la derecha, representantes de lo que se ha denominado casi poéticamente como “las dos Españas”, decidieron zanjar sus diferencias a través del conflicto civil generalizado. Franco tomó la batuta en su momento, pero aquello fue motivado por una división ideológica que se engrandeció desde la misma proclamación de la Segunda República. Mariano Rajoy no gusta a todos, pero no al punto de acabar como José Calvo Sotelo, cuya muerte a manos de policías días antes del alzamiento militar de julio de 1936 contribuyó enormemente al estallido de una guerra cuyos resultados más importantes son historia muy bien conocida: la muerte de cientos de miles de personas y 35 años de franquismo.
Los datos dan a entender que los españoles están dispuestos a resolver sus diferencias políticas a través de los mecanismos electorales. La única Semana Negra es la de enero de 1977 y la España de 2016 parece querer que ello siga así.
Ciertamente, no todo es color de rosa en la democracia producto de la transición desde el llamado “régimen del 18 de julio”. Un blog de El Diario publicó en 2014 un post en el que se revela que España registró la disminución más dramática en los niveles de satisfacción con la democracia dentro de un período comprendido entre 2008 y 2012, según datos de la Encuesta Social Europea. La interpretación que se le da a esos datos es que los españoles sienten que sus demandas no son atendidas por los que detentan el poder de tomar decisiones públicas vinculantes.
Pero esa misma encuesta reveló igualmente que los españoles están muy de acuerdo con la idea de que castigar en las urnas a los partidos que gobiernan mal es “extremadamente importante” para la democracia. No sé si las elecciones del 20-D y el 26-J representan un ejemplo de ello o no y también hay que aceptar que el movimiento del 15-M demuestra que el ámbito electoral no es el único adecuado para ventilar el desencanto, pero sí cala hondo y vale la pena insistir en él como una opción legítima entre varias otras. Más importante aún, los datos dan a entender que los españoles están dispuestos a resolver sus diferencias políticas a través de los mecanismos electorales. La única Semana Negra es la de enero de 1977 y la España de 2016 parece querer que ello siga así.
De nuevo, estos son los pensamientos de alguien que mira a los sucesos políticos recientes en España desde afuera, sin pretender ser una autoridad sobre el tema. MUNDIARIO tiene columnistas y colaboradores más adentrados y a ellos dirijo su atención para análisis más versados. Pero considerando lo que he dicho, la próxima vez que usted se desilusione con la clase política y sus partidos o lea sin entusiasmo o con aborrecimiento (en MUNDIARIO o en cualquier otra publicación) sobre si Rajoy será o no será investido una vez más, piense en que en otro tiempo se tocó fondo o, como dijo un columnista de esta publicación, “cualquier tiempo pasado fue peor”. Tal vez ese pensamiento no le alegre su día, pero tampoco se lo empeorará.