¿Vuela el tiempo?

Una urna electoral. / RR SS.
Una urna electoral. / RR SS.

El tiempo preelectoral parece está siendo muy poco crítico, pero sí muy repetitivo hasta el punto de que parece inmóvil.

En la vida humana todo sucede en el tiempo, palabra polivalente para las variables meteorológicas, para la cronología, para la experiencias vitales y para la ciencia. En la edad adulta, la mención conversacional a su transcurso suele obviar casi todas las variables semánticas para cargarse de subjetividad.  

Tiempos vividos

Tan fuerte es la variación que hay minutos que parecen eternos, y hay años en que no ha pasado nada.  Los escritores suelen vivir de contar estas percepciones  de lo vivido: tiempos de tribulación, el tiempo perdido, la historia interminable, un tiempo amarillo, eterno, amargo, o digno de otros calificativos por motivos tan variados como los abrazos, el desasosiego, el amor, el conocimiento, el paso de las horas o cualquier otra circunstancia inesperada pero significativa. Este universal es asimismo objeto de dispares áreas de conocimiento: hay un tiempo geológico, que poco tiene que ve con el tecnológico o el de otras ciencias; hay el tiempo cuántico, el narrativo,  el histórico, el filosófico, que Tomás de Aquino señaló como si fuese algo externo -“el movimiento con un antes y un después”-  que no tuviera que ver con la carga personal que le ponemos cuando hablamos.

Esa experiencia, con su capacidad para colorear el presente y proyectar un futuro, ya la tenía el ser humano antes de que existiera el reloj y cualquier otro modo de medir el transcurso cronológico de cuanto se mueve en la Naturaleza. Los tiempos verbales son un modo rudimentario del lenguaje que tenemos para expresar las diferentes escalas de la temporalidad, que dejan fuera, además, gran parte de la vivencia que tenemos de  los cambios por los que pasan las cosas hasta hacerse más viejas, o los que no tienen hasta parecer que se hubiesen congelado. ¿Qué cambia cuando decimos que el tiempo vuela? ¿Cambian las cosas o hemos cambiado nosotros? ¿Han cambiado al mismo tiempo el observador y las cosas que observa? Quienes escriben los relatos que más circulan en la vida cultural no suelen ser los investigadores rigurosos en el análisis de la documentación del pasado; hay amanuenses entrenados para el revisionismo histórico que no son historiadores, igual que hay periodistas venales y habilidosos manipuladores del lenguaje para que la comunicación fluya, que en las redes  mediáticas circule de todo y predominen interpretaciones parciales del tiempo que nos toca vivir.

Tiempo de elecciones

Todas las historias y todos los relatos tienen que ver con el presente en que se escribe; el tiempo de elecciones es un buen observatorio de versiones absolutamente opuestas del que nos toca vivir. El listado de asuntos que entran a diario en la agenda de los debates políticos se acelera en el tiempo preelectoral con tal intensidad que el tópico que solemos aplicar a cuanto pasa rápidamente debiera ser cuestionable. Puede suceder, por tanto, que en la vida política lo propio no sea el paso del tiempo o su linealidad con pasado, presente y futuro. Más bien parece que lo característico de la vida política sea la circularidad reiterativa, muchas veces tan plana que ni siquiera adquiera en la siguiente vuelta electoral la forma espiral. Tan romo es su nivel que casi nunca es capaz de lograr que el adjetivo que tanto gusta al periodismo habitual: “histórico”. Pocos de estos procesos, y menos sus ingredientes, tienen ese rango; lo habitual  y lo realmente histórico –para quien anhele hacer razonadamente Historia- es que no han implicado apenas cambio y movimiento, sino continuidad o retroceso.

Si las elecciones trajeran “cambios” fuertes en el logro de soluciones, en la etapa de su mandato debiera haber mejorado ya  la realidad que pretenden gestionar con sus promesas. Tanto se manosean estas que, a veces, son intercambiables, también las caras que las sustentas; esta ductilidad de muchos candidatos y sus promesas es justamente una de las variables de lo poco que “vuela” el tiempo (el electoral en este caso). Menos se advierte ese vuelo si se presta atención a cuestiones que llevan años y años flotando en el aire sin que alcancen a encontrar solución en las palabras que circulan en días preelectorales. Reparen, por ejemplo, en las vueltas que ha dado la mención a ETA  y, de rebote, a Bildu, desde que el 20 de octubre de 2011 la propia organización armada anunció su “cese definitivo”; como carnaza de reclamo está mostrando que el tiempo no pasa; los últimos 13 años no han existido y seguimos, por tanto, en un tiempo muy poco actual. Igual sucede con Doñana, recurso de propaganda electoral que, además de negar el presente, niega cualquier previsión de futuro, porque niega la raíz del problema: loa problemas del clima, la sequía galopante y la rica biodiversidad  de las marismas.  Según quienes sacan a pasear este pretexto, estas cuestiones son inventos de gente atrasada, que no cree en el “progreso”. Objetar mitificaciones de proyectos irresponsables ya está siendo presentado como atentado contra la autonomía andaluza y sus gentes.

En vez de quejarse de la poca competencia lectora que tengan muchos críos, muchos políticos deberían responder a una encuesta similar a las de PISA para  certificar su nivel de competencia. De nada vale que los conocedores del valor educativo que tiene el tiempo pasado -que por ello esta en los currículos escolares como área de conocimiento básico-,  sea despreciado con aserciones que emiten a propósito de acontecimientos concretos y, en particular, los implicados en la “memoria históríca”. Tan plagadas de prejuicio están, supliendo conocimiento, que algunos/as vienen a decir que haber sido elegido para un cargo político “imprime carácter” y les da competencia para que cuanto opinan y deciden sea lo más interesante que deban aprender los adolescentes. Del mucho desconocimiento que lograban tener de la “historia actual” de su país -la que abarca desde los años treinta al presente- había constancia hace tiempo; lo nuevo es que un amplio sector de las cámaras parlamentarias ansía que crezca una pauta creciente en muchas aulas, donde aumenta el numero de chicos y chicas que alardean de tener clarísimo que lo que cualquier investigador haya investigado a fondo es mentira. Esta tendencia no avecina ninguna mejora educativa, erosiona el  valor de la educación  para la convivencia y presagia lo fácil que es aventarla. Para la sana democracia, el mal ejemplo de  los mayores en sus escaños parlamentarios –y en los altavoces mediáticos preelectorales - hace verdad absoluta que “el tiempo vuela”. Indica poco cuidado con un presente al que llegamos tarde y mal. @mundiario

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