Un vestido viajero y ... una boda peculiar

Una boda. / Pixabay
Una boda. / Pixabay
A algunos enlaces se va por compromiso, pero las mejores bodas se basan en vínculos reales en el tiempo con algunos de sus miembros. 
Un vestido viajero y ... una boda peculiar

Había recibido la invitación varios meses atrás, un día cualquiera en una cafetería de su ciudad. Las bodas le encantaban, desde siempre; le gustaba el aire festivo propio de toda celebración, unido al amor que con frecuencia se respira en el ambiente en ese tipo de acontecimientos.

Y se trataba de sus vacaciones. Sol, playa, y un enlace. Algo fascinante, y el hecho de que el novio fuese hermano de una de sus mejores amigas era todavía mejor, pues ya se sabe que hay bodas y bodas. Bodas por compromiso, y bodas en las que quieres estar, a las que vas a acudir pase lo que pase.

Y mientras aquella mañana soleada de verano cogía el tren para hacer una escala antes del avión del día siguiente, la semana prometía ser alegre y relajada, sin incidencias significativas en el horizonte. Era una mujer despistada, lo había sido toda su vida, pero en esa etapa se sentía más centrada y, al terminar su corto viaje, comprobó que llevaba todo consigo. Bolso, revista, el agua que había cogido y la maleta. Antes de salir regresó sobre sus pasos… Estupendo, no se dejaba nada en el asiento. Se dirigió a los baños de la estación de llegada para miccionar, cuando se percató de que iba demasiado ligera. La sangre se agolpó en su cabeza al comprender el fatal error y se dirigió al galope a la chica de la ventanilla para comentarle lo serio del caso.

-Señorita, no voy a ir desnuda a la boda… -le dijo, intentando que se solidarizase con ella.

Hablaba atropelladamente, describiéndole la funda del vestido. Una funda negra, con vestido dentro que había decidido situar en la balda que estaba sobre su cabeza, algo que no comprobó al salir. Tanto cuidado y al final su viajero vestido se dirigía a la ciudad olívica acompañado por un alegre traqueteo, más contento que unas castañuelas.

La chica de dentro de la pecera, la que vendía los tickets de viaje, era amable; por su gesto sorprendido vio que se había solidarizado con ella, le dijo que esperase y se fue, pero tardaba demasiado y para la invitada a la boda era una clara señal de que algo no iba bien. ¿Qué otra cosa podía ser, si no? Por fin la mujer solidaria volvió a salir y le dijo con tono cortés y apremiante:

-Acompáñeme.

Las dos mujeres sortearon la masa de personas que viajaban en ese mes veraniego, y entraron en una oficina donde otra mujer llamó por teléfono a un tal Alfonso, el que debía ser su salvador, para el caso de que la dichosa prenda se encontrase.

-¡Espere aquí!- le dijo la nueva oficinista.

¡Qué frase tan tremenda! Escuchada muchas veces a través de la pequeña pantalla, no es lo mismo que te la digan a ti. Su corazón palpitaba como bongos africanos, como si se hubiese instalado una selva en medio de aquella maraña turística. Hasta los turistas le parecían hormigas raras y exóticas.

- Alfonso ha encontrado  su vestido.- le dijo de pronto- Se lo va a llevar a objetos perdidos, y se lo deja en la última estación.

La joven respiró por fin, acompañada de las miradas de compresión de las otras dos mujeres. Una de ellas le confió un secreto, quizás sabido a voces en entornos viajeros, pero para ella fue todo un descubrimiento.

-Si supiese las cosas raras que se pierden aquí…

Pero ella había perdido el apetito. Entre el calor que hacía y el susto por la incertidumbre…

Cogió un taxi y en el hotel dio las explicaciones pertinentes. Ahora había cambio de planes. Debía coger un tren ida y vuelta a la ciudad olívica para recoger su “joya”. Cuando llegó y preguntó por él, otra mujer amabilísima había colgado el traje de una percha, literalmente.

-Para que no se arrugue… Con esa funda y siendo para una boda…. – dijo la nueva fémina por toda explicación, sin perder su sonrisa.

De regreso en el tren pensaba que era la vida la que le sonreía. Al pisar el suelo enmoquetado del hotel se lanzó directa a la piscina. Cerraba en media hora. Luego veinte minutos de ejercicio en la cinta, aunque no funcionaba, o ella no sabía cómo hacer que funcionase y se contentó con la elíptica. Un aparato al que tenía especial manía, y se la siguió teniendo durante esos veinte minutos y finalmente un masaje descontracturante craneofacial, que la dejó de maravilla, antes de degustar una coca de pimiento rojo asado, queso de cabra y anchoas deliciosa, de cena. Para cuando se metió en cama estaba cansada, pero se sentía feliz.

La segunda parte del viaje fue la mejor, al menos en términos de tranquilidad. La boda, un enlace en una de las islas más alejadas de nuestro entorno, pero alegres y tranquilas a un tiempo. El pueblo en que se encontraba era muy venteado y acudían  a él surfistas para competir con sus tablas.

La bofetada de calor del primer día fue insufrible, pero sus amigas le dijeron que había tenido suerte pues había hecho mucho más calor. La calima, propia de esa zona…

Pero el tiempo hizo juego con los novios y les regaló un respiro. El día de la boda les ofreció una climatología calurosa, pero algo más amable que los días previos, pese a que en el momento de los aperitivos las bebidas rulaban más que los canapés, con productos típicos de aquellas tierras.

La boda había sido civil, y en la sala de plenos del Ayuntamiento, el calor se podía cortar a pedazos y dar a cada invitado una porción; alguna que otra invitada había tenido el ingenio suficiente de llevar abanico con el que refrescarse, dar aire a su rostro, ella desde luego. Dos invitados estaban a sus espaldas y exclamaron:

-¡Sí, sí… por favor! El aire había llegado en forma de maná hacia ellos, ella les sonrió y giró al vista hacia los novios, aunque en este tipo de ceremonias es un visto y no visto, y cuando quiso darse cuenta todos habían salido y los novios estaban siendo bombardeados con saña con arroz a mazo, una costumbre que ha dejado de ser romántica para pasar a ser sangrienta.

El cava posterior en improvisados vasos de plástico era fresquito y entraba bien, sobre todo a la rama de la novia, que era de ascendencia rusa. Y de ahí lo peculiar de la boda.

Todas las bodas suelen tener anécdotas que contar, pero en este caso la peculiaridad residía en el hecho de las tradiciones. Hacía tiempo que los novios habían intercambiado sus votos y desde su mesa ella los veía sentados conversando. La novia se levantaba y gritaba ¡Gorka! Todos los rusos gritaron con ella y nosotros, que éramos españoles, también.

Pese a que Gorka significa amargo en ruso, es una expresión para atraer a la buena suerte como cuando aquí decimos ¡mucha mierda!

A lo largo de la boda los Gorka se sucedieron, al igual que la comida, esta no con tanta prodigalidad como los Gorka o el baile, todo hay que decirlo.

Los camareros, novatos hasta las cejas, no parecían saber distinguir un agua de un refresco, o un refresco de un vino blanco… y el agua parecía ser un bien preciado, al igual que los hielos, y no por las restricciones actuales, sino por la empanada mental de algunos empleados del local, estéticamente muy bonito. Al igual que Gorka, un bizcocho ruso fue pasando de mano en mano, o de pellizco en pellizco, que era como había que degustar aquel pastel para procurar buenaventura a los invitados. Estaba bueno, esponjoso, sabía algo a mantequilla, aunque a ella le hubiera gustado tomarlo más de postre.

El amenizador del baile, canario de pro, era agradable, pero estaba empeñado en poner ritmos caribeños a todo trapo. Ella y los demás invitados lo daban todo en el baile, no era momento para exquisiteces.

La dama de honor de la novia bailó un baile tradicional del Cáucaso, así se lo dijo una invitada rusa que hablaba castellano. Ella veía pies, pies, pies y más pies, girando al compás de la música, una especie de danza exótica, incentivada por el precioso vestido fucsia de la chica, y por el prodigio de sus pies.

Fue bailarina profesional- le dijeron.

También hubo tiempo para la morriña gallega, al cantar Oliñas veñen, una canción que el amenizador mezclaba con otra canción gallega, luego unos hombres rusos disfrazados de novias arrancaron la risa de todos los invitados, y, finalmente, otro baile de música exótica, rusa, de tradición eslava. Aunque para los rusos la música exótica debió ser la nuestra. O quizás aburrida, a ratos. El idioma suele ser un obstáculo en las relaciones y en las interpretaciones de los rostros; la palabra  Amoristopía salió a relucir en un momento de la boda, y cuando el ánimo fue decayendo decidió regresar al hotel.

Y como no hay una sin dos, ni dos sin tres, en el viaje de regreso la joven sufrió otro percance relacionado con su vestido.

Acababa de pasar la facturación y se dirigía a los aseos, cuando se percató de que en el baño no había colgador. ¿Dónde dejar su vestido? Metió las manos bajo el grifo del lavabo, que tenía un sensor para echar agua al contacto con las manos. Bien, no había problema. Pero cuando apoyó su vestido con su funda todo el chorro de agua que no había sido antes, ahora lo soltó aquel estúpido lavabo sobre la funda, dejándola encharcada. Era como si todo el deseo de agua que ella y los otros invitados habían padecido ahora fuese retribuido de forma brutal y estúpida.

Enojada, se agachó para coger un rollo de papel higiénico y limpiar el estropicio cuando ¡RAS! se le desgarró el vaquero a la altura de las posaderas, concretamente, la derecha. Era su vaquero favorito, uno que se había puesto infinidad de veces y ya llevaba dos zurcidos a sus espaldas. Para cuando se incorporó sentía un cabreo del tamaño de la cola que la que la había acompañado hasta obtener su tarjeta de embarque, y decidió dirigirse a la puerta desde la que saldría su vuelo.

Esta historia novelada me sucedió a mí. En el vuelo de regreso llevaba conmigo un libro de Alfonso San Esteban ( creo recordar, aunque quizás invente el apellido) con diversas reflexiones sobre la vida, algunas simples y otras más profundas y me detuve leyendo el relato Caleidoscopio, porque ¿quién de niño no se ha emocionado viendo uno?. Toda su profusión de colores, todas sus luces. Esta palabra tiene dos acepciones según la RAE

“Tubo ennegrecido interiormente, que encierra dos o tres espejos inclinados y en un extremo dos láminas de vidrio, entre las cuales hay varios objetos de forma irregular, cuyas imágenes se ven multiplicadas simétricamente al ir volteando el tubo, a la vez que se mira por el extremo opuesto. Y conjunto diverso y cambiante.”

Eso fue para mí esta boda, un conjunto diverso y cambiante. Según el blog Rusia para hispanoparlantes, Gorka significa más bien ¡El beso, el beso…! o sea, una invitación de los novios a besarse, algo que se vio con frecuencia. Debido a lo diferentes que pueden ser los pueblos, sus diversas culturas, una boda muestra las particularidades e idiosincrasias de ese grupo, que salen a flote por la fuerza de la comparación del contraste. Al igual que las luces que decoraron el vestido de la novia en un original baile, como una brillante luciérnaga, todavía está grabado en mi retina el movimiento del vestido fucsia y los pies girando y, girando vertiginosamente, plasmando en su alegre devenir un fascinante baile del Cáucaso. @mundiario

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