Urbanidad preelectoral

Personas en una calle de Madrid. / Pixabay
Personas en una calle de Madrid. / Pixabay

La falta de modales enturbia la convivencia. Los artificios de la rudeza y la bronca no mejoran la realidad; más bien indican que los otros estorban.  

 

La vida ya es bastante bronca por sí misma. La inestabilidad laboral, la gentrificación, la inflación y las hipotecas, más otros mil problemas familiares, que los contratos de miseria agrandan, generan inestabilidad de proyectos de vida y sensaciones de exclusión que, a la vista de la publicidad dominante en las Redes, en vallas publicitarias y medios, producen, estrés, frustración y otros efectos dañinos en la mente, en el cuerpo y en las relaciones con los demás.  Y hay muchas otras variables todavía contribuyendo, a diario, a que la pobreza y la exclusión circulen a diario por las calles cargando sobre los hombros de quienes se sienten fuera, abandonados. No es imprescindible ir a barrios periféricos para ver cómo la exclusión acampa alrededor, y menos hace falta hacer turismo exótico a países que llamábamos “subdesarrollados” para verlo. La propia tele ha dejado de frecuentar ese universo de marginación a la hora en que comemos; para que los televidentes crean que viven en un mundo feliz, les sobra con la Guerra de Ucrania, donde un número impreciso de misiles y drones volando da paso a destrucciones y malheridos suficientes para que se sientan dentro de una burbuja que merezca la pena. Agradecidos por la tranquilidad, al final del noticiario,  soportan mejor que la sequía amenace con embalses medio vacíos a comienzos de mayo, sin frente alguno de lluvias en el horizonte y con fluctuaciones meteorológicas entre “la Niña” y “el Niño”. No pasa nada, todavía no estamos en plena intemperie.

La Ínsula Barataria

En pleno estoicismo nos enteramos, sin embargo que, en un lugar e la Mancha de cuyo nombre da igual acordarse, viven muchos hidalgos de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Compiten todos por ver quien es más listo, más bravo y valedor de personas infortunadas. Y en sus ratos ociosos, han dado todos en leer y escribir mensajes en que admiradores y admiradoras les dicen que son merecedores de mayor estima; tantos twits mensajeros han magnificado las grandezas de cada cual, que les hacen perder el juicio; se han dejado embelesar y, después de confirmar con asesores y libros de caballerías lo que sesudos adivinos les avanzan como presagio de adeptos,  no paran de discutir entre  ellos sobre quién es el más aguerrido, sin dejar de enzarzarse en dilucidar qué antepasado podría comparárseles. Tanto se han enfrascado en estos asuntos que llenóseles la fantasía de todo lo que han leído, sobre todo en los mensajes de clientes. Pasan las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, y del poco dormir y del mucho leer, se les secó el celebro y casi perdieron el juicio. Tanto, que hay allegados imaginando que sería bueno que, para que tanto mensaje y libro dañador no causara más locura,  mejor sería arrojarlos  por la ventana y prenderles fuego. Antepasadoslejanos habían quemado la biblioteca de Alejandría para tranquilidad de los poseedores de la verdad.

En 1509, contaba Cervantes que algo de todo ello había pasado a dos personajes suyos; entre acciones de Don Quijote, que a Sancho le parecían disparates, la fortuna les hizo ir a parar al castillo de una pareja de aristócratas, donde ambos parece que podrían cumplir algunos de los mayores sueños que ambicionaban. En un ambiente apartado del común de los mortales, transcurren algunos de los episodios más expresivos de los contrastes entre realidad e imaginación imposible que Cervantes señala de continuo. Las diferencias y distancias entre el mundo irreal que exageran unos duques y el que, según el relato, viven o creen vivir sus invitados, Cervantes va poniendo el dedo en cuanto vendría bien a todos que aconteciera de otro modo. Sancho llega a creerse que es gobernador de Barataria y que va a limpiarla de todo mal y de cuantos holgazanes rondan por allí; demuestra sensatez, buen juicio y ecuanimidad para el “buen gobierno”, pero aunque supera con creces cantidad de situaciones problemáticas, acaba desencantado y lo deja. Lo que ocurre en la segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha bien podría leerse como un trasunto de lo que  en otro lugar de la Mancha, no muy lejos de El Toboso, viene sucediendo o debiera suceder. No parece que la sensatez esté reinando y, pese a ello, nadie cree, ni se siente obligado, a repetir lo que confiesa Sancho: “ no soy bueno para gobernar sino es un hato de ganado, y las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son a costa de perder el descanso y el sueño” (cap. 54). Otro personaje dice en ese mismo capítulo: “”Ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento, y me dé a conocer cómo le tengo que servir”.

La Urbanidad

Por lo visto el pasado día dos de mayo en la Real Casa de Correos de Madrid, cuando se conmemoraba lo que Goya había pintado en 1814, después de la libertad que había pregonado la Constitución de Cádiz, parece que lo que se honraba era otra cosa. Si los gestores del evento hubieran visto y reparado en lo que el mismo Goya había pintado y escrito en muchos otros cuadros, dibujos y grabados, no hubieran dado el mal ejemplo que dieron. No muy lejos, en la Real Academia de San Fernando y en el Museo del Prado, hay sobrada documentación gráfica sobre lo que acontece cuando se olvida lo que a la postre merece la pena. El Cuaderno C, en particular, es todo un alegato en pro de una racionalidad ilustrada, menos lastrada del rencor prejuiciado que grabó la cámara cuando puso su objetivo en lo que pasaba en las escalerillas del escenario. El plano secuencia mostró enseguida la banalidad del acto; cuando el objetivo se demoró en las caras de quienes estaban en la tarima, los besos y miradas, más la hombrera taurina que la presidenta llevaba en su vestido, hicieron recordar el cuadro de La familia de Carlos IV, el retrato colectivo que había pintado Goya en 1800. El deleznable guión del acto festivo hubiera sido muy distinto si sus mentores se hubieran ocupado de lo que Erasmo dice en su libro: De la urbanidad en las maneras de los niños (De civilitate morum puerilium), donde en 1530 explicó  cómo la cortesía y las buenas maneras, además de expresar la dignidad que uno tenga, hablan del valor y la estima que da a los otros, cuestión fundamental para la vida sana de cualquier comunidad. Casi al final, dice que ”a quienes les tocó en suerte ser de buena cuna, deshonroso les es no responder a su linaje con sus maneras”; si no, más empeño han de poner en compensarlo “con la elegancia de las buenas maneras”. Sean o no correctos los protocolos que se hayan seguido este dos de mayo –cuestión muy discutible-, la falta de modales ha sido un tratado de urbanidad especialmente antidemocrática en vísperas electorales. @mundiario

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