Señorías, esta vez se han pasao

Justicia. / Manel Vizoso
Justicia. / Manel Vizoso
En los fundamentos jurídicos de la sentencia se dice que “(el señor Camacho) creyó que lo que se informaba era cierto o podría serlo” simplemente porque esos medios lo habían publicado muchas veces (puro Goebbels).
Señorías, esta vez se han pasao

Vaya por delante el respeto a la Justicia, no tanto a quien la administra. Como humanos están sujeto a errores, unas veces provocados por la impericia y otras por vaya usted a saber qué les impulsó a los sinsentidos de autos y sentencias que sorprenden y, en ocasiones, indignan al ciudadano de a pie. Y es que en España cuando se trata de jueces -los administradores de justicia- hay que ir, como diría Chiquito de la Calzada, con mucho “cuidadín” para no acabar como un “pecador de la pradera” o un “fistro”, ya que nunca se sabe con el humor con el que se levantarán nuestros togados.

La cosa es que la Audiencia de Madrid acaba de rechazar el recurso interpuesto por el exvicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, en el que reclamaba que el excoronel del CESID (ahora CNI), Diego Camacho, fuese condenado por un delito de calumnias. Resulta que el que fuera agente del CESID ya había sido absuelto de ese delito por el Juzgado de lo Penal número 31 de Madrid. O sea, que esta historia tiene sus precedentes.

Todo arranca cuando Diego Camacho, que trabajó como espía en el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) con la categoría de coronel (jubilado ya desde hace algunos años), sintió la llamada de esa “patria” que algunos se empeñan en romper. Dicho y hecho. Habló con los medios que también sienten esa llamada de la “patria herida” y allí les confesó sus temores y de dónde venía la amenaza.

Diego Camacho afirmó en esas declaraciones que Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno, “cobró dinero procedente de desfalcos y del narco venezolano”. Y como esto le pareciese poco para asustar a las masas, añadió que Iglesias también “proporcionó pasaportes falsos a terroristas de Hezbolá”.

Un momento en el que ya no hay marcha atrás. Sujétame el cubata que voy. Y llegó la traca final: “(esos pasaportes falsos) también iba a proporcionárselos a Delcy Rodríguez (vicepresidenta de Venezuela)…” que estaba “contrastada la vinculación del señor Iglesias con el narcotráfico de Venezuela, con la financiación de Irán”. Para tranquilizar a sus interlocutores concluyó: “la vinculación de Pablo Iglesias con el narcotráfico es una cosa superconocida”.

Lo peor de esta historia no son los desvaríos de un hombre que en su día estuvo muy cerca de los grandes secretos de Estado. No, no. Lo peor llegaría cuando el entonces vicepresidente del Gobierno quiso poner las cosas en su sitio y acudió a la Justicia para reclamar su buen nombre. Primero el Juzgado de la Penal número 31 de Madrid, en el que se presento una querella por calumnias e injurias, dictó sentencia 145/2022 absolutoria para el que querellado Diego Camacho. Este juzgado no vio nada punible en las acusaciones vertidas contra Iglesias. Al parecer, en opinión del titular del Juzgado de los Penal número 31 de Madrid, el coronel Camacho no había hecho sino un ejercicio de libertad de expresión.

Llegamos, porque no había otro camino, a la Audiencia Provincial de Madrid ante la que Pablo Iglesias llevó su recurso solicitante de una rectificación de la sentencia antes mencionada. Pasaron los meses y la Audiencia Provincial habló, como hablan los tribunales, a través de una nueva sentencia. ¡Y menuda sentencia! Para enmarcar en el cuaderno de recuerdos extraños. Aquí se abre el capítulo de la risa trágica. Dice la Audiencia Provincial de Madrid que el “ciudadano” Diego Camacho hizo todas esas afirmaciones / imputaciones porque dio verosimilitud a lo que había leído en varios medios de comunicación, tal que Ok diario, periodistadigital.com o Mil21; unos medios que el tribunal considera “fuentes solventes”. No, no se rían todavía, que la cosa tiene mucha miga.

Fíjense bien porque aquí el tribunal se arroga las funciones de profesor de periodismo y establece una nueva categoría de la profesión: lo que se publica muchas veces se convierte en cierto. Así que en los fundamentos jurídicos de la sentencia se dice que “(el señor Camacho) creyó que lo que se informaba era cierto o podría serlo” simplemente porque esos medios lo habían publicado muchas veces (puro Goebbels). Por tanto, para los tres magistrados que firman la sentencia -Isabel María Huesa, Francisco Manuel Oliver (ponente) y Antonio Antón y Abajo- no ven las afirmaciones del señor Camacho ni calumnia ni injuria, ni afectan al honor de Pablo Iglesias porque esas afirmaciones son “meras insinuaciones o atribuciones personales genéricas, pero adolecen de la concreción necesaria para este tipo penal”.

Ya solo quedaba decirle al recurrente que tiene la piel muy fina, porque lo que él considera que son alusiones claras y concretas, para el tribunal no lo son porque están hechas desde la perspectiva subjetiva e interesada, pero que claro, eso a juico de la Sala enjuiciadora -¡faltaría más!- “no cuenta con la suficiente entidad como para colmar las exigencias jurisprudenciales del delito de calumnias”.

Y al final, para que se vea con claridad quién manda, los tres magistrados amonestan a Pablo Iglesias de quien dicen que tiene un doble rasero: “En Román paladino: no se puede tener un concepto del derecho al honor muy restrictivo para sí, y muy laxo y amplio para los demás, de tal suerte que considere que determinadas expresiones dirigidas contra él las califique de ofensivas, y cuando esas mismas expresiones son proferidas o utilizadas por él hacia terceras personas las considere plausibles o correctas”.

Un mejor final para esa sentencia hubiese sido el video accesible en youtube bajo el título “Las bromas de mi pueblo”, en el que el humorista Gila relata cómo los mozos de su pueblo, con la boina calada hasta las orejas y presumiendo de unicejo, van relatando los domingos las bromas a las que someten a diferentes vecinos. Entre grandes carcajadas Gila va explicando una burrada tras otra hasta llegar a la que gastaron al farmacéutico del pueblo: “broma buena -dice Gila- la que le gastamos al boticario, en paz descanse desde entonces”. Le hicieron sacar la cabeza por la ventanilla por la que dispensaba los medicamentos y entonces ¡zas!, se la trizaron con  un cepo de cazar lobos. “Y la mujer se enfadó: como dijo mi madre, si no sabe aguantar una broma, pues que se marche del pueblo”. Pues eso, el mundo de Gila. @mundiario

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