Las ricas también lloran... menos

La exclusiva de Hola.
La exclusiva de Hola.
El recurso de la presentadora Ana Obregón a un vientre de alquiler a los 68 años desata un intenso debate bioético y político.
Las ricas también lloran... menos

Desde que tengo uso de razón recuerdo haber detestado la frase popular que sentencia que “siempre habrá ricos y pobres”. Y me molesta, no por la obvia simplicidad de una realidad que será tal al menos durante mucho tiempo, sino por las consecuencias derivadas de quienes la expresan, y es que hay colectivos, e hijos de colectivos, y nietos de colectivos que suponen que siempre estarán en el bando de los pobres, mientras otros se perpetuarán secularmente en el de los ricos, en esos que el PP ha llamado como las familias de bien.

Y esas sentencias de renuncia a la igualdad y a la justicia social acomodan los falsos debates sobre la extensión de la libertad de mercado y el consumo de bienes que algunos defienden que sea tan ilimitado como el dinero o el patrimonio de las personas que puedan adquirir dichos bienes y servicios, sean lo que sean.

Y así asistimos de nuevo, con escenografía diferente adornada en portadas de revistas rosas, a la explotación de quienes tienen medios que le permiten explotar a los demás hasta límites insospechables. Sí, me refiero a la compra del bebé que Ana Obregón ha llevado a cabo, exclusiva mediante, operación mercantil que la ha dejado incluso tan extenuada que la han tenido que sacar del hospital en la típica silla de ruedas de convalecientes recién salidas de un hospital; nada sabemos de la situación física o psicológica de la pobre mujer que ha vendido a su propia bebé y se ha quedado sola con su propia convalecencia.

Pero eso no es todo. Se acompaña la aberración de relatos de todo tipo acompañando el gesto de la famosa explicándolo a la pena de perder su propio hijo ( por supuesto sin la compasión correlativa por la parturienta a la que acaban de despojar de su propia hija), a la necesidad de no sentirse sola, y hasta a la famosa libertad que tan sonados jolgorios nos ha dado en Madrid.

La tristeza justifica algo tan espeluznante como el tráfico mercantil con un bebé, ¿por qué no? Si el límite está en cuanto dinero tenga quien compra y cuán alta sea la miseria o la desesperación de quien vende, ¿qué importa además esa bebé? A quien por supuesto se le supone el privilegio que le supondrá ser hija de una mamá acaudalada y no de una pobretona sin medios. ¿Qué importa el bien que se necesite si necesitas un riñón o un pulmón o cualquier órgano y tienes tanto dinero que puedes comprarlo a alguien que sea tan pobre que vea la oportunidad de sobrevivir en su miseria vendiéndotelo?

Y, sin bochorno alguno, se habla del derecho a ser madre confundiendo de nuevo derechos con caprichos, personas con objetos, tráfico mercantil con sentimientos… porque ya se sabe que tener dinero te permite consuelos que otros no tienen, ya se sabe que el derecho al consuelo se encuentra en el mercado al alcance de bolsillos generosos; ya sabemos que los ricos –y las ricas– también lloran… menos. @mundiario

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