¿De qué “realidad” estamos hablando?

Código Penal. / RR SS.
Código Penal. / RR SS.

El mito de la irrealidad construida sobre sueños inútiles impide caminar con dignidad en un mundo crecientemente crítico.

¿De qué “realidad” estamos hablando?

Se puede pasar una vida entre estrecheces a condición de que esté razonablemente cimentada; permite caminar con expectativa de mejora, o al menos, resguardada de inclemencias externas a las del pequeño mundo ambiental en que se haya nacido. Pero cuando el pasado ha sido triste,  cargado de dolor imposible de cerrar, si el presente supuestamente próspero y feliz lo tergiversa, la calma indispensable para seguir se convierte en peso difícil de sobrellevar.

Cuantos pasan de los sesenta años, han conocido el mundo limitado de cuando la España rural declinaba. El desarrollismo los atrapó en el ansia de estar incluidos en un mundo de prosperidad y, enseguida, empezaron a sentirse metidos en la vorágine de desigualdades más humillantes, provenientes de decisiones lejanas que les dejaban más expuestos a las inclemencias de la organización laboral y social. Hoy, entre crisis multiplicadas y acuciantes, los logros de la España urbanizada, integrada en la globalización económica, no pasan de efímeros, especialmente cuando se quiere erradicar lo supuestamente anticuado, para dejarse llevar por sugestiones inapropiadas.

La desigualdad estructural

Se insiste mucho –como en el siglo XIX- en la “evolución personal” como clave de los cambios que se necesitan para que el mundo que nos toca vivir sea mejor y sin las limitaciones que tiene. Vuelve a estar de moda la historia imaginada, la de los libros de texto en que los grandes problemas políticos, y no digamos las revoluciones, eran fruto de los devaneos morales de individuos endemoniados; nada achacaba a la organización social, a cómo estaba compuesta, ni a sus contradicciones internas. Como si fuera perfecta, la irreal construcción que se propaga insiste en comparar lo vivido por las generaciones de jubilados en sus tiempos de actividad, como algo paradisíaco,  y las circunstancias actuales, llenas de corrupciones miserables que ni el Código Penal recoge.

Estas historias que ahora circulan como “noticias” sirven para apoyar –igual que las de la época romana o las del Conde Lucanor- sugestiones ejemplarizantes para un mundo mejor que nos devolvería a un tiempo perdido. Sin la fidelidad de Proust, la realidad del pasado que nos van pintando nada tiene de real; todo fue mucho más complicado y más duro, menos anecdóticamente gracioso y con secuelas difíciles de sobrellevar. Los dañados por aquel sistema impuesto a la fuerza fueron muchos más de los que se cuantifican en muertes, desapariciones, exilios y suplantaciones dañinas para el desarrollo de las personas y la sociedad. Reacios a la Historia documentada –y no inventada-, hay quienes hablan de oídas y reiteran que la maldad de unos pocos, a los que señalan con el dedo, es la culpable de sacrificios purificadores para todos; nada dicen sobre cómo los que impusieron aquel sistema decimonónico se beneficiaron de cuanto patrocinaba en economía, en relaciones laborales, en recursos sociales, en educación y libertad personal de todos y todas. Menos se refieren a  quienes en el momento actual, habiendo heredado los beneficios de entonces, han mejorado las maneras de hacer ver que la desesperación de los asalariados y marginados nada tiene que ver con que unos pocos alcancen el Gotha social y económico a cuenta del trabajo ajeno.

Los hechos y la memoria de lo vivido

Algunas instancias e instituciones actuales nos siguen conminando, como en el siglo XIX, hacia la vigilancia moral de nuestros actos, mientras por otro lado juegan a desmantelar el mediatizado Estado de Bienestar de que hemos sido capaces de dotarnos. Insisten a todas horas en la libertad individual del éxito y del beneficio, mientras aprovechan todas las coyunturas posibles para predicar moderación y, para ayudarnos, nos privan de la Sanidad y de la Educación a que tenemos derecho. Entretanto, Oxfam-Intermón acaba de mostrar su informe de desigualdad, en el que puede leerse  cómo, a nivel mundial, la fortuna de los milmillonarios ha crecido a un ritmo de 2.700 millones de dólares al día, al tiempo que  al menos 1.700 millones de trabajadores viven en países donde la inflación se come sus salarios. En España, perjudica a un 26% de hogares, devorando sus ingresos salariales; mientras los márgenes empresariales eran a finales de 2022 un 60% superiores a tres años antes, los salarios apenas habían crecido un 4%.  Aquí, mientras en 2.008 el1% de los multimillonarios concentraba  el 15,3% de la riqueza total, en 2.021 ya representaba el 23, 1%; la evolución de la desigualdad es preocupante: “mientras los salarios pierden peso y capacidad de poder adquisitivo, las grandes empresas aumentan  beneficios  y la riqueza sigue concentrándose en manos de unos pocos”.

Con estos datos delante, los que pasan de sesenta años, que han vivido las inclemencias de la intemperie y que sus hijos tuvieron más posibilidades que ellos, están viendo que sus nietos están volviendo a tener las penurias de sus infancias. Esta moral egoísta e hipócrita, amnésica y retrógrada, que se trata de propagar ahora, no les convence; los desanima esta forma de triunfar en que, para el logro de una posición supuestamente exitosa, se ha de tirar por la borda que lo que les ayudó a tirar hacia delante fue la esperanza. A punto de celebrarse el 24 de enero el 46 aniversario de la muerte de los Abogados de Atocha,  no viene mal recordar la difícil construcción de  una cultura de la colaboración y valores éticos universales.  Los relatos que circular como solución de futuro, ajenos al pasado real de la libertad democrática, disfrazan los modos en que algunos procuran vampirizar los derechos sociales con que,  desde los años ochenta, iniciamos un Estado de Bienestar que, en Europa, habían empezado treinta años antes.

La Declaración que, desde 1948, dimos en llamar de Derechos Humanos, como algo en que trabajar unidos para que lo que tenemos por el hecho de nacer sea realidad, no se aviene con la retórica de estos emprendedores ahítos de proclamar por encima de todo una fantasiosa libertad de unos pocos, tan favorable a las privatizaciones de éxito en autonomías como Madrid. Quitar de en medio lo que es  de todos para favorecer a los amiguetes, y crear situaciones propicias para que el que se sienta pobre se aguante, y que el que tenga éxito a cuenta de los demás alardee de emprendedor, es un atraso en ética social y política. Y el afanarse en las redes y medios, en la autopromoción agresiva de estas supuestas soluciones, para que unos pocos se lucren, no deja de ser una mafiosa estafa a la credulidad de los ciudadanos inermes, a la realidad de lo urgentemente necesario y a la trayectoria de autenticidad moral de quien lo defiende. La felicidad social –aspiración de todos los humanos- es imposible sin cuidar a los demás: un oxímoron político. @mundiario

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