¡Qué duro es hacerse viejo!

Ramón Tamames –en la foto junto a Santiago Carrillo– estuvo en la firma de los Pactos de la Moncloa, que presidió Adolfo Suárez. / RR SS
Ramón Tamames –en la foto junto a Santiago Carrillo– estuvo en la firma de los Pactos de la Moncloa, que presidió Adolfo Suárez. / RR SS
No es admisible que Tamames, ni tantos otros tránsfugas de la izquierda, intenten justificar su deriva con una extraña emergencia nacional que solo está en su imaginación.
¡Qué duro es hacerse viejo!

Cada vez que veo la foto de Ramón Tamames con Santiago Abascal se me revuelven las tripas. Me resulta incomprensible que un histórico luchador antifranquista le haga el juego a los herederos de aquellos que lo encarcelaron. Puedo entender a quienes sientan un profundo malestar por las alianzas del Gobierno con algunas formaciones que tanto han dañado la convivencia en este país. Pero la realidad es la que es, no la que nos gustaría que fuera, y la aritmética parlamentaria restringe los caminos practicables para avanzar. Igual que ocurrió en la Transición. Y Tamames bien lo sabe, porque fue precisamente su partido, el PCE, el que más sapos tuvo que tragarse para propiciar y afianzar los consensos necesarios para avanzar hacia la democracia. Para ello hubo que transigir, renunciar, pactar e incluso ir del brazo de agentes activos de la dictadura. Pero se hizo, tapándose la nariz, porque era la única posibilidad real de conquistar la democracia. Y se hizo razonablemente bien.

Frente a quienes quieren reescribir la historia desde un despacho, sin tomar en consideración las circunstancias históricas en las que suceden los hechos, sigo defendiendo la validez de la Transición. Ciertamente fue un proceso alejado de la perfección (que algunos hagiógrafos quieren vendernos), pero con sus carencias, con las concesiones hechas por la necesidad de adaptarse a los principios de posibilidad y realidad, encauzó una democracia parangonable a la de cualquier otro país europeo. Y no, los fallos, y fallas estructurales, posteriores no son atribuibles a la Transición, sino a quienes han pilotado la política y las instituciones a lo largo de este casi medio siglo posterior. Y quizás, por qué no, también alguna responsabilidad hemos de tener cada uno de nosotros, que de una u otra manera hemos participado y contribuido a llegar hasta donde hemos llegado, para bien y para mal.

Así que no es admisible que Tamames, ni tantos otros tránsfugas de la izquierda, intenten justificar su deriva con una extraña emergencia nacional que solo está en su imaginación. No cuestiono su capacidad intelectual ni su lucidez mental. Creo, más bien, que eso de hacerse viejo es muy, muy duro. Y no hablo ahora de la decadencia física, del deterioro fisiológico. Hablo de la pérdida de conexión con la realidad.

Cuesta mucho tiempo y esfuerzo construir los esquemas mentales con los que nos movemos por el mundo, por la vida. Durante bastantes años somos capaces de ir adaptándolos a los cambios de nuestro entorno. Pero llega un momento en que la velocidad de esas transformaciones nos supera y perdemos pie, nos sentimos incapaces de procesar y asimilar tantas, y a menudo tan profundas, modificaciones. El mundo avanza a una velocidad que nos supera, y ante la impotencia acabamos por aferrarnos con más fuerza, como un salvavidas, a nuestros viejos, y caducos, esquemas mentales. Las rupturas generacionales son una constante. 

Aquellas estructuras sociales, económicas y políticas de los años 70 que tan bien estudió, y nos explicó Tamames, nada tienen que ver con las actuales. Un país cerrado como era España en aquellos años en nada se parece a una España plenamente integrada en una Unión Europea sin fronteras. La soberanía nacional es ya un concepto caduco ajeno a la realidad. Los agentes económicos, los movimientos financieros, el mercado y los procesos laborales, las potencialidades tecnológicas nada tienen que ver con los de hace medio siglo. Los flujos migratorios, pero también los de ideas, los estéticos, los culturales, han propagado el mestizaje sociocultural. La mujer se ha incorporado a la vida laboral, y social, en igualdad de condiciones que el hombre, en plenitud de funciones y en total autonomía. Y no solo eso, la revolución feminista está transformando las relaciones sociales. Todo esto es así, y es bueno que así sea. Porque nunca debemos de dejar de avanzar hacia una sociedad más abierta, diversa, plural, en la que cada persona encuentre el camino y las herramientas necesarias para intentar llegar a ser lo que quiera ser.

Ramón Tamames. / Juan Manuel Serrano Arce
Ramón Tamames. / Juan Manuel Serrano Arce

Eso es el progreso, y debemos ser capaces de sumarnos a él adaptando nuestros esquemas mentales a las nuevas realidades sociales y culturales. Y si uno se hace tan viejo como para sentirse descolocado, desamparado ante ese nuevo mundo, uno debe tener la fortaleza mental necesaria para asumir que se ha quedado fuera de juego. Con la misma naturalidad con la que nosotros rompimos con los esquemas de nuestros padres.

Lo que no se puede hacer es dejarse arrastrar por quienes, interesada y maliciosamente, intentan devolvernos a las cavernas. Y no por miedo al cambio, sino porque sus valores son los de un mundo que ya no existe (y que no debe existir). Se puede criticar al Gobierno desde dentro, desde fuera, desde la periferia o desde el extrarradio, pero lo que no se puede es confundir la crítica con atacar desde la trinchera de quienes quieren retrotraernos a los tiempos más oscuros de un pasado, desgraciadamente, no tan lejano como a veces nos pueda parecer. @mundiario

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