Las organizaciones sociales privadas sustituyen al sector público

Personas bajo la lluvia. / Archivo.
Personas bajo la lluvia. / Archivo.

Sus voluntarios y colaboradores merecen el respeto de todos, sobre todo, de una administración pública que derrocha recursos en actividades ineficientes e ideológicas.

Las organizaciones sociales privadas sustituyen al sector público

La crisis económica del año 2008, la paralización de la economía mundial derivada de la pandemia, las consecuencias de la agresión rusa a Ucrania, la alarma en el este de Asia y la continuidad de las migraciones, han ido agravado la situación de pobreza en Europa.

A ello se une la endémica miseria en África, Hispanoamérica y Asia, provocadas por la corrupción y el fundamentalismo religioso y político, entre otras causas.

La solidaridad a distancia suele ser más atractiva porque permite lavar las conciencias con la ayuda material y evita contemplar directamente las carencias de los que sufren.

Aunque, obviamente, no estoy en contra de esta clase de ayuda, deseo hacer hincapié en la penuria que tenemos a nuestro lado, en la ciudad en que vivimos, el vecino de al lado, un compañero de trabajo, un amigo de nuestros hijos o quienes hacen largas colas ante las instituciones benéficas privadas para recoger una bolsa de alimentos.

Las frías estadísticas y los documentales nos alarman en el momento, pero después viene el olvido. Las consecuencias de la crisis humanitaria sobrepasan los números, porque detrás de ellos hay historias personales tristes y desesperación.

Familias venidas a menos que, a las carencias materiales, unen la vergüenza de tener que depender de los demás y, sobre todo, que los demás lo descubran.

Los que padecen la soledad, la enfermedad o el abandono.

Quienes pierden el empleo y lo ocultan a la familia por vergüenza o un equivocado sentido de la dignidad.

Las familias destruidas ante la imposibilidad de mantener el régimen de vida anterior, porque surgen reproches, culpabilidades o resentimientos.

En otros casos, la carencia de los recursos más elementales induce a la búsqueda de falsas soluciones en el juego, la droga, la prostitución o el delito.

El hastío y la desesperanza se hacen compañeros inseparables de quienes no encuentran un trabajo que les permita vivir con un mínimo de dignidad.

Son muchos los que se ven abocados a permanecer hasta el final de sus días acogidos en una institución benéfica o a tener una vida errante con un hogar entre cartones.

Lo más necesario para todos ellos es ser escuchados, encontrar otro ser humano con quien compartir su sufrimiento, sentir que le vemos como una persona y no como un bulto en la calle o un número ante las oficinas de desempleo, sin que nadie les pregunte por qué y cómo llegó a la situación en que se encuentra.

Son numerosas las instituciones que ayudan al prójimo; cada uno entenderá la idea de prójimo de una forma: unos en el sentido evangélico de fraternidad, persona que necesita ayuda, otros, sencillamente, porque les conmueve el sufrimiento. Su labor no se limita a lo material, pues, además, acogen, escuchan, aconsejan, asesoran y acompañan.

¿Qué sucedería si no existieran estas organizaciones sociales, privadas, muchas de ellas confesionales, que colaboran en paliar la lamentable situación que vive España?

¿Se percatan quienes nos gobiernan de que estas instituciones están sustituyendo al Estado, además del valor añadido que supone la cercanía personal?

¡Qué decir del ejército de voluntarios que dedican una parte de su tiempo a estas organizaciones! Jóvenes y mayores, estudiantes y trabajadores, con sentimientos religiosos o sin ellos, gente sencilla que también tiene que esforzarse cada día para salir adelante.

Los voluntarios sociales merecen el respeto y el reconocimiento de todos, sobre todo de un sector público que no hace todo lo que sería necesario, porque derrocha una gran parte de los recursos públicos en gasto ineficiente e ideológico. @mundiario

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