¡Oh Fortuna…!

Elecciones municipales. / Vizoso
Elecciones municipales. / Vizoso
Si la voluble oscuridad de la suerte preside los actos electorales, no debiera ser el criterio para preparar los que se avecinan.

La invocación a la Fortuna iniciaba el sexto poema del Carmina Burana, para decir que, “…cual la luna/variable de estado, / siempre crece/ o decrece:/la vida execrable/ ahora embota,/ ahora mejora, /como en broma, la agudeza de la mente,/y la pobreza /y el poderío/ funde cual hielo…”, y seguía con lamentos sobre la frivolidad de la suerte. En otros poemas del viejo códice medieval de la Staatsbibliothek de Munich, la fugacidad del tiempo también preside la brevedad de las  cosas hermosas en medio de feas actitudes morales de los humanos. Cantado con la música de Carl Orff (1936) –compositor muy ocupado en la música en las escuelas-, presidió el pasado sábado, en el Auditorio Nacional, el último de los conciertos patrocinados por la UAM (Universidad Autónoma de Madrid) en el 50º aniversario de su Ciclo de grandes Intérpretes. Era una invitación a la relectura de los Cantos de Goliardo  que, en el siglo  XIII, hacían circular los estudiantes y clérigos vagantes de ciudad en ciudad -y de universidad en universidad-, plenos de sátira no exenta de conservadurismo: las viejas escalas de valores se habían mudado tanto, que  cuestiones como que “el nivel de estudios baja” -de moda todavía entre docentes de hoy-, formaban parte de su repertorio crítico: Florebat olim studium, nunc vertitur in tedium (florecía antes el estudio…y ahora ya para el tedio).

Las contradicciones sociales son continuas en estos poemas. Antes –proseguía más o menos literalmente este triunfaba el saber, pero acabó prevaleciendo el jugar; ahora aparece antes de tiempo la picardía en los niños, que por malevolencia rechazaba la sabiduría. Mucho antes, en cambio, apenas se permitía a los discípulos descansar después de un arduo esfuerzo de años estudiando; ahora, hasta los chicos pequeños se han sacudido el yugo y se ven libres y se jactan de ser más sabios que los maestros; los ciegos guían a otros ciegos, vuelan sin plumas las aves, los borricos tañen la lira y los más rudos se hacen pasar por caballeros… Lo que la edad pasada rechazó brilla ahora bien a las claras: el calor se ha mudado enfrío y la humedad en sequía; la virtud se convierte en vicio y es preferido el ocio al trabajo; todas las cosas parecen apartarse de la senda debida. Al final, dentro de los patrones cristianizadores de la época, venía a concluir que el “varón prudente” debía considerar para su vida, no fuera a reclamar en el Juicio final, cuando “no cabrá apelar”.

¿Tenía razón el anónimo poema, recopilado en el monasterio bávaro de Benediktbeuren?

Quejas similares ya aparecen en las tablillas de Súmer y no han cesado en las formas de escritura posteriores a la cuneiforme (IV milenio a.C.) por motivos de carácter intergeneracional. El momento poselectoral es de los más propicios para seguir invocando a la huidiza Fortuna antes de los escrutinios y, de paso, responsabilizar después a los no menos volubles hados protectores de desastres. Vuelve la mención al “destino” como algo ajeno a las prácticas rutinarias de los humanos, capaz de gobernar sus vidas independientemente de sus errores o buenas prácticas, como si estas no fueran las que de verdad gobiernan sus vidas. Y ya se oye, más intenso, el lenguaje bélico de la “derrota” y la “victoria” en la “pelea” por el control narrativo de la palestra mediática. Tratar de mostrar quién tiene razón tiene particular interés ante lo que se avecina para el 23 de julio, ante las elecciones generales que se avecinan.

Este ánimo hace aumentar la palabrería al tiempo que, en muchos ciudadanos, crece  una sensación de escepticismo, que no ha hecho más que empezar en la tarde del lunes día 28 de mayo. Quienes desde antes de la CE78 han comprometido sus vidas en niveles exigentes de compromiso democrático, ya tratan de consolarse con pensamientos ilustrados como el de Voltaire reclamando reflexión y memoria para no dejarse arrastrar por cantos de sirena, que se aprovechan de los desmemoriados de lo costoso que ha sido lograr derechos y libertades (Diccionario Filosófico, 1764). También circula por las Redes el pensamiento en que Descartes expresaba que “la razón” está tan bien repartida que todos la creemos tener siempre sobrada para todo  (Discurso del método, en 1637). Y tampoco faltan quienes van más atrás todavía, para encontrar a Aristóteles diciendo, en el siglo IV a. C., que la palabra es lo más propio del ser humano, como característica de su pertenencia a la Polis, para poder “manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto” (La Política, II, 2).

No parece, de todos modos, que haya calado mucho esta línea de la racionalidad pensante; vuelve a haber inquisidores a la caza de culpables de los descalabros habidos en las elecciones municipales y autonómicas. Estos días se cumplen 400 años de la quema de las brujas de Salem y sus descendientes acaban de pedir perdón, y acaba de suceder también en Escocia, pero da igual. Aunque caiga a desmano son invocadas de nuevo por ver si, para la fiesta de Santiago, no se ha producido un desastre mayor; sortilegios y exvotos todavía se pueden ver en distintos “lugares sagrados” donde haya caracochas y verrugas de árboles añosos. Quienes lo hacen no reconocen que los  modos colectivos de pensar y actuar son lentos, y que, en Historia, hay “tiempos largos” cuya duración no se rige por evenemencialidades coyunturales. Si no anduvieran entre prisas, caerían en la cuenta de que sólo con similar tradición reflexiva pueden tomarse decisiones apropiadas para modificar actitudes adquiridas en un largo  dominio colonizador.

La cultura de hacer bien las cosas es lenta; no obedece demasiado a los algoritmos del márketing político. En democracia, poco se avanza hacia una civilidad moderna si, de continuo, las reformas sociales, culturales y educativas, se hacen para estar colgadas un rato en el BOE, hasta ser sustituidas por otras alternantes. Sin que varíen apenas las pautas viejas, que ahora se propagan festivamente en las Redes; hay un cordón sanitario frente a la ampliación de la racionalidad y las libertades democráticas, que está residenciado de origen en el control de las buenas condiciones educativas del derecho a la educación de todos. Lo saben bien cuantos, desde la CE78, han trabajado en la educación pública entre sucesivas leyes orgánicas.  Vamos por la novena y, según lo acontecido el domingo, da impulso a quienes esperan redactar pronto la décima. A cuantos prestan atención a las políticas educativas, será cuestión de brujería que el presente fugaz no les recuerde pronto el leitmotiv de los bodegones “vanitas” del barroco: Sic transit gloria mundi  (Así transcurre la grandeza mundana). @mundiario

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