El ocaso de Occidente y la codicia de Oriente como coyuntura para reafirmar a Turquía

Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía. / RR SS.
Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía. / RR SS.
El presidente de Turquía, lejos de alinearse con uno u otro bando, busca reavivar el espíritu otomano en un país internamente calamitoso.
El ocaso de Occidente y la codicia de Oriente como coyuntura para reafirmar a Turquía

En el mundo del periodismo, es natural que ciertos asuntos sean bien involuntariamente, desdeñados. La guerra en Ucrania no ha sido una excepción y, paulatinamente, los medios, a la par que, a causa del palpitante ritmo de la actualidad informativa, han ido relegando la contienda a un plano menor, no han cubierto con toda la precisión que se merecía la importancia y el papel de un actor clave en esta pugna: Turquía. Su rol es tan sibilino como ambivalente, lo que dificulta la elucidación de sus pretensiones y actuaciones en el porvenir más inmediato.

Desde la llegada al poder en 2014 de Recep Tayyip Erdogan, el renacimiento turco se ha sintetizado con el nombre de “Neo-otomanismo”. El Nuevo Sultán busca así que Turquía reencuentre la gloria extraviada involuntariamente tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, aunque ello implique instaurar políticas torticeras que patenticen que la Anatolia no es marioneta de Occidente ni de Oriente. Las muestras de ello se han multiplicado con el tiempo.

El ejemplo más cercano lo encontramos este mes de agosto. Tras un acuerdo entre Putin y Erdogan, acostó en Turquía el primer buque con cereal proveniente de Ucrania. No faltaron los agradecimientos del mandatario ruso al turco, habiendo auspiciado este último previamente varias conversaciones entre Kiev y Moscú para poner fin a la guerra. Se podría entonces elucubrar que Erdogan, a todas luces, participa en la decadencia de Occidente, pero su comportamiento en la última cumbre de la OTAN levanta ciertas dudas sobre ello. En dicho encuentro solemne y haciendo uso de la noción de unanimidad presente en el artículo 10 del Tratado de Washington, el decimosegundo presidente de la nación de la medialuna demostró que, sin el visto bueno de Ankara, Suecia y Finlandia podrían seguir soñando a día de hoy con su adhesión a la Alianza Atlántica.

De igual modo, no es ningún secreto que Estados Unidos es el primer interesado en la membresía en la OTAN de la veladora del Bósforo. Ya se manifestó así en 1958 cuando Washington instaló misiles en territorio turco a fin de apabullar a la Unión Soviética. Tener a Turquía del lado de la Casa Blanca o del Kremlin, tanto en 1960 como en 2022, acelera las probabilidades de ganar gran parte del partido que se disputa en la cancha internacional.

Son asimismo suspicaces y abstrusas decisiones de Ankara como la compra de material de defensa a Rusia, pese a que Turquía ha sido tradicionalmente aliada de EE UU. Esta adquisición de artillería viene motivada principalmente por la doctrina de la Patria Azul. Bajo este marbete, Turquía, que no firmó la Carta de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, pretende ampliar sus dominios marítimos en el Egeo y en el Mediterráneo, aprovechándose así de los yacimientos de gas presentes, cuya explotación beneficia, hasta el momento, a Grecia. 

En una tentativa de formar parte de los veintisiete, los guiños a la Unión Europea no han sido escasos. Erdogan, encolerizado por los rapapolvos de Bruselas al no cumplir su país con las exigencias en materia de derechos humanos, ya tanteó en 2016 con la guerra híbrida al amenazar a sus vecinos europeos con la liberación masiva de refugiados sirios y afganos. Ese mismo año, el fallido golpe de Estado se saldó con una purga en el ejército y con la impulsión del proyecto de “reislamización nacional”, quedando así Turquía descastada de la laicidad que la venía caracterizando desde su creación en 1923, año en que se pulverizó el Imperio otomano.

No solo el encallamiento del proyecto de integración en Europa supone una desazón para los ciudadanos turcos y, por extensión, para Turquía, pues Erdogan viene acallando el afán de secesión de Ankara del pueblo kurdo. De hecho, Turquía ha cesado en su negativa de que Estocolmo y Helsinki ingresasen en la OTAN gracias al compromiso de ambos a no asilar a las milicias kurdas y a proscribir al Partido de los Trabajadores del Kurdistán.

Por otro lado, la antigua Bizancio viene sufriendo desde hace meses una crisis económica que ha desplomado la lira. No obstante, y coincidiendo además con la conmemoración de los cien años de dicha fundación de la República de Turquía, que tendrá lugar en 2023, parece que el Nuevo Sultán ha bosquejado un plan para atajar -al menos, en parte- la galopante inflación y mostrar una imagen inusitada de la península de Asia Menor. La intención es concluir el denominado Canal Estambul, un megaproyecto infraestructural que descongestionaría el Bósforo al tener el tráfico náutico mercantil una ruta alternativa de navegación.

Occidente está dispuesto a agarrarse a cualquier clavo ardiendo con tal de que Rusia, China, India y otros eventuales e impertérritos actores no subviertan el orden internacional establecido desde el final de la Guerra Fría. Dos ejemplos: desde marzo, EE UU parece haberse vuelto más permisivo con el gobierno de Nicolás Maduro a fin de que Venezuela exporte importantes cantidades de su tan codiciado petróleo. Bruselas acaba de acordar con Azerbaiyán la duplicación del aprovisionamiento de gas. El tiempo nos dirá cuán beneficiosas o perniciosas resultan estas y otras alianzas. Entretanto, podríamos aprender, gracias a la experiencia, que la dependencia anula la independencia y que esta última es absolutamente necesaria, sobre todo cuando arrecian vientos tan violentos como los que vienen soplando desde febrero.

Mientras, un lúcido Erdogan es consciente de que no está vendiendo Turquía al mejor postor, pues muestra la dosis necesaria de inquina contra Occidente u Oriente según le convenga y juega sus bazas con cautela. La posición geográfica de la península turca, sus recursos naturales y su frontera cultural avivan la voraz codicia de líderes de uno y otro lado del mar Negro. El Nuevo Sultán es conocedor de ello y sabe que puede mostrarse cooperativo y ayudador con uno u otro bando o, por el contrario, y tanto como sea capaz, puede aprovechar la ocasión para redefinir Turquía y mostrarla como un actor único e ineludible en el panorama internacional. @mundiario

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