Ni ruido, ni nueces

Banderas de Europa, España y Galicia. / Mundiario
Banderas de Europa, España y Galicia. / Mundiario
Con las elecciones municipales a medio año vista, parece que tampoco esta vez se va a debatir sobre lo sustancial: la estructuración territorial de Galicia.

La atonía lleva ya mucho tiempo, demasiado tiempo, siendo la tónica de la política gallega. A quienes la diseñaron le ha salido a pedir de boca la estrategia de despolitización de la vida pública, en la que apenas hay confrontación de ideas o programas a propósito de los grandes "asuntos de país" y donde prima la controversia en la gestión del día a día frente al contraste de modelos ideológicos o de paradigmas sobre lo que viene a ser Galicia. Tan es así, que los principales partidos que vertebran nuestro sistema político no echan en falta ideólogos o "think tanks" que les provean de ideas en las que sustentar y con las que articular sus iniciativas de gobierno o, en el caso de la oposición, formular propuestas alternativas. No las necesitan porque en realidad nadie se les reclama, ni siquiera a la hora de decidir el voto.

Lo habitual en Galicia ha sido -y es- importar los grandes debates de la política nacional o los generados en determinados territorios, reduciendo su calado y sobre todo renunciando a un ámbito de discusión propio que nuestra comunidad debería ser capaz de generar precisamente a partir de la mera constatación de su hecho diferencial, de que somos lo que somos. De lo que sí se debate, y con frecuencia de forma vehemente, es sobre cuestiones muy locales, en ocasiones casi intrascendentes, que enfrentan a los habitantes de una ciudad o de un pueblo desde la visceralidad y desafiando al "sentidiño". Son polémicas menores, de andar por casa, no exentas de cierta frivolidad pero que operan como un eficaz sucedáneo de los verdaderos debates de fondo, que se aplazan sistemáticamente por pereza intelectual o por conveniencia estratégica.

Para muestra un botón. Con las elecciones municipales a medio año vista, parece que tampoco esta vez se va a debatir sobre lo sustancial: la estructuración territorial de Galicia, si hay que impulsar la fusión de municipios y potenciar las áreas metropolitanas y las comarcas o cuál ha de ser el papel de las diputaciones. Son cuestiones que se orillan precisamente porque son de naturaleza política y de cierto calado, y que pueden poner en evidencia a los políticos implicados. Unos y otros se limitan a gobernar con las luces cortas el día a día y lo hacen en claves muy parecidas, de modo que las más de las veces solamente los diferencia el talante, el estilo o incluso el idioma. 

Tal vez la atonía que padece la política galaica, la falta tanto de ruido como de nueces, sea lo que esté generando dinámicas perniciosas para el adecuado funcionamiento del sistema: por un lado, se constata una creciente tendencia de los ciudadanos menos polítizados a desentenderse de la cosa pública, lo que se traduce en una escasísima militancia partidista y una abstención electoral estructural y endémica. En paralelo, se evidencia la enorme dificultad con que se tropiezan los aparatos de las organizaciones políticas tradicionales (ojo, también de las "nuevas"), por más que se esfuercen,  a la hora captar entre las generaciones más jóvenes dirigentes y candidatos con los que renovarse, rejuvenecerse o reinventarse. Y sin banquillo no puede haber partido. Como mucho una pachanga. @mundiario

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