Neoliberalismo voraz

Marcha en Madrid a favor de la sanidad pública. / @EnfrmraSaturada.
Marcha en Madrid a favor de la sanidad pública. / @EnfrmraSaturada.
Hay líneas políticas que extreman sus decisiones de gestión de lo público hasta ser merecedoras de procesamiento grave por los ciudadanos. 

Después de la manifestación a favor de la sanidad pública del domingo pasado, quienes han participado en ella, recorrieron las calles por donde pasó alguna de sus cuatro columnas de reclamantes, portaron una pancarta o siguieron el desarrollo de sus demandas en la propia Plaza de Cibeles no saben a qué carta quedarse, si a la que contó 200.000 personas en el acontecimiento o si había, más bien, seiscientas setenta mil.

Las matemáticas no son el fuerte de la educación española, pero para los testigos de aquel enfervorizado gritar y cantar en pro de otra gestión de la Sanidad de todos, no es lo mismo una cantidad que otra.

El “fracaso”

Aunque el problema procesal sobre gestión sanitaria que cada cual haya establecido en su conciencia no dependa de la cantidad de acompañantes, la urgencia y el peso de las reclamaciones varía según su proporción. Por eso, una de las primeras contestaciones de los cofrades que rigen la presidencia madrileña fue que la manifestación de Cibeles fue un “fracaso”: apenas hubo un 1% de madrileños en la protesta, aquel glorioso equipo había sido elegido en agosto de 2019, los electores conocían su programa y, por tanto, aquel gobierno  tenía toda la legitimidad del mundo para hacer lo que estaba haciendo. Cuando hay discrepancias profundas, la huida hacia la negación es un subterfugio para aguantar y un burladero para que el personal se relaje; pero colgarle la sinrazón al número de personas que le sigan a uno, por más  ciego que sea el que guía la comitiva y que sus indicaciones llevan a todos al hoyo, es una temeridad. No es el gregarismo lo que importa, sino la racionalidad del reparto justo de los recursos disponibles en un mundo siempre escaso. 

Otrosí replicaron estos déspotas de la “libertad a la madrileña”. Al parecer, la protesta de las batas blancas, acompañadas por una multitud, era una protesta “política” y, como tal, poco  arreglaba en  Sanidad. Cargando en lo “político” lo peyorativo de la politiquería falsa, pretendieron estigmatizar cuanto no coincidiera con su criterio, supuestamente neutral,  apolítico y virginal, el más puro y desinteresado en pro del bien de los madrileños. Levantado ese muñeco, ellos siempre estaban “a la altura de un gran país”, a favor de “los Gobiernos de la Libertad”, y su modo de “querer a España es el mejor modo de gobernar la Comunidad de Madrid”. Eso decían en enero de 2019, preparando “la antesala” de que Pablo Casado gobernara sin ser “rehenes de golpistas y proetarras”…., en una secuencia de eslóganes que no cesa de vender un producto muy mejorable.

La cuestión del domingo no iba de palabras grandiosas, más o menos capaces de exaltar la emoción patriótica de los devotos, sino de gestión concreta de cuanto afecta a las posibilidades de la salud de todos. Era un asunto fácil de juzgar por cualquiera que necesite los servicios sanitarios de la Comunidad de Madrid; cualquiera ve cómo va la cola de atención, si hay o no hay cama en el hospital y, al lado, quien le ayude en lo que razonablemente necesite. Del patrimonio común que había, se revisaba en qué medida se estaba reduciendo a favor de la medicina privada, en que sin capacidad de consumo no se es rentable. Habíamos quedado en que la Sanidad era un derecho universal, gratuito y de calidad y que, por tanto, su disfrute debía ser jubiloso su disfrute, no solo por los más jóvenes, sino también por los mayores, que no esperan es traten como material de deshecho al que ni dejen acercarse a los hospitales. No estaba establecido que, a la chita callando, y como maravilla de gestión –supuestamente apolítica-, se fuera desguazando la joya de la corona pública y se fuera repartiendo a cachos entre instancias de mercado en manos de amiguetes que multiplican sus beneficios mientras los pacientes desesperan por carecer de recursos propios y de los de su Comunidad. Al parecer, es “apolítico” que haya menos médicos y sanitarios, menos asistencia primaria, y que, habiendo inaugurado hospitales con gran alharaca, haya menos camas hospitalarias. Excesivamente “apolítica” parece  la expectativa de que la asistencia médica on-line -a distancia, aséptica y a bulto, según le dé al algoritmo  por decidir- remedie con urgencia todos estos males. Aristóteles se quedaría pasmado de  ver a qué se ha reducido la Política de esta POLIS, cuando la palabra no vale nada y lo que parece importar en los gobernantes de la  Puerta del Sol es el vocerío de sus proclamas de diseño publicitario, que vacían de derechos a los ciudadanos y les aumentan los problemas cotidianos.

Menores de edad

Para colmo, los madrileños también han descubierto en estas kalendas la fe astrológica de estos aprendices de brujo. Los gurús que susurran al oído de la presidenta madrileña le han dicho que el cambio climático era cuestión de una “agenda comunista” que quería castigar la libertad de la gente; olvidaron citar directamente el Apocalipsis para descargarse de culpa, y, en la confusión entre cambios de clima a lo largo de la historia geológica y cambio climático actual, se han callado que este calentamiento global lo producimos nosotros y que algo tendremos que hacer para que los 8.000 millones que poblamos la Tierra no desaparezcamos en un santiamén. Es decir, que por mucho que defiendan la libertad emprendedora para enriquecerse, algunas limitaciones reguladoras y gobierno habrán de establecer para que las actividades, especialmente las más contaminantes, no aceleren todavía más los cambios meteorológicos que cada día nos advierten que la aridez y la pluviosidad, el frío y el calor, merecen decidida atención por encima de toda preferencia. El negacionismo del problema o cargar a los oponentes bajo un despreciativa pantalla del término “comunismo”, las dificultades crecientes que este asunto “comunitario” ya trae a nuestras vidas, es un zafio sofisma del mal uso que la mínima educación política que un gobernante debe tener. No les importa  considerar a sus conciudadanos como infantes con los que jugar como menores de edad.

En esta fantasmagoría barata, invocar emociones oscuras, o recurrir a arcanos incomprensibles por la mayoría de votantes, son maneras de ocultar el rechazo a que todos tengan derechos, la dificultad de gestionarlos y la facilidad con que ceden ante quienes no tienen empacho en pugnar para que no sean obstáculo para que la muerte y sus premoniciones nos limiten a todos. Una de las pancartas que alguien llevaba en la manifestación, juntaba los tres grandes capítulos del Estado de Bienestar a proteger de la rapiña: “Santísima Trinidad: Sanidad, Educación y Justicia distributiva”. Y otra pancarta de una señora reclamaba: “Tengo 85 años y estoy cabreada; yo luché por los derechos de todos que hoy os están arrebatando. Espabilad…”. @mundiario

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