Midiendo el fracaso: ¿Es España un Estado fallido?

Banderas de la OTAN, España y UE. / RR SS.
Banderas de la OTAN, España y UE. / RR SS.

La gran pregunta que nos hacemos algunos desde hace un tiempo es si España es un Estado fallido. Aunque nos hiera el orgullo nacional, cuesta admitir hasta la misma cuestión.

 

Midiendo el fracaso: ¿Es España un Estado fallido?

Medir el fracaso es tarea ardua. Cuando no se trata de algo tangible, normalmente es repasando el alcance del proyecto a ejecutar, evaluando sus resultados previos o finales, revisando el presupuesto dedicado frente a lo previsto y evaluando la satisfacción del cliente.

Pues bien, cuando se trata de un país, la cosa puede complicarse aún más porque intervienen muchos componentes históricos, decisiones políticas, reacciones populares y externalidades. Sin embargo, esto no quita para que surjan voces críticas. Una de estas últimas son las que califican a “España, Estado fallido”. Es el caso del economista Santiago Niño Becerra.

Es el mismo catedrático emérito de Economía de la Universidad Ramón Llull de Barcelona quien dijo en su día que “España es un país pobre y que fueron los políticos quienes nos vendieron que era rico y nos lo creímos”.

Sobre si a estas alturas de la película puede considerarse España un Estado fallido, podemos encontrar numerosos argumentos a favor y en contra. En contra por el mero hecho de ser la cuarta economía euro en la UE. A favor, el fracaso como modelo de democracia plena que ensalzan a algunos políticos no sin razón, la falta de división clara de los poderes, la prensa subvencionada que hacen de corredores de la voz de su amo ideólogo menos cumplir con su papel, las infinitas crisis económicas de las que nunca nos sobreponemos, las finanzas del estado (con los ratios macroeconómicos más preocupantes en el ranking europeo), la pérdida de competitividad, el fracaso del talento (con ausencia de la excelencia y predominio de la mediocridad) o las eternas trifulcas por cualquier cuestión pretérita o de futuro.

LA CAPACIDAD AUTODESTRUCTIVA AFECTA AL COLECTIVO

Entre los partidarios del Estado fallido, habría que añadir que generaciones después de la muerte del caudillo Franco, aún sigue éste más vivo que nunca, renegando del pasado, de los derechos y obligaciones, del español como lengua oficial y hasta del abuso y prevaricación de algunas fuerzas para ganar una guerra civil en pleno siglo XXI que dimos en su día por conclusa para la mayoría de los ciudadanos. 

Se da la paradoja que España no escuda su principal activo económico como es el español al tolerarse su prohibición en ciertas partes del territorio nacional, tanto en las escuelas como en los espacios y organismos públicos, mientras que en otros países sorprendentemente como EEUU se fomenta hasta en las mismas administraciones junto con el inglés. A este paso dejaremos de ser muy pronto la cuna del español en favor del continente americano por culpa de los rancios nacionalistas. Nuestra capacidad autodestructiva es inmensamente proporcional al nivel de autoestima tanto colectiva como de nuestros líderes en la cosa pública. 

Desde el punto de vista sociológico, el clima de crispación permanente traspasa el plano político. Ya no se debate casi nada, ni por la derecha ni por la izquierda, se impone o viene impuesto por los propios hechos consumados. También afecta al plano familiar. Pasear por las calles y ver cómo se comportan las mascotas pueden ser un reflejo psicológico de sus amos. Lo que en otras capitales como Viena, Berlín, Copenhague, Oslo o los cantones suizos por poner unos ejemplos  la mascota pasea con sus dueños de una manera civilizada, en España en general, por mucha ley de protección animal aprobada y normativas vigentes, no lo es. 

Son estos simpáticos animales de compañía quienes dominan a los propietarios, ladran sin parar en la calle y en los rellanos de casa, con todo un parque de putrefactas farolas públicas oxidadas por los orines caninos, que están a punto de causar una desgracia pública en cuanto se derrumben con una simple mirada, por no hablar del lamentable estado de higiene de las aceras.

Capítulo aparte podemos dedicarle a los contenedores de basura. Somos un despropósito con intencionalidad fallida. Imposible depositar las bolsas de basura en su interior evitando el esfuerzo de abrir sus compuertas  que desparrama el contenido por la vía pública. Ya no sorprende que el espejo retrovisor del coche portando los tirantes de la basura sea una estampa habitual. El maletero se ha restringido por lo visto para portar a fugados de la justicia cuando pasan la frontera.

Olvidamos que a este capítulo de recogida de basuras los consistorios suelen dedicarle  una asignación presupuestaria adicional por negligencia ciudadana porque frecuentemente tienen que emplearse a fondo entre semana para retirar la basura esparcida no depositada. Luego nos quejamos de que suban los impuestos municipales.

Pero en casi ningún país civilizado y de alta estimación mental, a falta de lluvias y sequías perennes, se nos antoja pegar fuego año tras año a miles de hectáreas de bosques. Sin adentrarse en casos clínicos, procrastinamos la limpieza de los bosques y dedicamos por contra enormes recursos técnicos y humanos cuando el fuego hace acto de aparición. Por cierto algo similar pasa en la sanidad, donde la prevención brilla por su ausencia. Leía esta semana que los españoles somos poco dados a acudir al especialista. Lo correcto sería decir que son los médicos de cabecera de la red pública quienes se oponen a que acudamos al especialista por orden de ahorrar gasto  aunque ya no surtan efecto las pastillas.

¿Somos un Estado fallido? Según se vea. No hace mucho un vecino de una población multitudinaria en una ciudad dormitorio de Barcelona me decía que sus infinitos bloques de vivienda construidos en los años 60, típico de otras grandes ciudades españolas y de países comunistas, se levantaron “sin pensar en  las personas''.

Pues bien, seguimos haciendo política de estado, autonómica y local sin pensar en las personas. Uno tiene la impresión que siempre son primero las prioridades de los partidos que gobiernan, luego de la oposición y en último lugar el bien colectivo. Hacemos las cosas sin pensar en las posibles consecuencias a largo plazo. Porque estamos instalados en el corto plazo. 

Que históricamente le dediquemos escasos dineros públicos a la Sanidad, Educación, Vivienda social, así como a la Ciencia e Investigación, y constantemente padezcamos sus consecuencias, o que en algunos casos  el Estado deniegue asignar  ínfimas inversiones para combatir enfermedades crónicas pero sí le  asignemos a países en vías de desarrollo partidas mayores cuando se hace una gira política, denota nuestro cáliz moralista.

Posiblemente seamos un Estado fallido pero no por la razón que algunos defienden. No somos pobres, disponemos de suficientes recursos propios que generamos sin ayuda de Europa, lo que ocurre es que se reparte mal y tarde, y por el camino se pierden en chiringuitos  para comprar voluntades que en otras sociedades exitosas no se permitirían.

Que vía impuestos financiemos hospitales, carreteras y la educación tiene toda la lógica del mundo. Lo que no es de recibo es que encima dediquemos por partida doble los hogares otros importantes fondos a costear una sanidad privada paralela porque la pública está colapsada, a pagar peajes de autopistas super amortizadas y a llevar a nuestros hijos a escuelas privadas/concertadas porque ansiamos una excelencia que en la pública no se da cuando además ya pueden pasar de cursos con asignaturas pendientes.

En otros muchos casos, la excelencia académica brilla por su ausencia, se impide la enseñanza del idioma oficial y para las lenguas extranjeras, el deficiente currículum de algunos de esos  maestros y/o sus planes de aprendizaje, nos obliga a costear en nuestros hijos un refuerzo en las academias privadas de idiomas por las tardes.

Así nos luce el pelo y la lengua en política exterior desde tiempos inmemoriales. Pese a salir de la autarquía franquista, en democracia salvo raras excepciones hemos optado por  la diplomacia autárquica al más alto nivel del gobierno. Negociar a menor nivel no rinde en política internacional. La falta de idiomas de nuestros dirigentes ha restado competitividad al país e impedido que nuestra voz se haya hecho oír en los foros donde se corta el bacalao durante muchos lustros. Eso sí, somos muy rigurosos a la hora de contratar camareros, becarios y carretilleros con dominio de varias lenguas extranjeras..

A Niño Becerra le gustaría ahondar en los datos macro y microeconómicos para defender el Estado fallido. No voy a ser quien le lleve la contraria. Pero no hay que ser muy sagaz para constatar que España vive instalado en las eternas crisis, una tras otra. Porque nunca se hacen los deberes ni se ejecutan las reformas estructurales pendientes. Perder el voto y las elecciones pesan más que arreglar un país aunque se vaya al garete. En esto tenemos más en común con el Tercer Mundo que con el Primero.

NO PROTESTAMOS PERO SÍ SABEMOS QUIÉN ES EL CULPABLE

Insisto, Estado fallido no sé, aunque nos hiera el orgullo nacional,  pero de chapuzas, rotundamente. Agobiamos las grandes urbes hasta la asfixia mientras vaciamos la España rural hasta afectar al 70 por ciento del territorio. Cerramos fábricas  adrede y desindustrializamos el país porque era más fácil importar de Asia como hicimos con el “que investiguen otros”. Y cuando se nos agote la gallina de los huevos de oro como es el turismo, entonces le echaremos las culpas a otra crisis similar a la invasión de Putin en Ucrania. 

La capacidad de achacar  culpas a almas ajenas sin autocrítica sólo es superada por la capacidad de aguante sin protestar. Somos holgazanes hasta para protestar por nuestros derechos democráticos básicos porque para eso ya están otros. Sorprende que esto ocurra con la conformista generación mejor preparada de la historia. El espíritu crítico vigente desde los griegos ha sido sustituido por el confort del ser mediocre.

De la descarbonización mejor nos acordamos cuando el cielo truena porque puede ser muy impopular. Y con la digitalización tampoco nos atrevemos porque rompería muchos esquemas de comodidad y paradigmas culturales-religiosos, optando por la vía de escape más cómoda: esperar a que los grandes cambios vengan impuestos de Bruselas para tener la excusa perfecta.

Esto es igual a lo que hacen no pocos altos ejecutivos de empresas. Cuando no se atreven a tomar ciertas decisiones dolorosas, recurren a consultoras externas previo pago de la onerosa minuta para un informe que avale las reformas deseadas pero con el sello del expertise externo acallando así muchas voces internas y protestas sindicales.

Unos sindicatos que mientras vivan en la poltrona, los liberados sindicales tengan el récord mundial por su cuantía en España, lluevan las subvenciones del Gobierno y se oculten en la más absoluta opacidad, aquí paz y después gloria. Las manifestaciones y huelgas callejeras se harán notar cuando vuelva la oposición al gobierno por el simple hecho de mandar.

Pero claro, cómo se mide todo esto en un país donde hasta los meteorólogos se dedican a impartir públicamente ideología política en sus cuentas. ¿En términos macro, micro, en términos de degradación o crispación social, educacional, de exclusión, de criminalidad y violencia del género que sea, del fracaso escolar, de pérdida de competitividad, de excelencia profesional, capacitación o del aumento de índice de pobreza?. Si no lo somos, poco nos falta y, muchos con un sueldo público que no merecen se encargan de manipular encuestas, caer en contradicciones y encubrir embustes institucionales. 

La seriedad del Estado y sus inquilinos es una cualidad que se demuestra exclusivamente cuando duermen. Pero la corrupción a diestro y siniestro sin que pase factura junto con la ineficiencia judicial y el desmemoriado conformismo instalado en la mente de tanta gente no nos hacen ser un Estado fallido. Pero a lo mejor se le parece. 

Tenemos una oportunidad de hacerlo exitoso, más democrático y transparente con la extensión de la Inteligencia Artificial y la Robótica en la transformación de la España Digital. Haría falta una dosis de voluntad y honestidad políticas que polinice la sociedad civil que tal vez llegue con una renovada generación de servidores públicos a través de unos nuevos raíles. @mundiario

 

Comentarios