Microgolpismos peligrosos

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y Alberto Núñez Feijóo, líder del PP. / RR SS
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno; y Alberto Núñez Feijóo, líder del PP. / RR SS.

La vuelta a la cotidianidad viene acompañada en 2023 de expectativas nada halagüeñas en demasiados aspectos.

Microgolpismos peligrosos

Pasados los formalismos festivos de la felicidad programada, los pocos días transcurridos del nuevo año traen continuismos repetitivos de lo despreciable. Cuatro mujeres muertas, más un niño herido por defender a su madre, indican la fuerza de una violencia, arraigada en las relaciones humanas como algo tan “natural” que solo somos capaces de lamentar después de ocurrida. Que una guerra tan cercana como la de Ucrania haya proseguido en medio de una supuesta tregua de Pascua, habla más de la hipocresía de los humanos que de su voluntad leal a unos principios de convivencia compartidos. Y un asunto como el del populismo antidemocrático que los bolsonaristas han protagonizado en Brasilia contra las instituciones del Estado, ha venido a recordar lo frágil que es un sistema en que la complejidad de cada asunto es imposible de solucionar con el simplismo de quienes siempre dicen tener razón y cuestionan las que otros puedan mostrar en propuestas diferentes.

Cada uno de estos asuntos, y algunos otros que han sido noticia en estos pocos días de 2023, se suman a los que cada cual arrastre en su propio entorno de mediocridad y carencias más o  menos prolongadas y constituyen un escenario que se inclina hacia el escepticismo duro. En la España no tan vaciada, las aldeas eran, a veces, focos de tensiones y enconos cuya agitación podía generar escenas trágicas; ahora que media España está prácticamente vacía o a punto de estarlo, la traición a mundos de convivencia soñados como posibles muestra un mundo triste en que el cansancio, el hambre y las inclemencias naturales y humanas inducen al ensimismamiento, sin  garantía alguna de que esta intemperie mal remendada en la Transición  no lleve a enfrentamientos peores.

Tensiones polarizadoras

Es 2023 año de elecciones y, también, de polarizaciones. Es más fácil dejarse llevar de leyendas sugestivas que nos evadan de los problemas, que tratar de transitar los caminos de la razón, la lógica y el entendimiento. La mentira, el fraude y la ficción de los falaces sofismas rondarán nuestras vidas tratando de que veamos lo que no hay, nos sintamos atraídos por sugerencias estúpidas e inclinemos nuestro voto hacia causas que no nos liberarán de seguir siendo esclavos de una tierra y una sociedad hostil. Se nos va a requerir competencia para distinguir y entender ideas complejas mezcladas con hondos sentimientos, y solo dispondremos de rápidas sugestiones, capaces de acelerar las convicciones y prejuicios que, en el transcurso de los pocos o muchos años, haya construido cada cual acerca de la realidad envolvente. Los muy convencidos de su particular modo de ver y actuar son relativamente indiferentes a cuanto suceda: se sienten inamovibles en su verdad. Pero también está el amplio número de los incapaces para entender el libro de instrucciones que gobiernan el mundo, y menos las que rigen las pautas de sus vidas. Además de los dubitativos que no saben bien por dónde inclinarse, están esas personas metidas en situaciones difíciles desde antes de nacer, que creen que, a pesar de verse como instrumentos de producción para intereses ajenos, serán más perjudicados si no apoyan con su voto a quienes no harán nada por aliviar su situación.

Es raro que las cuantificaciones estadísticas de unas y otras tendencias sean prácticamente idénticas, en dos bloques antagónicos. Adelantando el juego de la búsqueda del voto fácil entre los ciudadanos escépticos y los muy escaldados por situaciones hostiles que nadie les remedia, el paradigma obsceno que ojalá no fuéramos a ver repetido lo ha adelantado la portavoz del PP  en el Congreso en una turbia comparación entre lo ocurrido en Brasilia y lo que, a su modo de ver, le pasa a las decisiones que adopta el Gobierno de España; según su polémico twit, el asalto ultra a las instituciones estatales brasileñas, aquí sería “un simple desorden público”. En un contexto propiciado por acontecimientos de índole judicial y penal del mes de diciembre, es interpretable, pero en la secuencia que, sin ir más lejos, vienen desgranando desde 2004, es otro insulto al diálogo democrático. Desde que consideraron un “robo” aquel acceso de Zapatero al poder ejecutivo después de los atentados de Atocha, cuando esta chica de la Rioja ha asumido el papel de la mítica monja alférez para defender los intereses conservadores se ha sumado a los correligionarios que ya propagaban esa doctrina antes de que el trumpismo empezara a ser un ejemplo de marketing político. Es posible que sus encuestas de opinión les aconsejen esa línea verbal por ver si de este modo recuperan el poder que dicen es suyo; hasta es muy probable que sea esa la causa de tan explosiva rudeza y medias verdades, suplantadoras de la ética universal, pero no deja de ser un recurso inquietante, y más cuando lo utiliza en el parlamento bajo el liderazgo supuestamente centrado de Feijóo.

La geometría analítica del espacio político español es cada vez más incierta, por las variaciones e invarianzas de las propiedades de los cuerpos -no ncesariamente sólidos- que se pueden someter a examen. Los atropellos del tiempo hacen, además, que los observadores, especialmente los que a comienzos de este año han acumulado más lustros, cuando oyen barbaridades de este tipo sean los más nostálgicos de  tiempos perdidos. Conocen estos bizantinismos dialécticos, protectores  de quienes han tenido siempre en sus manos el destino de los demás; han visto que la Sanidad, la Educación y los servicios públicos siguen por los mismos derroteros privatizadores de cuando eran adolescentes y jóvenes -antes de que estas criaturas políticas de ahora empezaran a gatear-, y reconocen bien estas sugerencias propiciatorias de la desolación colectiva. Las desavenencias que esconden con la razón de lo público y la igualdad de derechos se les muestran tan expresivas de desacuerdos constitucionales profundos, como causantes de un doloroso desorden instituido, incapaz de ilusionar con futuro alguno al resto de la ciudadanía. Pablo Andrés Escapa dice en sus recientes Cuentos de Navidad quequien no ha sido viajero no sabe de melancolías”, pero los “soñadores de lo perdido”, como quien despide a un amigo en la distancia sabiendo que no escuchará las palabras que le dice,  emplean las que “nos consuelan”. @mundiario

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