Dos de mayo, de la historia heroica al navajeo

Momento en que le impiden al ministro de Presidencia, Félix Bolaños, subir a la tribuna. / RR SS.
Momento en que le impiden al ministro de Presidencia, Félix Bolaños, subir a la tribuna. / RR SS.

Lo ocurrido en Madrid se repetirá con mayor frecuencia mientras perduren las tendencias populistas. Se han cruzado todos los límites del respeto institucional.

Dos de mayo, de la historia heroica al navajeo

La bronca del 2 de mayo pasado en Madrid marca una nueva escalada en la confrontación absoluta que preside la lucha por el poder en España. Inicialmente, el Gobierno pretendió afrentar o humillar a la Presidenta madrileña a través de dos vías: autorizando una manifestación de vecinos a las puertas del acto oficial y forzando una doble representación, a través de la Ministra de Defensa formalmente invitada, pues entre los actos se celebraba una parada militar, y del Ministro de Presidencia, expresamente vetado por el Ejecutivo autonómico. Ayuso aceptó el envite para desairar al Ministro y al Gobierno. Lo que luego ocurrió se ha visto en todos los hogares.

La incomodidad de la Ministra de Defensa y de Núñez Feijóo fue evidente en sus rostros serios. Ambos pertenecen a una generación distinta a la de Ayuso y Bolaños. Para esa generación anterior el protocolo sirve precisamente para evitar conflictos públicos de representación, mientras que para la generación actual parece ser un motivo más de choque. En realidad, los conflictos entre el Gobierno y las Comunidades Autónomas por dicho motivo son relativamente frecuentes aunque se procura resolverlos entre bastidores evitando imágenes tan deplorables como las que hemos visto en Madrid. Y en cuanto a los precedentes, baste citar las situaciones de Cataluña o del País Vasco donde en ningún caso se le ocurriría al Gobierno forzar la situación acudiendo adonde no es invitado.

A estas alturas pocas dudas restan sobre la ambición de Ayuso para suceder a Feijóo si este no logra gobernar tras las elecciones de diciembre. Obviamente, el Gobierno alienta esa pretensión minusvalorando a diario al candidato popular y aceptando la confrontación con la Presidenta madrileña, pues a corto plazo lo que importa es ganar y luego ya se verá. Algunos de los medios de comunicación más alineados con la derecha se apuntan a esa estrategia de forma que no terminan de aceptar el estilo de Feijóo al que tildan de forastero cuando quieren decir blando. Es la tensión entre el ala moderada del PP y la más radical, dominante en el ecosistema político madrileño.

En el lado socialista la crisis provocada subraya que la derrota en las elecciones madrileñas está interiorizada. Si Ayuso es la rival de Sánchez, los candidatos socialistas a la Comunidad y a la Alcaldía, quedan no ya diluidos sino directamente eclipsados. Es lo que tiene sobreponer la estrategia de elecciones generales a la de comicios territoriales y locales.

Los Gobiernos autonómicos se han construido en una relación dialéctica con el Gobierno estatal, mimetizándolo pero también confrontando constantemente para afirmarse. Es una consecuencia del modelo competencial diseñado en la Constitución, relativamente abierto, y del modelo de financiación, alambicado y muy dependiente del Gobierno central. Las autonomías, además, han debido crear su propia identidad, acudiendo con frecuencia a la visión más romántica de la historia territorial. Se han dotado de una liturgia del poder en la que entregas de premios y condecoraciones ocupan un lugar notable, no tanto para reconocer a ciudadanos ilustres como para apropiarse de sus méritos en ceremonias como la citada del 2 de mayo.

Dicen los castizos que es inútil llorar por la leche derramada. Aceptemos, pues que lo ocurrido se repetirá con mayor frecuencia mientras perdure la actual tendencia populista. Se está siguiendo el peor camino posible al deteriorar las relaciones entre instituciones, incapaces de diferenciar la batalla política de la necesaria neutralidad institucional. Progresivamente, se está forzando a todo tipo de instituciones, incluso de la sociedad civil, a adoptar alineamientos políticos incompatibles con la representación social que ostentan. En el marco del populismo que nos invade a izquierda y derecha, se difuminan los límites y se impone la ramplonería más vulgar. Las Cortes son el escaparate más visible aunque lo mismo acontece en todos los Parlamentos regionales y en los Plenos municipales. La racionalidad, la política basada en hechos, el debate ordenado de ideas generales, han pasado a mejor vida. Y lo mismo acontece en todos los países de nuestro entorno. Es el ciclo político que nos toca vivir.

Incluso la verdad ha sido sustituida por la apariencia. Se miente habitualmente, incluso sobre datos que cualquiera puede constatar con un clic en internet: estadísticas o hechos son retorcidos para ajustarlos al argumento del momento. El fenómeno tiene ya tal dimensión que a los medios de comunicación les cuesta contrastar todas las falsedades como apreciamos a diario. Hasta en los tradicionalmente circunspectos países nórdicos, se ha instalado el populismo no solo en los gobiernos sino, principalmente, en los discursos de unos y otros. Los argumentos más falaces, véase el debate sobre los inmigrantes que se está produciendo en la campaña electoral turca, son defendidos por el Gobierno y por la oposición. En la selva de las redes sociales ya son dominantes los hechos no verdaderos. Eufemísticamente, le llaman posverdad.

Parece una pesadilla orwelliana y, sin embargo, probablemente no hemos visto todavía su peor rostro. Llegará. @mundiario

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