Matadlos… Ayuso: un subconsciente político perverso

Isabel Díaz Ayuso. / Comunidad de Madrid
Isabel Díaz Ayuso. / Comunidad de Madrid
El “matadlos” no tiene ni explicación ni arreglo. Es el máximo exponente del grado de odio al que se puede llegar. Ese odio frío, de táctica y consigna calculadas, que nada tiene que ver con la mera rabia de un momento de arrebato.
Matadlos… Ayuso: un subconsciente político perverso

Ayuso ha tenido que dar su brazo a torcer en la errática política sanitaria, acuciada por las movilizaciones, por un lado, con las huelgas de los médicos de atención primaria, y por otro -siempre complementario-, con las manifestaciones masivas y desbordantes de ciudadanos y de profesionales de la Sanidad Pública por las calles de Madrid. Aunque eso no signifique que se haya puesto en marcha la solución al problema de la Sanidad Pública madrileña: escasez de profesionales, descalabro de la atención primaria, largas listas de espera para ser atendidos en los centros de salud, escaso tiempo de atención por paciente. Sin contar las esperas y las carencias hospitalarias.

También ha tenido que ceder ante las movilizaciones de los vecinos de San Fernando de Henares por las amenazas de ruina de viviendas ocasionadas por las obras del Metro, incrementando las indemnizaciones. Sin que tampoco eso sea una garantía de la solución del problema.

Pero ella vive en un universo ensimismado que retuerce la realidad, y es capaz de intentar vendernos esas derrotas como victorias. Un despectivo endiosamiento, del estilo del que se le atribuía a Nerón, que es capaz de quemar Madrid y a los madrileños con tal de mantener a flote su ego, o el ego que pretende proyectar en su marketing político: una imagen chulesca de vencedora, inventada por su ventrílocuo de cabecera -el tal MAR-, que trata de convencer a la mayoría de afanados (y muchas veces agobiados) habitantes de Madrid de que forman parte del ombligo de España, y de que su apurada -y a veces humillada- vida es el cuento de hadas de una población indomable y orgullosa.

Ayuso se aprovecha de la estadística: el hecho de albergar a la capital de España ayuda a que la renta per cápita de la Comunidad sea la más alta del país. Pero eso no significa que la renta per cápita de los habitantes de los barrios de trabajadores sea más alta que la de los barrios periféricos de otras ciudades de España, ni impidió que los datos de 2022, por ejemplo, indicaran que el 21,6% de la población estuviera en riesgo de pobreza; o que sea la tercera Comunidad Autónoma en índice de desigualdad, detrás de Andalucía y Canarias, y la cuarta en número de personas en riesgo de pobreza.

Nada de qué enorgullecerse, por más bombo que quiera dar a las pocas actuaciones, y fallidas, que ha puesto en marcha: el milagro de un hospital sin médicos ni enfermos, como el Zendal, por ejemplo, mientras existen plantas y torres (como el de San Sebastián de los Reyes) vacías y sin dotación. O como el hecho de acumular la lacra del desastre de 7.000 mayores fallecidos en las residencias durante la pandemia, mientras su “Gobierno” decretaba que los hospitales públicos no aceptaran ingresos de infectados por covid procedentes de las residencias. Una atrocidad humana que ni la Justicia ni la Fiscalía han querido ver ni considerar, pero que constituye una decisión no sólo errónea, sino malévola y despiadada, que no prescribe, y que no debería prescribir en la memoria ni en el conformismo de los madrileños.

En el contexto de esa chulería egocéntrica y desequilibrada, y tratando de vender las últimas derrotas sociales y políticas como victorias, ha sobrepasado los límites de le decencia y de la prudencia y ecuanimidad que se le exige a cualquier gobernante. Y se ha plantado en la Asamblea de Madrid, como siempre, con actitud más que de pandillera, casi de mara, desafiando a la oposición y transmitiendo a sus secuaces una consigna de agresión total, a través de un mensaje de Whatsapp absolutamente intolerable: “la izquierda está acabada… Matadlos”.

Una frase que no resiste un análisis para ver si está en sus cabales, o para comprobar su consistencia democrática. Se puede decir que no es una orden literal (faltaría más), que no es más que una parábola. Pero es una parábola altamente significativa:

Muestra una falta absoluta de actitud democrática, confundiendo a sus adversarios políticos como enemigos a abatir.

Revela una agresividad superlativa. El “matadlos” no tiene ni explicación ni arreglo. Es el máximo exponente del grado de odio al que se puede llegar. Ese odio frío, de táctica y consigna calculadas, que nada tiene que ver con la mera rabia (que podría encontrar atenuantes) de un momento de discusión, reyerta, acaloramiento o arrebato.

Es un odio que da miedo. Un odio que pretende ejercer el poder por encima de cualquier diálogo, por encima de cualquier polémica o dialéctica. Un odio que sólo sabe optar entre el poder o la aniquilación. Un odio de banda organizada que expresa (involuntariamente, como todos los lapsus subconscientes) instintos criminales.

¿Cómo podemos dejar que Madrid esté en manos de alguien capaz de demostrar un desequilibrio tan peligroso? Es una pregunta que lanzo a los ciudadanos madrileños, responsables del voto. Porque entiendo que el voto es una identificación con la persona y las propuestas del votado. Y a partir de ahora, cada vez que acuda a Madrid -a la que nunca he dejado de considerar mi ciudad- lo voy a hacer con el miedo de saber que habrá un porcentaje de personas (espero que no sea grande) capaz de identificarse con alguien que en su subconsciente alberga esos instintos, y que es capaz de expresarlos como una consigna a sus seguidores.

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