Lecciones de Semana Santa en un país laico

Semana Santa en Lugo. / Xunta de Galicia.
Semana Santa en Lugo. / Xunta de Galicia.

La desacralización de la vida pública es perfectamente compatible con prácticas religiosas que reverdecen aunque su significado último haya variado.

Lecciones de Semana Santa en un país laico

Al mismo ritmo que la sociedad española se despegaba de la religión asumiendo el laicismo moderno en las prácticas sociales y en las instituciones, los partidos políticos adoptaban los usos religiosos en sus rituales: concepto de militantes, liturgia de mitines, atribución a los dirigentes de cualidades sobrehumanas, maniqueísmo en los análisis, etc.

Así no es extraño que la Semana Santa, la festividad grande del catolicismo, haya comenzado en el plano político con una pseudocelebración eucarística de la nueva plataforma de la izquierda, que persigue el milagro de sumar restando y haya terminado con la celebración tradicional del PNV, reclamando autodeterminación para combatir a su rival Bildu. Los primeros lo hacían coincidiendo con la procesión de la borriquilla entre cánticos de Hosanna y palmas y los segundos en el Domingo de Pascua que celebra la Resurrección cristiana. Entre medias la televisión pública catalana, con su habitual visión supremacista, atacaba a una reconocida celebración religiosa y popular andaluza abriendo un debate político al que se han sumado izquierda y derecha. No es concebible que el citado medio dedicase un programa similar a la celebrada Moreneta.

Los dos grandes partidos han optado por ausentarse durante estas fiestas, lo que ha provocado la queja del Ministro de guardia que entre dos fuegos ha querido incendiar el debate político con todo el país entregado al ocio en sus múltiples variedades: procesiones religiosas, fiestas populares, playas y todo tipo de entornos. Del citado Ministro depende, entre otros muchos asuntos, la resignificación del Valle de los Caídos, que tras dos décadas y dos leyes no ha conseguido resolver el problema. Debería tomar nota de lo que ha hecho la Iglesia Católica, que ha conseguido resignificar la Semana Santa en un contexto desacralizado, con más procesiones que nunca, más cofrades revestidos, más bandas de música y más público, en un exceso de barroquismo bajo la atenta mirada de los medios televisivos. Frente a la práctica coercitiva y triste de dicho período bajo el franquismo, ahora el contexto es lúdico, adaptado a la performance televisiva. Incluso unidades militares como la Legión se han sumado a nuevos actos. La contradicción entre el exceso de masculinidad mostrado por estas y el propio contexto religioso ajeno a la neutralidad ideológica de las Fuerzas Armadas, sólo se explica por la fascinación que despierta lo kitsch.

Dicen las crónicas que los turistas extranjeros muestran extrañeza ante la visión de los capirotes, que en otras culturas remiten a hechos ominosos. Ignoran que en la tradición española recuerdan a los sambenitos inquisitoriales. Que su recuerdo haya sido borrado para transmutar en celebración participativa y festiva dice mucho de la adaptación eclesial pero también del formidable espíritu festivo de los españoles. Un ciclo permanente que enlaza Navidad con Carnaval, Semana Santa con verano, fiestas populares con festivales de todo tipo, todo bajo la rúbrica de interés turístico, de respeto a la tradición o de evento significativo. Las elevadas cifras de asistentes a todos y cada uno de dichos eventos retratan mejor la idiosincrasia de un país que las encuestas del CIS.

Los grandes partidos han asumido la imposibilidad de competir con esa pulsión festiva en uno de sus momentos álgidos. Se ha producido una suspensión del interés público sustituido por el período festivo, del que además depende una parte importante del PIB, también del empleo fijo y temporal.

La sociedad de consumo en la que vivimos, amortiza todas las imágenes citadas con rapidez. La próxima semana se retoma la actividad laboral y con ella la actividad política, animada además con el proceso electoral en curso que obliga a velar armas a candidatos y dirigentes. El ritmo frenético de obras públicas, casi siempre menores pero vistosas, habla por sí solo de la importancia de las elecciones.

La proliferación de encuestas ofrece materia suficiente para las tertulias diarias y los análisis más sosegados. Las publicadas hasta ahora dibujan una probable mayoría de votos popular pero un reparto del poder más equilibrado entre izquierda y derecha. Es la consecuencia de la desaparición de Ciudadanos. No parecen marcar un cambio de ciclo sino más bien un reajuste del poder menos desigual. Las elecciones generales todavía están lejos y sobre todo muy abiertas. @mundiario

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