Frente al escaparate

Tienda Zara / RR SS
Tienda Zara / RR SS

Es un ejercicio sano pasear por las calles aunque los escaparates desaparezcan a favor de la venta online. Pese a todo, las vitrinas están inundadas de variopintos exponates.

Paseo por la calle y cada vez hay menos escaparates. La gente se ahorra ir al centro para hacer shopping, osea compras y encarga por internet. Eso se nota y se siente. Los comercios que subsisten están especializados casi en perecederos y muchos bares. Porque somos holgazanes de desayunar en casa,  comer sano en tu cocina y hasta algunos de hacer la cena. 

Veo también las colas de jóvenes en las librerías y los cines para gastar el cheque cultural. Será cosa para contener el liderazgo en fracaso escolar. Y con el bono alquiler joven, las inmobiliarias están haciendo su agosto en pleno invierno para calzar tan alta demanda.

Pero lo mejor viene con las rebajas. Trabajar 4 días a la semana sin reducción de jornada como pretenden nuestros síndicos en España, jubilarse a los 62 años como en Francia y nadie más en Europa, o cobrar más insólitamente por más horas de sueño para rendir todavía más como en Japón. Añadamos: percibir subvenciones por películas sin audiencia o por aerolíneas sin pasajeros, financiar aeropuertos cerrados, normalizar que los presupuestos de obras públicas jamás se respeten, prohibir las prejubilaciones aunque siguen siendo norma común en las empresas, llegar a fin de mes con las pagas de padres jubilados, subir las pensiones sin recursos sostenibles, financiar  una guerra en Ucrania que nadie quiere mantener, enviar tanques Leopard 2 para defenderse y no atacar al enemigo que lo enojaría. Lo mismo -piensan- harán los futuros aviones de combate que demanda Kiev.

Aún hay más: crear empleo público en vez de privado como fórmula para rebajar el paro, declarar energías verdes al gas y a la nuclear  hasta nuevo aviso por conveniencia pasajera cuando sabemos que no lo son, fanfarronear de la lengua universal de Cervantes aunque esté perseguida en su propio territorio, menospreciar la industria del español pese a tantos organismos sirvientes con guerras propias, rehuir del IBEX35 y criticar las donaciones de los fundadores de Inditex y Mercadona por ganar dinero en el “capitalismo salvaje”. Abrazar por contra el fracasado “comunismo de rostro humano” que colapsó en casi todo el mundo menos en algunas mentes con respiración asistida, no tiene precio. Tampoco negar las acciones urgentes contra el cambio climático mientras polucionamos el medio ambiente o combatir la corrupción y la violencia de género con rebaja de penas.

Prosigue los aparadores en la vitrina: el kit digital para las pymes más pym que Henry de los cómics, insultar al que piense de otro modo con autoridad moral, llamar golpe de estado a todo aquello que va en contra del mainstream, combatir la baja natalidad y alta esperanza de vida con penalizaciones fiscales. Maltratar a sanitarios, docentes y científicos cuando más en falta echamos para elevar los estándares de vida y progreso social.

Podríamos continuar abrumando al lector frente al escaparate que pronto se cansa de leer. En la cuesta de enero, como del resto de los meses, asistimos a un panorama galopante. Nos lo dan enlatado, pero también en series de Netflix. Son las contradicciones del trashumante. Vivimos en contradicción y morimos para revivir los papeles. O mejor dicho, crecemos con la mentira perenne como pecado original. Desde los Reyes Magos hasta el abuso de los decretos reales. Pocas culturas “castigan” al infante con mentiras veniales, bajo la amenaza de provocar supuestamente un trauma infantil. Lo que crea trauma para toda la vida, es crecer en el embuste institucionalizado y la poligamia antiaging. La segunda piel que se viste de Zara y come de Hacendado hasta causar infortunio, mejor dicho envidia, a unos políticos metidos al juego del bingo.

Si fuéramos en harapos y si resolviéramos todos los conflictos internacionales a base del diálogo pregonado, qué fácil sería el gobierno de la descoalición. La diplomacia suave, lo llaman. Detrás de cada verdad hay media mentira escondida. Y por encima de cada embuste, una certeza cierta. Como las listas más votadas. Pero no en Japón ni en Cuenca, Villagayumbos o la Orihuela sajona. Aquí, aquí frente a tu escaparate. Hasta bajaría la luz que ahora nos deja Europa aunque suba el consumo por la manía de electrificarlo todo. @mundiario

 

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