Feijóo no cayó de un guindo

Alberto Núñez Feijóo. / Mundiario
Alberto Núñez Feijóo. / Mundiario
Don Alberto tiene claro que llegó la hora de la verdad, el momento en que ha de dar la talla como líder, la que le niegan sus adversarios políticos y de la que empiezan a dudar incluso los afines, o los no tan enemigos. 
Feijóo no cayó de un guindo

Cuando decidió marcharse a Madrid, Feijóo sabía de sobra que la política nacional, la política de verdad, era esto, un navajeo constante, donde las peores puñaladas -y las que más duelen y te pueden matar- suelen ser las que te asestan los tuyos, los que están en tu misma trinchera, detrás de ti o a tu lado, o aquellos que creías aliados. Por eso no le puede sorprender lo que le está pasando. No ha caído de un guindo. Sabe distinguir una selva amazónica, plagada de peligros, de un plácido "souto", que es lo que él disfrutaba en Galicia. Aquí gobernaba sin apenas sobresaltos gracias a cuatro mayorías absolutas y a no tener enfrente una oposición creíble, capaz de presentar una alternativa viable, en lugar de desgastarse en luchas intestinas. Y se beneficiaba de un ecosistema social nada hostil, muy confortable, tan apacible que invitaba al sesteo. En la Villa y Corte nadie puede dormirse en los laureles.  

Feijóo no se postuló para estar donde hoy está, aunque le apeteciese la aventura. Él no estaba en la conjura contra Casado, porque conspirar no es lo suyo. Pero tampoco podía decir que no a quienes le ofrecieron llevarle en volandas hasta las puertas de La Moncloa a cambio de evitar que la implosión interna del PP perpetuara el gobierno de Sánchez y Podemos. El entonces presidente de la Xunta era la persona idónea, casi la única capaz de reconstruir, aún en precario, la cúpula del partido y "recohesionar" la estructura territorial que tan dañada salió del fallido intento de cargarse a Isabel Díaz Ayuso por parte de quienes veían en ella una amenaza permanente a su débil liderazgo.  Por eso no sólo el resto de los "barones" populares apostaron por Feijóo, también determinados poderes económicos, sociales y mediáticos que le hicieron ver que éste era su momento, el ahora o nunca. Pero no le dieron -no lo dan nunca- un cheque en blanco.

La hora de la verdad

Transcurrido con creces el periodo de gracia, y cuando ya no cuenta con la inercia favorable del efecto Feijóo, Don Alberto tiene claro que llegó la hora de la verdad, el momento en que ha de dar la talla como líder, la que le niegan sus adversarios políticos y de la que empiezan a dudar incluso los afines, o los no tan enemigos. Ahora o nunca. Debe construir un perfil político propio, claro y reconocible. Y abonarlo y transmitirlo de palabra, obra y omisión, sabiendo que no es posible contentar a todos y menos aún cuando no se dispone de los resortes del poder, siendo oposición que es pura pero no quiere ser demasiado dura. Es consciente de sus limitaciones, empezando por no ser un político de raza, pero piensa que puede estar a la altura o incluso por encima de algunos de los últimos presidentes, que llegaron a donde llegaron sin haber gestionado ni la comunidad de su edificio.

Dicen los que mejor le conocen que, por talante y por su trayectoria, Feijóo es de los que creen que aquello de que lo que no te mata te hace más fuerte. El vendaval que se ha desatado en su contra le refuerza en el convencimiento de que su liderazgo es, por ahora, lo suficientemente sólido como para darle margen a retocar estrategia, programa y equipo, a tiempo de enderezar el rumbo sin perder de vista el objetivo de ganar las próximas elecciones. Sigue creyendo que, con el tiempo y la crisis a su favor, a finales de 2023 podrá encabezar un gobierno más de centro que de derecha, más técnico que político -cosa que ya sabe que disgustará a muchos-, con la sensibilidad territorial propia de un autonomista convencido y con verdadero sentido de Estado. Don Alberto no es ni pretende ser un gran estadista. Ni pasar a la historia como un personaje proverbial. Se conforma con ser recordado como un buen gobernante, como un eficaz servidor del interés común, que en los tiempos que corren no es poca cosa. @mundiario

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