Eugenio Montero Ríos y la modernización jurídica de España

Montero Ríos, en la plaza de Mazarelos, en Santiago de Compostela. / RR SS
Montero Ríos, en la plaza de Mazarelos, en Santiago de Compostela. / RR SS

Bien merece ser rescatado de las nieblas históricas que lo velan en lo esencial y más valioso de su legado, mientras que, sin embargo, se resaltan en el “monterismo” las aristas menos luminosas de su figura como afamado cacique de la Restauración. / I parte

Eugenio Montero Ríos y la modernización jurídica de España

La oportunidad de la reivindicación de la histórica personalidad de don Eugenio-María Montero Ríos (1832-1914) al cumplirse el centenario de su fallecimiento, dio ocasión al homenaje que el Ilustre Colegio de Abogados de Santiago —del que formara parte como afiliado— y otras instituciones punteras de la sociedad compostelana rindieron a tan relevante prócer santiagués.

Merece el aplauso la sensibilidad de los organizadores de esta conmemoración, que contrasta con el silencio de la celebración que, tal vez con más razón, debería tributársele en la Bella Helenes del Lérez, la ciudad de Pontevedra, donde se asentó en los años decisivos y en cuyo cementerio de Lourizán, la parroquia en la que tenía el pazo de su residencia, está enterrado por propia voluntad, además de que en cuyo colegio de abogados, del que me honro en haber sido decano, también estuvo incorporado, con el número 88, como ya tuve ocasión de destacar en un añejo estudio acerca del devenir histórico de esa corporación profesional.

Aunque, ciertamente, ha de advertirse que el personaje no consiente su reducción localista, porque don Eugenio Montero Ríos fue un hombre de Estado en su cabal significación, que puso al servicio de la modernización de las estructuras de la nación española toda su poderosa inteligencia de jurista reformador y su excepcional habilidad política en el contexto abierto por la Revolución Gloriosa de 1868, que puso fin al reinado de Isabell II, y el tiempo de la Restauración de la Monarquía borbónica, en el que fue protagonista destacado.

No deja, por ello, de ser sorprendente que la figura y obra de esa singular celebridad gallega no haya avivado con más intensidad la curiosidad investigadora y académica de los ramos decisivos de su actividad política, que, sin embargo, parece haber primado a otros notables, sin duda con grandes merecimientos, pero, tal vez de menor impacto y más escasa relevancia histórico-jurídica; aun habiendo tenido un papel de primera clase en la política liberal, tal vez no se le haya reconocido adecuadamente, como apunta R. Villares, “porque tivo una contrafigura, que en certo modo o inhabilitou para lograr a brillantez historiográfica doutros coetáneos, como Moret ou Maura” , y para José Antonio Durán, se trata de “un dos persoeiros máis herméticos, calculadores e autocontrolados da historia política contemporánea”.

Cierto es que, pese a los silencios del personaje, no faltan referencias centradas en su idiosincrasia existencial, ya en la referencia que en 1920 le hacía Jesús Fernández González colocándolo en su galería de Gallegos Ilustres (Tipografía de El Eco de Santiago) y también en las consideraciones que le dedicara su yerno Manuel García Prieto en 1930 o en la reseña de Juan del Arco, así como en otras notas biográficas de instituciones oficiales y en las de diversas publicaciones de difusión cultural; ello no obstante, nuestro personaje es, como ha referido el historiador J. Fortes Bouzán en su crónica de este destacado político, una figura “extrañamente olvidada, incluso en Pontevedra”; olvido que también llamaba la atención del perspicaz periodista paisano, pero afincado profesionalmente en Madrid, Arturo Ruibal, en la semblanza que le dedicó, junto a otras figuras destacadas del devenir de la tranquila capital del Lérez, afirmando que Don Eugenio “fue un personaje enorme, desbordante, al que Pontevedra no ha recordado como se merecía. ¿Por qué?”.

Sin embargo que no debe desconsiderarse el aporte coetáneo de F. Javier Sánchez Pego, tal vez el importante y documentado “Discurso de Ingreso” en la Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación, en 1971, de Marcelino Cabanas Rodríguez, titulado Montero Ríos: jurista y reformador con la respuesta al mismo dada por el Académico Joaquín Otero Goyanes, Marqués de Revilla, pueda considerarse un punto de partida para el tratamiento actual de la trayectoria monterista, pues es muy notable la enjundia de sus respectivos alegatos y su manejo de fuentes y diversos estudios y datos de gran interés sobre la peripecia vital y obra del referido estadista, y, fue a partir de entonces que algunos estudiosos e historiadores tan acreditados como José-Antonio Durán, en su artículo de la “Enciclopedia Gallega” o en “Crónicas 4”, así como Ramón Villares en diversas lecciones, o más recientemente Pablo Costa y Margarita Barral, lo han tomado como objeto de su curiosidad erudita y divulgadora; cual es especialmente el caso de la última, que le dedicó un sobresaliente trabajo doctoral y otros estudios, entre los que cabe destacar la publicación de los más interesantes discursos del Sexenio y de la Restauración, publicados por ella y Emilia García López en el marco de un proyecto de investigación dirigido por Ramón Villares.

Un surco por el que los jóvenes investigadores pueden adentrarse para revertir la injusta postergación de tan distinguido prohombre y de su importante legado, sin que ello suponga caer en la Caribdis de la idealización acrítica de su figura, como a veces sucede. Pero no puede dejar de lamentarse que la perspectiva de los jurisperitos, incluso de los iushistoriadores, permanece, por lo general, silente y limitada a colaterales alusiones que surgen en el comentario de los especialistas a normas jurídicas cruciales impulsadas decisivamente por la acción política de Montero Ríos; si bien, afortunadamente, con notabilísimas excepciones, como hemos visto en el caso de Cabanas o Sánchez Pego, además de la interesante aportación que también le dedicó José-María Martínez Val.

Montero Ríos, en la plaza de Mazarelos, en Santiago de Compostela. / RR SS
Montero Ríos, en la plaza de Mazarelos, en Santiago de Compostela. / RR SS

Sería vana petulancia por mi parte intentar paliar esta pereza intelectual de los juristas y no sólo de ellos; de modo que el propósito que me anima se ciñe, más modestamente, al intento de centrar, en breves apuntes, lo más relevante y significativo de la obra legislativa monteriana del llamado “Sexenio Democrático” abierto por “la Gloriosa” Revolución de septiembre de 1868 y su continuismo restaurador, sin entrar en consideraciones acerca de la degradación política del turnismo y caciquismo en que degeneró el régimen y el protagonismo monterista en la etapa.

Pero debemos tener claro el marco general en que la Restauración se consolida una vez consumida la energía idealista del “sexenio revolucionario”. Así, en brillante resumen, acota Arturo Ruibal el sentido inicial de la Restauración canovista por referencia los homines novi que la protagonizaron decisivamente:

“El siglo XIX español había acentuado la larga crisis de un Imperio que ya no lo era: tras el reinado de la jacarandosa Isabel II y las Guerras Carlistas, la monarquía borbónica está herida de muerte y a la explosión revolucionaria del 68 sucede la Primera república. Pero los intereses ligados a la anterior dinastía encuentran, como siempre, a unos generales dispuestos a reiniciar con Alfonso XII lo que tan mal había terminado con su madre. Y la Restauración se abrió paso. Lo curioso es que los hombres que la protagonizaron no pertenecían a las grandes familias, ni siquiera al centralismo tradicional: fueron en su mayoría pequeños burgueses llegados de provincias que, merced a su valía y a extraños juegos de poder, encontraron acomodo en la alta política madrileña”.

Montero Ríos, dice, “es uno de sus mejores ejemplos” . Por eso situaré el más significado esfuerzo legislativo del ilustre personaje sobre el trasfondo de unas referencias sintéticas de su biografía —ya tratada, además de por otros autores en diferentes contextos, también específicamente en las referidas sesiones colegiales santiaguinas de homenaje al prócer por Ramón Villares, con su rigor acostumbrado, en su conferencia— pero, asimismo, proyectándolo, para mejor comprensión, en el cuadro histórico más amplio de la dialéctica modernización/reaccionarismo, que, desde la Constitución de Cádiz, aquella entrañable Pepa, recorrerá todo el convulso siglo XIX y aún se adentrará en el siguiente. (Continuará). @mundiario

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