El estoicismo planetario agrava la depresión climática

Una representación del cambio climático. / RR SS.
Una representación del cambio climático. / RR SS.

Estamos muy posiblemente en los inicios de la Gran Agonía ecológica. Pero esto no interesa a nadie salvo a los propios activistas.

 


 
El estoicismo planetario agrava la depresión climática

El estoicismo planetario se ha convertido en la coartada perfecta para la indiferencia en la lucha contra el cambio climático y admitir que padecemos una gran depresión ambiental. 

Mucho se habla de la emergencia  y crisis ambientales. Poco sin embargo de la Gran Depresión climática que sufre el planeta. Es un problema global que no tiene fronteras. Tiene impactos sobre la vida de la Tierra, así como de la salud y bienestar de las personas, flora y fauna. 

La degradación a la que estamos sometiendo el ecosistema es la amenaza más real tanto sobre las futuras generaciones como sobre la supervivencia de todas las especies, incluida la nuestra.
La gran agonía sucede a la depresión climática. El estrés del planeta, pese a los negacionistas, irá en aumento conforme procrastinamos medidas urgentes que requiere nuestra propia barriada y no digamos el globo. 

Los conflictos violentos irán en aumento por los riesgos de falta de agua, las secuelas de la falta de cosechas y muertes por inanición. La guerra de Rusia en Ucrania es un conflicto más en la larga lista de conflagraciones en el mundo con un impacto directo sobre la transición energética. Miremos a Oriente Medio, Africa, Sur de Asia entre otros para detectar focos de miseria, violencias, desplazamientos, falta de recursos alimenticios  como consecuencia de desastres meteorológicos y excesos de superpoblación.

Si actualmente hay quienes cifran en 70 millones el número de desplazados en el mundo,  en el 2050 esta cifra puede duplicarse a los 150 millones agravados por la depresión climática. Pero aún así, no parece que despertemos del todo. 

Polemizamos con la falta de sombra en la Puerta del Sol, el vaciado de embalses y la regularización de pozos (ilegales) en Doñana. De la desertización galopante de la península ibérica poco se habla y menos se hace. Por eso lo que se nos viene encima, de no enmendarse urgentemente, afectará a continentes enteros.

Cada vez hay más analistas que opinan que el cambio climático es un multiplicador de amenazas que desestabilizan los países del tercer mundo y afectan al primero. Pese a ello, aún seguimos haciendo uso del estoicismo como coartada para la indiferencia. 

Aquí en Europa, lo vemos de cerca en las políticas de la UE sobre cambio climático y transición ecológica. Pero también en España, en plena campaña por sus distintas citas electorales, donde los partidos de amplio espectro aún no han captado la emergencia de emprender acciones drásticas contra la carbonización y degradación del ecosistema por encima de prioridades inferiores.

Padecemos una sequía, ambiental y política, que no es sino un anticipo de una devastación que se nos irá desvelando con otras desgracias naturales poco a poco en el futuro. Lamentablemente algún día nos acordaremos de la actitud indiferente adoptada en el presente.

Por cada grado de aumento de temperatura en el planeta se reduce en torno a uno por ciento el crecimiento de las economías. Algunos pronósticos sitúan en una caída de la renta per cápita del 23% a finales del actual siglo. En comparación,  la Gran Depresión económica de los años treinta lo hizo el 15%. 

Si la temperatura óptima para la productividad económica de acuerdo a los ambientalistas científicos se sitúa en unos 13/14 grados centígrados, calculen en qué fase estamos actualmente con temperaturas mucho más elevadas tanto en invierno como en verano.

Autores como David Wallace-Wells, en su obra “El planeta inhóspito”,  no es el único que afirma que sale muchísimo más caro no actuar que adoptar medidas más agresivas hoy en día contra el cambio climático. Hay que recordar que la Agenda 2030, que ha adoptado la UE, se compromete, veremos si se cumple, a reducir un 55% las emisiones de gases de efecto invernadero en comparación a 1990 y a lograr al menos un 32% de energías renovables.

Poco ambicioso parece, cuando fallecen todos años unos 9 millones de vidas en el mundo por la contaminación del aire según la OMS, agravando la continuidad del planeta azul sin acciones más contundentes contra el cambio climático.

Por el contrario, autorizamos alargar el uso del gas y las nucleares tras el principio de taxonomía europea, y últimamente el de  la  vida de los vehículos de combustión fósil, demostrando así de facto el escepticismo climático por cuestiones de lobbies  económicos.

Que las campañas electorales en Europa pivoten aún, en buena parte sobre temas domésticos como es el caso de España, denota que estamos a años luz de la conciencia colectiva para admitir la Gran Agonía climática en su deriva hacia el declive irreversible. Buena prueba de ello no son solamente las ridículas propuestas para hacer más amigable la vida en las ciudades, mientras seguimos despoblando el medio rural y exagerando el urbanismo. 

Salvo formaciones como antaño Teruel Existe, no hay partidos que se tomen en serio los efectos de la despoblación rural para atajar la agonía ambiental que sufren las grandes ciudades. Lo peor de todo, aunque forme parte de la condición humana, es la falta de iniciativas particulares en esta lucha a la espera de que sea la pedicura política quien arregle la crisis climática con acciones colectivas. 

Mientras tanto, seguimos derrochando en casa el agua de los grifos, tirando alimentos a la basura, llenando a rebosar  los armarios con prendas de moda, colapsando la entrada de los colegios con el coche   o malgastando energía por falta de sensibilidad y/o desinterés. En el mejor de los casos, vilipendiamos a quienes levantan la voz en medio de la tundra mediática.

Una idea: tanto que concedemos cheques-regalo  (de hasta 20.000 euros por hijo) para distintos conceptos, por qué no uno para naturalizar placas solares en tejados y balcones de propietarios e inquilinos que reduzcan drásticamente el consumo energético. 

Ponemos el grito en el cielo por la tala masiva de árboles en el Amazonas, pero descuidamos las de las avenidas de nuestras grandes ciudades y los montes quemados. ¿Por qué no obligarnos a fomentar sumideros y replantar miles de árboles para capturar los excesivos niveles de CO2 en la atmósfera?

Y si reducimos la jornada laboral a 35 horas o 4 días a la semana, le podríamos dedicar una jornada entera a proteger nuestro entorno. Quién se puede oponer a disfrutar del canto de aves en la sombra y del aire fresco en cada vez más estaciones calurosas del año. @mundiario

 

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