Desencuentros a destiempo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente nacional del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. / Fernando Calvo de Pool Moncloa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente nacional del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. / Fernando Calvo de Pool Moncloa
La educación recibida condiciona entender qué esté sucediendo. Incluso puede evitar que prevalezcan sinrazones egoístas en las decisiones colectivas.
Desencuentros a destiempo

Mientras los dos líderes destacados del momento político se enzarzaban en un melancólico desencuentro por quedar bien firmes ante sus posibles votantes, una reportera preguntaba en la calle sobre la vivencia a destiempo del veranillo de este mes de octubre. En el Senado, la cuestión era si convenía endeudarse con unos presupuestos expansivos o si era preferible un ahorro de recortes selectivos: dos modelos opuestos para afrontar una realidad crecientemente complicada ante la que los dogmas neoliberales desaparecen por ensalmo. En la calle, la prolongación del tiempo tropical ganaba por goleada a cuantos en el rabillo del ojo no obviaban las urgencias más problemáticas del cambio climático. Por medio andaba –uniendo el debate parlamentario con la calle- la alusión de uno de los políticos a que las decisiones tenían que tener en cuenta esa realidad esquiva, especialmente el uso de unas u otras energías, que el la Tierra exigía para su sostenibilidad.

Interferencias semánticas

No es difícil ver que, tras este tipo de cuestiones -seguramente las más importantes del momento actual-, laten interferencias de intereses concretos en posiciones que se dicen independientes. Todos los tenemos respecto al mundo en que nos movemos y, al mostrarlas, nadie es indiferente a las competencias aprendidas que le han ayudado a valerse en la vida. La conjunción de ambos ingredientes gravita en la manera de interpretar lo que sucede por la que nos inclinemos racional o irracionalmente.

A la hora de posicionarse, incluso para valorar la contraposición de intereses lo que haya aprendido cada cual es primordial, aunque no todos aprendamos igual, ni todos hayamos tenido las mismas oportunidades para aprender. Ha de añadirse, además, que para determinar qué merezca la pena ser retenido como significativo, las maneras de crear opinión a que cada cual se apegue juegan un papel relevante. Nunca han sido neutrales, y el filtro personal que cada cual sea capaz de ponerles es el que mejor valida su fiabilidad para no dejarse manipular por intereses ajenos ni prejuicios solemnes. No es un asunto nuevo, y la guerra actual en Ucrania permite observar los sesgos interesados que se conciertan para crear opinión favorable a alguno de los bandos contendientes; hasta en noticias intrascendentes, incluso los rasgos de la voz son portadores de información pautados en un guión condicionado. Dicho de otro modo, que los individuos tienen poca capacidad de reacción ante estas argucias si su formación ha sido débil o se ha limitado al memorismo de lo irrelevante en su escuela.

En ese contexto maleable, más propagandístico que informativo, funciona una maquinaria experta en darle la vuelta a expresiones como “libertad”; al ritmo que va el estropicio pronto habrán torcido su gran significado originario. Lakoff y muchos otros nos alertaron, pero su voz suena en el desierto; poco vale, pues, reclamar lo que no nos haya dado la escuela –porque ya se ha pasado nuestra escolarización-, pero se puede  aprender algo de la vida que se está viviendo. Pongan, por ejemplo, el oído en lo que se dice en los parlamentos, incluidos hasta los municipales, y podrán acumular un buen catálogo documental en que las apelaciones a las grandes palabras que han dado sentido a la modernidad son pretextos para colar privilegios y negocios particulares a cuenta de los presupuestos públicos. Para garantizarse clientes cautivos hay muchas, pero merece la pena centrarse en  las que atañen a Salud, Educación o a las residencias geriátricas; oídas un par de veces, enseguida agudizan la comprensión del auténtico significado que los listos del lugar dan a expresiones que han motivado a las personas comprometidas con el bien colectivo. Verán que “libertad”, “tolerancia”, “conocimiento”, “convivencia”, “democracia”, y otras concernidas de uno u otro modo por decisiones concretas, reducen el valor semántico de lo que realmente debe importarles, salvo que sobreentiendan que su vida –la suya- les importa un bledo.

Pobreza semántica y pobreza palpable

La pobreza que el mal uso de estos términos genera tiene que ver con la otra, la de la necesidad física. Cada vez está más cerca esta otra “pobreza” y puede ser tangible en la propia familia, en lo que hay para comer, para el gas y la electricidad que han hecho más confortable la vida hasta ahora. Afecta a la movilidad para desplazarse a diario o a la capacidad de hacer trabajos diversos. Disminuye el stock de los bancos de alimentos disponibles para los que hacen cola para poder comer. Dicen en la radio que uno de cada tres niños españoles está en riesgo de exclusión, y añaden que la esperanza de vida baja proporcionalmente al aumento de esta pobreza. Alguien que uno conoce de siempre tiene trabajo pero lo que le pagan apenas le llega para cubrir los gastos imprescindibles…; toda esta pobreza está a la puerta de casa, no es la que aparece en el telediario cuando estamos comiendo y advertimos que no estamos en el África subsahariana. Es la pobreza del mundo en que vivimos y que está aquí interpelándonos cuando algunos supuestos representantes políticos se expresan en plan pijo y chulesco y, sin compasión alguna con el mundo de los ciudadanos corrientes, manipulan y tergiversan los términos más preciados. Son los responsables de que, por ejemplo, Alberto Reyero dijera, después de dejar su cargo en la Comunidad de Madrid: “Me negaba a seguir compartiendo consejo de Gobierno con personas sin escrúpulos” (Entrevista en El Plural.com, 11.10.2022).

Nos empobrecen más con su vocerío. La displicencia que rezuma este tipo de influencers en la vida política y cultural difunde un egoísmo narcisista que impedirá afrontar los retos que cada día que pasa se aceleran más. Javier Marías dejó en sus artículos y novelas abundante material para que no se vaya todo al garete. En Frankfurt es posible que alguien se acuerde estos días de  la primera entrega de Tu rostro mañana, en que dejó una buena semblanza de esas personas con las que merece la pena establecer distancia, por su soberbia inmensa, “que sienten, quizá juzgan, que el mundo vive en deuda con ellos; cuanto les llega de bueno les es tan solo debido, qué menos; desconocen el contento y la gratitud por tanto… Son gente intratable, que jamás aprende ni escarmienta. Se sienten acreedores del mundo siempre, aunque lleven la vida agraviándolo y despojándolo”. @mundiario

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