Borges, yo y el Mundial

Jorge Luis Borges, escritor. /  Mundiario
Jorge Luis Borges, escritor. / Autora.
La autora nos traslada a una conversación imaginaria con el escritor argentino Jorge Luis Borges donde se habla sobre el fanatismo que despierta el fútbol, en auge al celebrarse la vigésima segunda edición del Mundial.

"El mundial será una calamidad, que por suerte pasará" (Jorge Luis Borges).

 

Anoche me perdí en el jardín de senderos que se bifurcan. Como la bifurcación es en el tiempo y no en el espacio, se produjo el encuentro. Tal vez ya había sucedido en alguno de mis porvenires allá por los setenta.

Yo iba malhumorada porque mi intolerancia hacia el mundial no resiste lo que se viene. Sé perfectamente que al escribir este artículo me estoy ganando la antipatía de muchos de mis seguidores.

Borges estaba sentado a la entrada del laberinto —que no era más que un libro circular— con las manos apoyadas en su bastón y la mirada apagada. Me senté junto a él.  

—¿Usted piensa que se puede escapar al destino, Borges?

— Cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras. Crea así diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan.

—Existirían entonces muchos destinos posibles. Sin embargo en sus cuentos, desde el comienzo, el personaje ya está predestinado. Como en El muerto.

— Los caminos son infinitos pero el destino puede reducirse a un momento.

— Le pregunto esto porque necesito escapar de una situación y usted es la única persona que puede comprenderme.

— Creo que me sobreestima.

— No quiero caer en la vulgaridad de los periodistas que siempre le hablaban de política y de fútbol. Solo quiero que me aleje durante un mes de la euforia de este deporte nefasto, del fanatismo y del sentimentalismo chauvinista que implica.

— No sé por qué insistían tanto en que opinara de algo que me era tan ajeno. Hace mucho me entrevistó un entrenador que debía ser muy famoso porque, al enterarse, mi empleada me pidió un autógrafo de él…

— Lo leí el otro día y me divertí mucho. Era César Luis Menotti, el director técnico de la selección argentina en el setenta y ocho, cuando fuimos campeones, con sede en nuestro país.

— Sí, sí, claro. Creo haberle dicho a ese señor que el fútbol es popular porque la estupidez es popular.

— Y no hay nada más cierto. En aquel momento usted se granjeó el odio de las multitudes que ni lo leían. Eran tiempos de gobiernos militares y se lo acusaba de ser de derechas. Sin embargo, tratándose de fútbol, podía apartarse de cualquier conservadurismo. No apoyó al gobierno que tanto necesitaba narcotizarnos con el triunfo. Mientras, se mataba gente. Hoy también se elige como sede a un país que se destaca por el desprecio a los derechos humanos.

— Es que hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible. El fútbol en sí no le interesa a nadie. La gente no dice nunca: “Qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo”. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. La gente no disfruta del juego.

— Es la necesidad de éxito, aunque solo sea metiendo una pelota dentro de un arco. Haya sido o no habilidad técnica. A los espectadores lo único que les importa es el gol. Surge el orgullo por la patria a la que criticamos casi con vergüenza entre mundial y mundial. Ya sé que lo intimidan las demostraciones de admiración y afecto, pero lo necesito, Borges.

— Tenga cuidado, usted también está cayendo en sentimentalismos. Cuando aquel señor terminó la entrevista, creo haberle dicho: Qué raro, ¿no?, un hombre inteligente como usted y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo.

— Es un virus que se inyecta en el cerebro de la gente y le anula el razonamiento, los adormece, produce adicción. Es indispensable ganar para ser feliz, el país se une, se visten todos con la camiseta de Argentina. Hasta los perros. Para usted no fue tan difícil, Borges, eran otros tiempos, los medios no se metían en su teléfono, ni en su casa, ni en los bares. Hoy proliferan las pantallas gigantes, no queda un lugar donde esconderse.

— Ya lo dije hace años: Mientras dure el campeonato iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una calamidad que por suerte pasará. El fútbol despierta las peores pasiones. Sobretodo el nacionalismo referido al deporte.

— Amé esa frase suya en los setenta. Usted se fue en el mejor momento. Me dejó sola en los mundiales que vinieron después de su muerte en el ochenta y seis, muy poco  antes de que su desconocido Maradona fuera llevado al Olimpo de la mano de Dios.

— Hice lo que pude. Como muestra de repudio, el día del debut de Argentina contra Hungría, en el setenta y ocho,  y a la misma hora del comienzo del partido, di una conferencia sobre la inmortalidad, ya sabe, una de mis obsesiones. La cancha se llenó, pero mi biblioteca también.

— Hoy eso no sería posible. Inmortal  es el que mete la pelota en el arco y hace ganar a la selección. Cuando eso pasa, somos el mejor país del mundo, después se olvidan y vuelven a avergonzarse: “Claro, mirá lo que pasa en Alemania, en Inglaterra, en Francia... igual que acá.” Y… “estamos en Argentina”, repiten excusándose, como tontos cuando las cosas, como siempre, van mal.  

— A ver si puedo hacer algo por usted. No quiero que me hable más de ese deporte.  Dijimos que el destino se puede concentrar en un instante. La invito a mirar un punto desde donde se ven todos los puntos del universo.

— Acepto, pero ¿está seguro que desde el Aleph podremos evadir lo que resta del mundial, mi querido Borges? @mundiario


* Las respuestas de Jorge Luis Borges fueron textuales declaraciones suyas recogidas por Infobae.

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