Aullando a la luna

Gonzalo Pérez Jácome. / Ivan Olmos Ferreiro
Gonzalo Pérez Jácome. / Ivan Olmos Ferreiro
A Gonzalo Pérez Jácome no le preocupa lo más mínimo que el pleno municipal repruebe su gestión cada dos por tres o que le exijan reiteradamente la dimisión apelando a su dignidad, sentido de la responsabilidad o decoro.

Sobran ejemplos. Con el actual marco legal, investir un alcalde cuando su partido no tiene mayoría absoluta no suele ser nada fácil, pero obligarlo a dimitir es imposible. De nada vale que sea un clamor porque se lo exijan todos o casi todos sus compañeros de corporación, o que se quede solo, sin apoyos. La dimisión es un acto voluntario. No se puede imponer ni con toda la fuerza de la razón. El único mecanismo para que cambie de manos el bastón de mando es la moción de censura, que, por su condición de "constructiva", ha de incorporar el nombre del nuevo regidor y contar con el respaldo explícito del número de ediles que garantice el relevo. No se contempla la simple destitución del alcalde ni la posibilidad de repetir o convocar nuevas elecciones para acabar con una situación de bloqueo o de inviabilidad institucional.

Aunque hay antecedentes de situaciones todavía más kafkianas, el caso de Ourense capital evidencia una vez más la conveniencia de establecer mecanismos que posibiliten la destitución de un alcalde en franca minoría cuando ha perdido la confianza de quienes le invistieron, incluyendo a algunos compañeros de partido, y cuando no es políticamente factible una moción de censura. Porque sin esos mecanismos las administraciones municipales pueden llegar a situaciones críticas, de parálisis o de colapso, con el consiguiente perjuicio para la ciudadanía, que es a fin de cuentas la que paga las consecuencias de una anomalía política cuando se cronifica. Que le pregunten a los sufridos ourensanos qué supone vivir desde hace años en una ciudad con encefalograma casi plano, donde ya ni funciona la inercia.

A Gonzalo Pérez Jácome no le preocupa lo más mínimo que el pleno municipal repruebe su gestión cada dos por tres o que le exijan reiteradamente la dimisión apelando a su dignidad, a su sentido de la responsabilidad o al simple decoro. Él a lo suyo, como quien oye llover. Le da igual que sea un lluvia mansa que un fuerte aguacero. Por los fallidos antecedentes sabe que no habrá moción de censura por más despropósitos que cometa, dada la acreditada imposibilidad de que se pongan de acuerdo quienes tienen que impulsarla. Así que seguirá siendo alcalde hasta las elecciones municipales de finales de mayo. Y él, que sigue confiando en la fidelidad de sus votantes (ahí están las encuestas), está convencido de que, gane quien gane, probablemente volverá a tener la llave del próximo gobierno municipal.

La oposición a Jácome continúa aullando a la luna. El suyo de seguir reclamando la dimisión del alcalde no es más que un gesto, tan vano como necio, sin consecuencias prácticas -ni ofende, ni daña, ni perjudica al interesado- y que solo sirve, si acaso, para aplacar la mala conciencia de quienes podrían y deberían haber sacado al ayuntamiento ourensano del atolladero al que ellos mismos lo condujeron. Se mire por donde se mire, la reaparición de Manuel Cabezas y Francisco Rodríguez supone por parte de PP y PSOE un inequívoco propósito de la enmienda -eso sí, eludiendo el acto de contrición- para ahorrarse al menos una parte de la factura que tendrían que pagar en las urnas por sus errores y omisiones de estos últimos cuatro años. Porque visto lo visto, es difícil, aunque no descartable, que les salga a cuenta. @mundiario

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