La apariencia del 82

Bandera de Bolivia. / Bolivia.com
Bandera de Bolivia. / Bolivia.com
La mayor parte de la población no conoce los conceptos de Estado de Derecho, libertades ciudadanas, leyes, teoría del Estado, representación política y algunos otros asuntos derivados.

Escribo este artículo porque durante todos estos días muchos intelectuales bolivianos han estado rememorando con entusiasmo los 40 años de democracia en Bolivia, sin objetar ninguno de ellos que democracia y corrupción no pueden convivir en una sociedad y un país. Aquella hipnosis de la que es víctima la intelectualidad boliviana es perjudicial porque se difunde en medios impresos de difusión masiva y, por tanto, guía la opinión pública boliviana.

La mayor parte de la población no conoce los conceptos de Estado de Derecho, libertades ciudadanas, leyes, teoría del Estado, representación política y algunos otros asuntos derivados; lo triste es que incluso nuestros escritores e intelectuales tienen una idea distorsionada o pobre de lo que significa democracia y de los elementos que son indispensables para que esta funcione y exista.

La intelectualidad boliviana tradicional (asumamos tradicional como no-crítica), compuesta sobre todo por historiadores, periodistas, columnistas y algunos políticos, ha ido creyendo durante todas estas décadas que Bolivia vivió en democracia a partir de 1982, sin someter ese prejuicio a ningún examen crítico. Probablemente eso se deba a que, dado que en aquel año Bolivia salió de un largo y oscuro periodo de arbitrariedades sin cuento, octubre del 82 significó una notoria atenuación de esa aciaga situación (las dictaduras) que postergó al país quizás más que a las otras naciones de Sudamérica. Entonces, octubre del 82 —como las guerras crucistas, Abaroa, Boquerón, Villamontes o la Revolución Nacional— comenzó a funcionar en la psiquis colectiva como un lenitivo o un bálsamo para aplacar los malos recuerdos, como un hito histórico de orgullo nacional que siempre hay que recordar intacto.

Empecemos diciendo que no existe verdadera democracia que no sea liberal (vale decir, vinculada con el liberalismo filosófico de occidente). Cualquier otro tipo de propuesta democrática posmoderna termina siendo un capricho artificioso que linda más con la demagogia que con lo realmente realizable. Y es por eso que no se puede hablar de la existencia de democracia mientras no existe Estado de Derecho (Estado de Derecho quiere decir: Estado sometido a la ley o bajo el imperio de esta). Democracia (que en palabras sencillas quiere decir gobierno del, por y para el pueblo) va —o debe ir— casada con el Estado de Derecho. Si uno de los dos muere, el otro también. Si uno de los dos no ha nacido, el otro tampoco. Como el espacio y el tiempo de Einstein, son uno y lo mismo.

Pero ¿por qué son uno y lo mismo? ¿Cómo se da esa relación? ¿Por qué decimos que no puede haber democracia mientras no hay Estado de Derecho? En palabras sencillas, porque si los órganos del Estado no son independientes y no están subordinados a las leyes, el gobierno  —que, recordemos, debiera estar en manos del pueblo a través de sus representantes nacionales y regionales— termina estando secuestrado solamente para algunas élites (plutocracias u oligarquías). Ergo: la democracia (recordemos: el gobierno del, por y para el pueblo) ya no existe.

Ahora bien, ¿por qué los bolivianos porfían en creer que desde octubre de 1982 existe democracia? Hay dos motivos: uno sentimental, que ya hemos apuntado, y otro más de tipo intelectual, tal vez más grave que el primero. Este último consiste en el empobrecimiento gradual del concepto de democracia en las cabezas de nuestros hombres que escriben y piensan. Y se produce debido a que, como Bolivia vivió durante casi toda su historia en un ambiente de represión, violencia y bandidismo gubernativo, el que se llegue a una época de relativa calma y de relativo orden (octubre de1982) es ya un gran logro que hay que recordar sin criticarlo un ápice ni ponerlo contra la pared. A grandes rasgos, es ese el motivo por el que la intelectualidad boliviana se atrofió en cuanto a concepción de democracia se refiere.

Pero veamos a vuelo de pájaro la realidad histórica de aquellos años inmediatamente posteriores a la conquista de 1982. En 1982 entraron los gobiernos de la UDP y del MNR, los cuales instauraron un ambiente de paz y de relativa libertad de prensa (relativa porque, verbigracia, Paz Estenssoro cerró el canal televisivo de Palenque). Indudablemente fue un pequeño resuello liberal después de varios años de arbitrariedades perpetradas por organizaciones colectivistas (de derechas e izquierdas) que naturalmente debió impresionar de buena manera a periodistas, políticos, profesionales liberales y ciudadanos en general. Empero, en todos esos años ni UPD ni MNR modificaron el (mal) funcionamiento del Órgano Judicial, condición sine qua non para hablar de Estado de Derecho y, por tanto, de democracia. Luego ingresó el MIR, partido que había nacido en la universidad durante los 70 abanderando un izquierdismo radical pero que, una vez en el poder, terminó siendo una organización de exitosos empresarios capitalistas y algunos intelectuales que dejaron de pregonar la lucha proletaria en contra de los pudientes. Pero eso no es lo relevante. Lo relevante en este caso es que en su gestión (1989-1993) Bolivia se hundió en un marasmo de corrupción; muchos políticos de aquel partido fueron acusados de desfalcos millonarios y de tener vínculos con el narcotráfico, reeditando así los periodos más negros de la historia en que los servidores públicos se sirvieron del tesoro público.

Durante las siguientes gestiones de gobierno (MNR, ADN y MNR), y pese a los notables pero al mismo tiempo débiles y aislados intentos de instaurar la meritocracia y la institucionalidad, la cultura política de las masas y las élites siguió siendo la misma: se siguieron reproduciendo las malas prácticas como el nepotismo, el cuoteo, el caudillismo, el mal funcionamiento del Órgano Judicial, el clientelismo, las prebendas y otro tipo de lindezas políticas que son legado de la Audiencia de Charcas.

Habiendo hecho ese brevísimo recuento histórico, y recordando los razonamientos que hicimos sobre la relación que hay entre democracia y Estado de Derecho, podemos preguntarnos ahora: ¿Es verdad que a partir de octubre de 1982 el poder estuvo en manos de la sociedad, del pueblo, de la ciudadanía? ¿Es verdad que en 1982 se conquistó la democracia?

La mentalidad boliviana piensa que democracia significa ir a votar cada cierto número de años, tanto para elegir autoridades como para definir algún asunto polémico en plebiscitos o referendos que se hacen sin ton ni son. Piensa, además, que poder opinar, pensar y hablar sin que lo acribille un militar supone vivir en democracia. He ahí el empobrecimiento del concepto internalizado en el boliviano promedio. Si se fijara en lo que sucede no ya en Noruega, Finlandia o Dinamarca, ni tampoco en Inglaterra, Alemania, los Estados Unidos o los Países Bajos, sino en lugares más cercanos como Uruguay, Chile o Costa Rica, países donde se rinden cuentas, los procesos electorales son limpios, se da paso a los más capaces y aptos, se ponen límites no solo al poder público sino también al desenfreno de las masas y la justicia es imparcial y capaz, pero, y sobre todo, donde las personas no son proclives a robar, entendería que en lo que vive hoy (y en lo que ha vivido desde octubre de 1982) está muy lejos de ser democrático. Ahora bien, el lector puede criticarme por apuntar a lo que está muy arriba y creerme, por tanto, un cándido idealista. En ese caso estoy arando en el mar y debería comenzar a conformarme con lo que se tiene aquí desde el 10 de octubre de 1982. @mundiario

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